Jorge Herralde está en Buenos Aires para presentar tres de los últimos libros que editó Anagrama y que son obras de autores argentinos: Fuera de lugar, de Martín Kohan, Tacos altos, de Federico Jeanmaire, y Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez. "Tengo la satisfacción de haber publicado tres autores argentinos entre febrero y hoy", dice apenas comienza la charla y remarca: "Siempre he publicado autores argentinos, inclusive cuándo aún no publicamos aquí, los he publicado en España. Empecé con autores raros, en orden cronológico: empecé con Oscar Masotta, a quién conocí en Londres, el segundo fue Copi, a quién conocí en París y le publiqué buena parte de su obra narrativa y el tercero fue Rodolfo Wilcock, con "La sinagoga de los iconoclastas" y después José Bianco. En el año 2000 empezamos a editar acá y el panorama cambió radicalmente, uno de los primerísimos fue Ricardo Piglia que era desconocido absolutamente en España porque nunca se había publicado nada e hicimos nuestra política de al menos publicar simultáneamente en su país de origen y en España. Después vinieron los Premios de Novela, que en los primeros tiempos había sido casi siempre para autores españoles, y a partir del 2000 fueron Alan Pauls, Martín Kohan y Martín Caparrós.
—Entre esos tres libros que presentó en la feria hay uno de Federico Jeanmarie, autor que fue finalista del Premio de Novela...
—Claro, hace 26 años con un libro titulado escuetamente Miguel, que era una biografía novelada de Cervantes. Muy curioso y una osadía de un joven argentino. Lo había ido siguiendo por la prensa y de repente aterrizó este extraño aerolito que es Tacos altos, que es la historia de esta joven que está entre China y Argentina, escrita en castellano chino. Un curiosísimo artefacto y quedamos todos enamorados de la china protagonista. Luego Martín Kohan con Ciencias morales, que es sensacional, las dos novelas siguientes y este que publicamos ahora que me parece una obra maestra. Y Mariana Enriquez que fue un impacto, su agente me envió cinco cuentos y le dije envíame el resto rápidamente.
—En la entrevista que publicó Infobae el domingo, Mariana Enriquez contó lo importante que era para ella ser publicada en Anagrama porque, decía, es la editorial que formó a su generación.
—Lo he leído y me he ruborizado (se ríe)
—Cuándo empezó con esta aventura en 1969, ¿se imaginaba 45 años después siendo el responsable de una editorial que, no sólo para Mariana, ha formado varias generaciones de lectores y escritores?
—Me considero inocente y no culpable, Ha sido ese mi karma. Cuándo empecé con la editorial, aunque mi vocación era más literaria en otra editorial que no llegó a ver la luz, en esos tiempos más urgentes cuándo ya se avistaba el fin del franquismo, donde había habido una censura tan fuerte del libro política y, cuándo al mismo tiempo había un terremotos de teorías de los años sesenta, entonces la primera década la editorial era preferentemente de ensayo y de ensayo político, una especie de supermercado de heterodoxias izquierdozas: estaba el "Che", estaba Mao, estaba Trostki, naturalmente Rosa Luxemburgo. Pero también desde el principio hubo una colección literaria donde salían cosas curiosas como los sonetos de Shakespeare con una introducción de un filosofo español o Conversaciones con Marcel Duchamp de Pierre Cabanne. Luego, en los años 70, una colección que provocó un gran impacto en España de la llamada literatura forajida con Copi y Bukowski y luego el nuevo periodismo y luego empezamos con panoramas de narrativas y narrativas hispánicas. Lo que me guiaba era la curiosidad, me entusiasmaba con determinados libros y decía este entusiasmo hay que compartirlo. Como editor mi trabajo es intentar que los lectores se conviertan en adictos de mi autores.
—¿Ese entusiasmo por encontrar un texto o un autor nuevo persiste?
—Persiste, por una especie de extraña deformación personal. Pasó con Mariana Enriquez, por ejemplo, o con Kohan, por más que ya lo había leído bastante. Hay algo interesante en la vida del editor que es el acompañamiento al autor. Hace un tiempo editamos un librito que se llama Deconstructing Anagrama, donde están los autores, por temas, por bibliotecas y el club de los diez que son los autores a los que les publicamos más de diez títulos y en el último Deconstructing... eran 44.
—¿Cuando decide publicarle a un autor un primer libro en Anagrama eso implica que entra a la familia de su editorial y que sus próximos libros serán editados por usted?
—No, porque acabaríamos publicando miles (se ríe...) Es según la evolución, aunque en bastantes casos fue así. Un ejemplo: desde que tomamos llamado british dream team de Julian Barnes , Ian McEwan, Martin Amis, Kazuo Ishiguro, Hanif Kureishi, les publicamos todo desde el año 80.
—¿Qué es lo que le marca su olfato cuándo ve un manuscrito?
—El talento es muy obvio. Pongámosle Mariana Enriquez, lees una página y dice qué está pasando. Con una página puedes ver si hay un autor. Otra cosa que hay que distinguir es entre un autor y un libro, es decir, en un autor primerizo puede haber una voz que aún no sea lo bastante para sostener todo un libro pero ya hay una voz, y en otros la voz que te ha sorprendido y alertado en unas primeras páginas lo vas viendo y como un jinete le vas diciendo sigue, sigue, sigue.
—Hace poco tiempo Alfaguara anunció que reeditará la obra de Roberto Bolaño. ¿Lo ha tomado como una pérdida?
—Bolaño mientras vivió fue incondicional de Anagrama y odiaba a los agentes literarios. Una cosa es un autor y otra es su viuda. Hay amplia bibliografía sobre viudas de autores. En el caso de Carolina López, la viuda de Bolaño, entrará a formar parte de esta bibliografía.
—El primero de enero dejará la dirección de Anagrama después de un proceso de venta. ¿Cómo vive estos meses?
—La vivo con notable ataraxia y con el mismo entusiasmo, es decir por razones cronológicas, decidí negociar con Feltrinelli, que fue una editorial esplendorosa en los 50 y 60. Anagrama ha sufrido la crisis como todo el mundo editorial pero estos dos últimos años han sido excpecionales. El 2014 iba muy bien y tuvo el remate glorioso con Modiano y el Premio Nobel. Es un caso curioso porque es de esos autores muy buenos pero muy minoritarios que en España se han ido quedando sin editor. Desde el principio lo ha publicado una muy buena editorial, Alfaguara en la época de Salinas, le han publicado seis o siete y al final bandera blanca porque no había manera. Le publicaron siete u ocho editoriales, la última Seix Barral, que luego se desinteresó de él, y quedó sin editor en España. Y cayó en mis manos Un pedigrí y dije "esto es una obra maestra y, aunque vendamos 500, no pasa nada, lo publico". Se produjo un fenómeno curioso que fue un redescubrimento de Modiano y tuvo una muy buena prensa y entonces empecé a publicar los siguientes recuperando los anteriores. Nunca fue un best seller, aunque uno vendió 20 mil ejemplares y luego inesperadamente le dieron el Premio Nobel. Lo que me alegró fue que después de algunos años caprichosos, por así decirlo, de premiados inesperados del Nobel, el portavoz de la Academia me dijo es el Proust de nuestro tiempo. Lo hemos seguido publicando y hemos ido rescatando novelas anteriores.
—Al pasar, habló de la crisis de la industria editorial. ¿Cómo ve el desarrollo del libro en relación con las nuevas tecnologías? ¿Cree que hay un cambio en el hábito del lector?
—Es un territorio muy complejo y se hace difícil jugar a futurólogo y hay tantas teorías. Había el fantasma de que el e-book acabaría con el libro de papel y esto se ha demostrado que no sucede ni mucho menos. En la Europa continental está detenido, un 4 o 5% de las ventas globales, en Estados Unidos está bloqueado en 25% y sobre todo la literatura de género, es decir la venta de buena literatura se vende muy poco. Este fantasma está un poco despejado. Respecto del cambio de costumbres debido a las nuevas tecnologías, los jóvenes que antes leían más y ahora con los juegos y los cacharreros ocupan su tiempo de ocio, luego hay una banalizacion de la cultura y esto deja de lado las teorías, hay algo tan práctico como la lista de best-sellers, sobre todo en Estados Unidos. En general es la apoteosis del best-seller y de las Sombras de Grey.
—Cuando uno charla con los escritores argentinos que editó, todos están sorprendidos con la forma con la que se trabaja con usted y como está hasta en el último detalle...
—Es cierto que es así porque de siempre he tenido, además de la intuición y el entusiasmo, el gusto por el trabajo artesanal. Creo que un libro puede ser mejor o peor pero el autor ha dejado su alma, su corazón y sus entrañas. Es respeto al libro publicarlo de la mejor manera posible y también el gusto estético, toda la vida me he ocupado de la elección final de las portadas, para que ese envoltorio sea gozoso visual y estéticamente, incluso táctilmente y que, al menos en esta parte, el autor vea que estamos jugando en el mismo bando.
—No puedo dejar esta entrevista sin preguntarle qué ve en la literatura argentina que lo ha sorprendido más allá de lo que ha publicado.
—No soy ni un pontífice ni un estudioso, soy un lector. El oficio de editor te da una mirada muy polarizada; recuerdo que antes de ser editor leía de una forma mucho más amplia y ahora uno está focalizado en lo que puede ser "anagramatizable". Haciendo esta reserva, la literatura que advierto posee autores más interesantes es la argentina. Esto lo digo como editor de Anagrama y esto lo refleja el catálogo.