En octubre del 2015, la Abadía abrió sus puertas después de décadas de clausura. Su inauguración significa no sólo la reapertura de uno de los mayores patrimonios históricos y culturales de la ciudad, sino la oportunidad de que nazca un nuevo ámbito destinado primariamente a la reflexión sobre la identidad latinoamericana. La Abadía, Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos, llegó, luego de un extenso trabajo de restauración que continúa hoy en día, para ofrecerle al público una novedosa propuesta para la Ciudad que incluye un flamante centro de exhibiciones, y un espacio dedicado a conferencias, cursos, talleres, cine debates, foros y conciertos.
"El edificio empezó a construirse a principios de 1900", contó a Infobae Andrea González , la arquitecta encargada del proyecto de reacondicionamiento y revalorización del edificio. "Lo primero que se construyó fue la iglesia y después la Abadía. Los monjes benedictinos lo habitaban mientras todavía estaba en construcción, y, alrededor de 1970, sin haber terminado el edificio, se mudan de acá a un edificio en la localidad de Jáuregui en Luján, porque esto ya se había vuelto muy urbano para ellos, que son monjes de semiclausura". Desde esa época, la Abadía de Luis María Campos y Gorostiaga permaneció cerrada, exceptuando un período en el que funcionó como residencia universitaria para estudiantes que llegaban a la Ciudad desde el interior del país.
"Este edificio, que remite a abadías románicas europeas, está construido con una estructura de hormigón y hay algunas partes sin terminar", reveló la arquitecta. Es por eso que el proyecto de revalorización se volvió imprescindible para conservar este lugar, que estaba siendo sacudido por el paso del tiempo. "La verdad es que los materiales originales son muy nobles y el edificio tiene muy pocas falencias, por lo que funciona muy bien" reconoció González, y aseguró que se armó "este proyecto de revalorización de fachadas para cosas que se necesitan, no porque lo quieran llevar al estado de terminación en el que fue proyectado en un principio, sino para parar algunos deterioros que son fruto de que se haya quedado a la mitad".
En una primera etapa de reacondicionamiento, el objetivo era rescatar a la Abadía y traerla al siglo XXI, respetando su estructura original. La puesta en valor de la imponente edificación llevó varios meses, y, de los 5.000 metros cuadrados, se comenzó con la adecuación de dos de las tres plantas que componen el edificio principal, que funciona como centro de exhibición, salas de ensayo para orquestas infantiles y un auditorio con capacidad para 120 personas para conciertos, conferencias y talleres de todo tipo. Todo se diseñó con el fin de resguardar el patrimonio, y en algunas de las oficinas se pueden todavía observar los vestigios de las antiguas alcobas de los monjes benedictinos.
"Esta manzana es un conjunto urbanístico que incluye la iglesia, este edificio, la barranca y otro edificio atrás que es parecido a éste pero mucho más chico, que también pertenece a los benedictinos, y donde todavía habita uno de los monjes", explicó la arquitecta sobre los espacios comprendidos en este terreno. "Como es una sola propiedad y es toda un área de protección histórica, tiene una reglamentación que hace que sea bastante complejo intervenir, y que el proceso sea lento. La premisa es en primera medida el respeto por el patrimonio, porque es un bien histórico. Todas las intervenciones que se hacen no son en términos de intervención drástica, sino que se busca la adaptación a los usos que se le quieren dar ahora". De esta manera, los pisos, techos y paredes se renovaron con materiales adecuados tanto estéticamente como para las necesidades edilicias y de funcionamiento, a la vez que se hizo una instalación eléctrica y de acondicionamiento climático con la mínima intervención posible para que permanezca casi intacta la armonía arquitectónica del lugar.