Después de 678, Sandra Russo busca "refocalizar" su carrera

La periodista habló con Infobae sobre "Lo femenino", su último libro en el que vuelve a las cuestiones de género con un recorrido que incluye la historia de la locura de su madre, los zapatos de Cristina y Merkel, y la relación de las viudas con las tragamonedas

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Recién llegado a las librerías, Lo femenino, el último libro de Sandra Russo, tuvo su germen en una contratapa de Página/12 publicada en 2005 bajo el título "Al otro lado de la vía", en la que la autora contaba la historia de la locura de su madre. "Me quedó latiendo muchísimo material para completar, y ahora se transformó en el primer capítulo, que son unas 40 páginas más o menos, y la idea no era hablar sobre mi mamá, yo no quería trabajar con un material autobiográfico, sino que en esa locura yo desde un inicio leí una historia de la abnegación femenina, una historia sobre por qué para las mujeres la abnegación sigue siendo un valor positivo, cuando a los varones les enseñan desde chiquitos a explotar todas sus potencialidades", explicó Russo a Infobae.

Esa historia de "renuncia al deseo" -ese "pálpito sin texto", como lo define en su libro- fue el puntapié para, desde registros tan diversos como los objetos que trata, plantear un recorrido por la abnegación -y la locura- femenina, los primates bonobos, el femicidio, el contrapunto estético entre Cristina Kirchner y Angela Merkel, la historia de una transexual y una ficción sobre las viudas y las tragamonedas. Todos ellos, en el fondo, no son más que modos en que Russo intentó desentrañar "eso que es eterno o efímero, real o imaginario": lo femenino.

"Me parece que hay algo de lo femenino que todavía se puede formular como un enigma, porque todavía sabemos muy poco de qué es la femeneidad. En el libro me pregunto: bueno, ¿y dónde está?, ¿en qué consiste? ¿Consiste en un zapato con taco? No. ¿Consiste en un pelo largo? No. ¿Consiste en los labios pintados? No. No sabemos dónde reside", afirma.

—Sí, es un camino. Y no de cualquier transexual, porque María Laura, la persona que me confió su historia y me la dejó contar, es un... Si yo hubiese tomado una figura parecida a FLor de la V, o a otras travestis que uno conoce y que toman más lo icónico femenino, lo más previsible, ahí sí está el taco alto, la familia ideal. María Laura no se preocupa por parecer una mujer, no le interesa eso de lo femenino, y a mí me interesaba en el capítulo ese sondear a ver qué era lo femenino para ella. Y ahí aparece una magen infantil de cuando ella todavía era Eduardo, y jugaba al rugby. Es muy fuerte el contraste ese de que hasta hace muy poco, cuando era Eduardo, se casó, tuvo tres hijos, jugaba al rugby, después entrenó divisiones inferiores, y al mismo tiempo iba dejando pasar a María Laura, su identidad femenina, por sobre su identidad masculina y ese capítulo es genial. A mí me parecía genial cuando ella contaba cómo era un scrum de rugby y cómo ella lo vivía, y lo describe desde un lugar femenino. Es fascinante.

—Yo la acompañé a la ex presidenta cuando tuvo la primera bilateral en Alemania con Merkel, y me llamó mucho la atención una foto de los zapatos de las dos, y las lecturas mediáticas de los zapatos un poco rotos y sucios de Merkel, y los zapatos de taco alto de charol de Cristina. Lo que yo decodifico en ese capítulo, el más semiológico de los seis que hay en el libro, cómo los medios leían abnegación o contracción al trabajo en unos zapatos sucios o en un descuido personal, y cómo leían frivolidad en los zapatos de charol de Cristina. Uno no puede negar el rol neural que desempeña Merkel en el armado de la Europa actual, uno no puede negar el papel de socia de Estados Unidos en los tratados de libre comercio, en el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) que se está tratando de firmar con la Unión Europea. Uno no puede negar cómo avala las políticas de la troika en Europa. Son políticas que benefician a determinados sectores, y las que aplicaba Cristina estaban en el orden del eje del mal del mundo, los populismo lationamericanos, que ahora parecen mucho más diluidos. Pero a mí me parecía que el carácter del conglomerado mediático ejercía o hacía esa lectura que hubiese podido bien ser al revés: si la de tacos altos hubiese sido una dirigente de políticas pro austeridad, seguramente hubiese sido elegante, y muy prolija, y el zapato sucio hubiese sido descuido y abandono... Lo que me interesaba destacar es que no hay nada de lo femenino -de lo importante, lo intrínseco, lo escencial- en un zapato de taco bajo o un zapato de taco alto. Tiene que ver con las lecturas de los contextos y de las situaciones que rodean a ese zapato, y la mujer que está dentro de esos zapatos.

—Yo creo que no. Lo que podría ser solidaridad de género, una cosa por el estilo, yo creo que no. Creo hay prioridades, que el reagrupamiento se da en el mundo desde lugares que son distintos, que tienen que ver con líneas ideológicas, con grandes sectores a los que se beneficia o se perjudica con determinadas políticas, pero que no pasan por el género. Y la defensa de género es una cuestión también transversal: no es que la izquierda defienda más al género que la derecha. Hay militantes feministas de derecha y militantes feministas de izquierda, y los partidos tradicionales están atravesados a favor de la despenalización del aborto, hay mujeres a favor del aborto en todos los partidos en Argentina, y mujeres que se oponen en todos los partidos.

—Es que además de la presidenta mujer tenemos una sociedad que no se sintió convocada a ese debate. Todavía son minorías las que abogan por la despenalización del aborto.

—Existen muejres que odian a las mujeres. La envidia femenina y la hostilidad de género yo creo que todavía lamentablemente es más fuerte que la solidaridad de género. Yo creo que hay algo en las muejeres que nos hace también, por una cuestión cultural o de crianza, recelar a la que puede más que nosotros, a la mujer que es más potente que nosotras mismas. No se hallana fácilmente el camino hacia la admiración de una mujer por otra mujer. Por supuesto que hay millones que admiramos a otras mujeres, no estoy diciendo que no exista. Pero es un camino que recién se está abriendo porque a veces parece que no pero el patriarcado todavía está muy incrustado en nuestra cultura.

—Sí, con una refocalización de mi trabajo. Mis últimos libros fueron muy políticos: la biografía de la ex presidenta, el libro sobre La Cámpora y el libro sobre la Tupac Amaru. A mí me encanta encanta hacer libros sobre organizaciones políticas, me encantan las organizaciones políticas, me parece deseable que los políticos y los funcionarios salgan de la formación política y no de las empresas, pero tampoco eso es lo único que me interesa. Yo tengo muchos intereses, tengo muchos años de trabajo, 40 casi, empecé muy chica, y estaba agotadísima de la cuerda política sueltita. Todos los temas de este libro los tenía en la cabeza y por eso lo escribí en menos de cuatro meses, porque los pensamientos ya los había pensado. Las reflexiones ya las tenía en la cabeza, y fue cuestión de ir uniendo cabos. Quería relocalizarme en mi trabajo: yo ahora estoy viviendo de la docencia, y el libro un poco es un mosaico de todos los registros que me gustan tocar escribiendo: lo narrativo, la investigación, la ficción. Hay un cuento también que habla de las viudas y las tragamonedas, y yo creo que ese capítulo, el último, va a tener mucha repercusión porque es un tema muy sofocado, y yo he visitado mucho el hipódromo o el barco -donde están las tragamonedas- y la cantidad de mujeres que hay, y viudas...

—Él es el que me hizo entrar: la primera vez que entré a un bingo me llevó mi viejo. Y me quedé pegada, como tantas mujeres. Y salir es difícil, y se habla muy poco, porque da vergüenza. Y porque además ninguna mujer que vaya sin control a las tragamonedas te lo cuenta. Es un rasgo de la enfermedad, de la ludopatía, que se miente, que da vergüenza, pero son momentos de pérdida que yo descubrí con el tiempo que una mujer va ahí -supongo que los hombres también- no a ganar, sino a perder. Va a elaborar un sentimiento de pérdida. Yo le tengo mucha fe a ese capítulo porque me parece que les falta alguien que les hablé, entonces lo elaboré a través de una ficción. Es el último capítulo del libro, que es un cuento.

—Hacía poco que la habíamos internado en un psiquiátrico. Es un momento muy fuerte en todas las familias que tienen que pasar por ese trance, con una enfermedad muy similar al Alzheimer, y un día llegué temprano, antes de la visita de los familiares, y vi que los pacientes estaban organizados en un coro, estaban cantando una canción, y la vi a mi mamá sentada en un costado. Fui, me senté al lado de ella y escuchamos cantar a los compañeros, y en un momento me dijo al oído que a ella le hubiese gustado cantar. Entonces yo le pregunté "¿y por qué no cantaste?", porque nunca ... yo no tengo un solo recuerdo de escucharla cantar. Y me dijo: porque no me alcanzaba la voz. Que era una respuesta como de loca, pero al mismo tiempo de muy cuerda. Porque ahí empieza el oído de uno a funcionar en varios niveles.

—Yo tuve una vida por suerte muy distinta a la de mi madre. Yo me fui de mi casa, tal vez por esa situación de una infancia y una adolescencia complicadas, a los 19 años. Y trabajo de lo que me gusta, de lo que es mi vocación, hace casi 40, 38 años hará. Por supuesto que hay cosas pendientes en la vida, y deseos pendientes, como en las de todos. Pero no son esos: yo siempre actué.

—Tengo una hija de 24, pero me quedé viuda a los 39. Esa fue la primera pérdida fuerte. Tuve que criar a mi hija sin una figura paterna, que eso también a una mujer la hace como ser padre y madre y que no estén demasiado claros los roles de quién dice que sí y quién dice que no, porque es una sola persona el que tiene que decir que sí y que no, y eso provoca mucha angustia. Pero al mismo tiempo ahora estoy en una etapa en la que tenemos una relación en la que eso vuelve. Donde todo lo que uno dio vuelve. Y yo creo que debo haber cometido otros errores, pero no repetí la historia de mi madre.

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