No deja de tener gracia que un dirigente político, en lugar de buscar ampliar la base de su apoyo social y electoral, anuncie muy suelto de cuerpo que sus esfuerzos se dirigirán a blindar la adhesión de los convencidos o de los fieles, de movilizar a los propios.
Y no incluyo en el concepto a aquellos que la necesidad, la postergación y la miseria de décadas de corrupción y latrocinio desde el Estado han convertido en participantes "semiprofesionales" de toda manifestación de la que pueda obtenerse algún paliativo a sus carencias: los que son arreados como si de ganado se tratase, subidos masivamente a los micros fletados por el municipio usado a la manera del camión jaula del ganadero y ni siquiera saben muy bien cuál es la razón por la que fueron llevados allí.
En este caso me refiero a los otros, a los que son llamados desde el discurso y los mensajes que circulan a través de las redes desde la épica del combate.
El único objetivo de movilizar a los partidarios inconmovibles es que no declinen, que no decaigan en la pereza de una convocatoria que, en realidad, no tiene alicientes.
Con esos eufemismos, por lo general, se refieren a los exaltados: esa clase de individuos que se relacionan con la política a través de una hostilidad visceral al adversario. Esos que nunca dudan porque tienen la certeza del sectarismo. Primero deciden su adscripción en un bando y después determinan su forma de pensar a través de ese sentido de la pertenencia. Su criterio está conformado por una estrechísima horma intelectual construida con retazos perdidos de convicciones. Son el núcleo irreductible, disciplinado y acrítico de la vida partidista y, mucho más acrítico, de la figura del líder,
Para esos tipos no existe acción, por deleznable o delictiva que sea, que no encuentre justificación si proviene de los que encabezan su facción o lideran su bandería. Por definición, las fechorías, la corrupción y los latrocinios que, día tras día, se les van comprobando, nunca dejarán de ser patrañas burdas, campañas de deslegitimación orquestadas por la oligarquía, el imperialismo o alguna otra dependencia de la corte de Satanás, porque el infierno siempre son los otros. En suma, lamentables militantes de una causa antes que simpatizantes de una idea.
Es un colosal esfuerzo pero no tiene futuro. Manotazo de ahogado de formaciones políticas en situación de alarmante decadencia, que se ven amenazadas por una dispersión que las envuelve en la bruma de la incertidumbre. El único objetivo de movilizar a los partidarios inconmovibles es que no declinen, que no decaigan en la pereza de una convocatoria que, en realidad, no tiene alicientes. No hay propuestas, no hay proyectos, no hay ideas, todo se reduce a una inflamada arenga contra los rivales.
Como en el verso del Macbeth de Shakespeare, "un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia que, al final, nada significa".