Cómo fue que estadounidenses comunes se convirtieron en yihadistas

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Los dos hijos varones del matrimonio Kahn crecieron en Chicago jugando al básquet; sus padres, si bien respetaban la religión musulmana, los criaron imbricados en la cultura estadounidense, con sus cómics de Marvel, sus compras en Walmart y sus vacaciones en las cataratas del Niágara. Cuando Kim Kardashian pasó por la ciudad, uno de ellos, Hamzah Kahn, se sacó una selfie con ella.

En 2014 Mohammed Hamzah, el mayor, se había convertido en aspirante a combatiente del Estado Islámico, ISIS.

Tramitó su pasaporte y el de sus dos hermanos, Mina, de 17 años, y Khalid, de 16. Pagó casi 2.700 dólares por pasajes para los tres de Chicago a Viena y de Viena a Estambul. Allí los esperarían –según su contacto de ISIS, Abu Qa'qa, a quien había conocido mediante aplicaciones de mensajería como Kik y WhatsApp– para que los cruzaran a Siria.

También Mina dio la espalda a su identidad estadounidenses por contenidos que miraba en su smartphone, como Saleel Sawarim ('El rechinar de las espadas'), un video que forma parte de una serie que muestra ejecuciones sumarias de ISIS. Al terminar de verlo, tuiteó el enlace y un comentario con los emoticones de una carita sonriente y un corazón.

Carlos Bledsoe nació en Tennessee; protestó contra las intervenciones militares de los Estados Unidos en Afganistán e Irak y mató a un soldado estadounidense en Arkansas.

Faisal Shahzad, de origen pakistaní y nacionalizado como su esposa, padre de dos hijos nacidos en los Estados Unidos, estacionó un vehículo mediano cargado de explosivos en Times Square, en Nueva York, en 2010.

Hoda Muthana dejó sus estudios universitarios y su casa en Alabama para sumarse a ISIS. Desde Siria, subió a Twitter fotos de ella tapada por el velo y con un arma AK-47, en un automóvil BMW blanco con el epígrafe "relajándome en el califato".

Najibullah Zazi discutía en la comunidad afgana de la ciudad de New York, donde vivió en la adolescencia, sobre la guerra en Afganistán. Al Qaeda lo reclutó para que intentara poner una bomba en el subterráneo de Manhattan.

Zachary Chesser, nacido en Virginia, quien se convirtió al islamismo durante la adolescencia y se casó con una joven musulmana, amenazó de muerte en su blog y en varias cuentas de Twitter a los creadores de la serie South Park por su representación de Mahoma.

Omar Hammami nació en Alabama, donde todos los domingos de su infancia asistió a la escuela de estudios bíblicos. En sus años del secundario, se destacó entre sus compañeros por su excelencia académica y por su talento para el hip-hop. Luego inició un periplo que lo transformó y lo dejó en Somalia, donde combatió en las filas de Al Shabaab, la filial local de Al Qaeda. Mantuvo su costado artístico: subió a internet canciones de propaganda como "Mándame un misil" y "Haz la yihad conmigo", y se convirtió en una personalidad en Twitter.

Samir Khan, nacido en Queens, uno de los barrios populares de la ciudad de New York, les dijo a sus compañeros de la escuela secundaria que la política de los Estados Unidos tenía la culpa de los atentados del 11 de septiembre. Tiempo después se unió a Al Qaeda en Yemen y fundó la primera publicación en línea del grupo terrorista, Inspire, donde se publicaron artículos como "Prepara una bomba en la cocina de tu madre".

¿Por qué algunos jóvenes estadounidenses abrazaron una utopía islámica que tiene entre sus fines principales la violencia terrorista contra el país donde nacieron?

Estos y otros casos se desarrollan, como ejemplo de los 330 estadounidenses procesados por militantes o aspirantes a militantes de ISIS en los últimos 15 años, en el libro United States of Jihad: Investigating America's Homegrown Terrorists (Los Estados Unidos de la Yihad: una investigación sobre los terroristas crecidos en el país), que se estructura alrededor de una pregunta perturbadora: ¿por qué algunos jóvenes estadounidenses abrazaron una utopía islámica que tiene entre sus fines principales la violencia terrorista contra el país donde nacieron?

En su nuevo libro, Peter Bergen –experto en terrorismo y analista de seguridad nacional de CNN– explora pistas de diversas disciplinas para llegar a una conclusión sombría: no hay tal cosa como un perfil perverso o trastornado –en todo caso, identificable– del joven terrorista estadounidense de hoy.

"Es tentador asumir que la decisión de inclinarse por el terrorismo debe estar enraizada en alguna experiencia traumática de la vida; que estos hombres deben ser jóvenes impulsivos sin obligaciones familiares; que sufren alteraciones patológicas, o son criminales de carrera o, por lo menos, que no son muy brillantes", escribió. "Entre los 330 militantes examinados para esta libro, ninguna de estas generalizaciones se sostienen". Y cuatro de cada cinco son ciudadanos de los Estados Unidos, no sólo se educaron allí. Son parte del mosaico de etnias que definen la diversidad del país.

Son –definió– personas comunes.

"Su edad promedio es 29 años; mucho más de un tercio de ellos están casados y una proporción similar tiene hijos; el 12% ha estado en prisión, comparado con el 9% de la población masculina de los Estados Unidos, mientras que alrededor del 10% tiene problemas de salud mental, una incidencia menor que la de la población en general. Son, en promedio, tan educados y emocionalmente estables como el ciudadano típico".

No se trata de extranjeros. "Más de 100 ciudadanos estadounidenses o residentes han sido procesados luego de viajar al exterior para unirse a un grupo terrorista y otros 39 han sido arrestados en los Estados Unidos mientras planeaban hacerlo", estableció Bergen. "En su expresión más simple, esta es una forma de traición".

Según Bergen, basta un conjunto restringido de variables para que algunas personas puedan dar ese paso: pone el ejemplo de Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, responsables de la masacre en el Maratón de Boston en 2013. "Para los hermanos, la combinación de propaganda como Inspire con resentimientos antiestadounidenses y la falta de influencias moderadoras alcanzaron para achatar su concepción del islam hasta convertirla en una justificación de la venganza letal".

El autor de Manhunt: The Ten-Year Search for Bin Laden From 9/11 to Abbottabad (Cacería humana: los diez años de búsqueda de bin Laden desde el 11 de septiembre a Abbottabad) también indagó en el modo en que la percepción del terrorismo ha cambiado desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center y el Pentágono, que dejaron casi 3.000 muertos: qué diferencia hay entre una masacre como la de San Bernardino y la voladura del edificio federal en Oklahoma, y cómo diferenciar en ese contexto balaceras como la de la escuela primaria de Sandy Hook o el cine de Aurora donde se estrenaba Batman: el caballero de la noche asciende.

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"Su edad promedio es 29 años; mucho más de un tercio de ellos están casados y una proporción similar tiene hijos"

La respuesta de las instituciones y lo difícil de asir de un fenómeno en transformación constante son otros de los temas que abordó Bergen: en su crítica del libro en The New York Times, Janet Napolitano, ex secretaria de Seguridad Interior de Barack Obama y actual presidente de la Universidad de California, comparó United States of Jihad con "escribir una historia de la década de 1960 mientras The Beatles todavía cantan".

El hombre que en 1997 produjo la primera entrevista televisiva a Osama bin Laden en la que declaró la guerra contra los Estados Unidos por primera vez a un público occidental, también codirector del Center on the Future of War ('Centro sobre el futuro de la guerra') en la Universidad Estatal de Arizona y director de la fundación New America en Washington, salió gallardo: "El libro de Bergen es el mejor tratamiento del estado presente de la yihad en los Estados Unidos que se escribe en un solo volumen", escribió Napolitano, también ex gobernadora de Arizona.

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A lo largo de once capítulos, Bergen investigó las vidas de los autores de masacres como la de Fort Hood y la de el Maratón de Boston; también los casos de otros ciudadanos que dejaron su país para unirse a la yihad en Siria o Somalia. En su mayoría, pertenecen al salafismo, la rama ultrafundamentalista del islam sunita que se volvió "crecientemente politizada", al punto que quienes adhieren a ella –describió el autor– "mezclan en el califato la política y la teología". Pero también hay otros factores involucrados en la elección, ni políticos ni religiosos: el autor cita factores psicológicos.

"Para muchos de estos reclutados, su inclinación a la militancia fue motivada, al menos en parte, por un deseo de reconocimiento o de pertenencia, con frecuencia ambos. La yihad les ofreció la oportunidad de ser alguien, y al mismo tiempo ser parte de algo que los trascendiera", se lee en el libro. "Después de todo, existe algo emocionante, hasta heroico, en proyectarse a uno mismo como un combatiente de una gloriosa guerra santa declarada por Alá contra los enemigos del islam, en especial cuando de otro modo uno sería otro trabajador de oficina de los suburbios, como era Samir Khan, o un desempleado, como era Tamerlan Tsarnaev".

"Una nueva generación de yihadistas angloparlantes, conocedores de internet, están a un clic de distancia"

Uno de los cambios recientes –vertiginosos– del fenómeno del terrorismo es su capacidad para que coexistan grupos liderados, como solía ser, y lobos solitarios.

La tecnología está en la raíz de esa transformación: "Una nueva generación de yihadistas angloparlantes, conocedores de internet, están a un clic de distancia", señaló Bergen para dar cuenta del aumento de 1990 a 2006 de las páginas web terroristas: de una decena a 4.000. "El lobo solitario es hoy parte de un paquete virtual".

Bergen compara esa expansión geométrica con la epopeya de un hombre solo, la historia del imán Mohamed Magid, de la mezquita All Dulles Area Muslim Society, en Virginia. El imán convoca a los adolescentes para hacerlos dudar de las afirmaciones de ISIS, hacerlos reflexionar. Y funciona. Pero cuando dejan la mezquita –señaló el autor de United States of Jihad– vuelven a sus dispositivos móviles, donde los reclutadores de ISIS los esperan con sus tuits y sus mensajes de texto. "Magid les habla a estos jóvenes durante dos horas, e ISIS echa al suelo su labor en dos, tres, cuatro horas". ISIS está siempre en línea.

El clérigo Anwar al Awlaki, nacido en el estado de Nuevo México, fue una de las voces más encendidas de la yihad conectada. Se instaló en Yemen, donde se convirtió en el dirigente de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP). En muchos de los casos que Bergen describe en el libro, los radicalizados tenían guardados sermones o escritos de Awlaki, quien resultó el primer ciudadano desde la Guerra de Secesión en ser asesinado por orden presidencial, mediante un drone. El lobo solitario que mató a 13 personas en Fort Hood, Nidal Hasan, le escribió tantas cartas que Bergen lo comparó con un amante que no es correspondido. Y Hammami murió bajo el fuego de sus propios líderes de Al Shabaab, el brutal grupo somalí, a quienes había criticado en Twitter y que mostró en línea, en vivo, el acto que resultaría su ejecución.

Un argumento central de Bergen es que los yihadistas estadounidenses adoptaron el binladenismo, el dogma de Bin Laden. Lo define como una ideología: "Un conjunto de ideas que pretenden explicar el mundo e, inclusive, la historia misma". Lo compara con el marxismo-leninismo y el nazismo desde la perspectiva en que, seculares o religiosas, las ideologías "son fundamentalmente teológicas, en el sentido de que no esta abiertas a la pregunta o la indagación científica. Se cree o no se cree".

En el caso del binladenismo, sus adeptos creen que "el mundo será perfecto luego de la restauración de un califato de estilo talibán que se va a extender por el mundo musulmán desde Indonesia a Marruecos". Hay individuos y naciones malvados que se interponen en el camino hacia ese sueño: "los judíos, Israel, los Estados Unidos, y cualquier régimen de Oriente Medio que no siga las reglas de estilo Talibán". La ideología sobrevive a los matices internos: "El propio Bin Laden y el centro de Al Qaeda vieron esta restauración como el resultado de generaciones de guerra santa, mientras que ISIS, como hemos visto, lo ve como un imperativo estratégico del presente".

Para el autor es sorprendente que el dogma de Bin Laden haya arraigado entre los musulmanes de los Estados Unidos, que se conocen en el territorio desde la era colonial y están protegidos desde la ley de libertad religiosa que se aprobó en Virginia en 1786, cuyo autor principal fue Thomas Jefferson.

"Los yihadistas, desde luego, conforman una minoría pequeña dentro de la población estadounidense musulmana. Sin embargo –se lee en United States of Jihad–, han jugado un rol capital en Al Qaeda desde que se fundó el grupo. Sólo una docena de hombres asistieron a su primera reunión, organizada por Bin Laden en Pakistán a fines de agosto de 1988. Uno de ellos fue Mohammed Loay Bayazid, quien creció en Kansas City y estaba estudiando ingeniería en Arizona. El entrenador militar principal de Al Qaeda fue Ali Mohamed, un sargento del Ejército de los Estados Unidos destinado en Fort Bragg, Carolina del Norte, a finales de la década de 1980".

Hay otros ejemplos: Wadi el Hage, quien asistió a la universidad en Louisiana y se casó con una estadounidense, fue secretario personal de Bin Laden; Adnan Shukrijumah, de la Florida, estaba a cargo de las operaciones de Al Qaeda para atacar los Estados Unidos hasta su muerte en Pakistán en 2014; el californiano Adam Gadahn era el vocero y el consultor de medios del grupo hasta que murió durante un ataque de drones de la CIA a comienzos de 2015.

Según las estadísticas de su fundación, New America, desde el 11 de septiembre de 2001 los yihadistas han matado a 45 personas en los Estados Unidos

Bergen mantiene el problema en su contexto: el lector, advierte, tiene "5.000 veces más probabilidades de morir a manos de un compatriota armado que a manos de un terrorista inspirado por la ideología de Bin Laden". Según las estadísticas de su fundación, New America, desde el 11 de septiembre de 2001 los yihadistas han matado a 45 personas en los Estados Unidos; en el mismo tiempo, extremistas armados de diversos tipos (fanáticos antigobierno o antiaborto, cita como ejemplo) han matado a 48 ciudadanos. A eso hay que sumarles las frecuentes masacres con arma de fuego que no responden a esas razones, si acaso a alguna.

El libro aclara el dato sin perder peso: el terrorismo es un fenómeno que no se mide por esas cifras, ya que su naturaleza contiene la posibilidad de que inclusive un número pequeño de individuos cause pérdidas masivas de vida. Y también su control abre preguntas sobre las libertades de todas las personas que conforman una nación, en la cual pueden existir sectarios religiosos violentos.

Se trata de un rompecabezas, compara el autor: si antes del 11 de septiembre había 16 personas sospechosas de lazos con el terrorismo en la lista de los que tienen prohibido viajar, hoy hay 47.000. Entre ellos estaban Syed Rizwan Farook y Tashfeen Malik, quienes mataron a 14 personas e hirieron a 22 en San Bernardino; estar en esa lista no les impidió comprar las armas para realizar la masacre. Bergen presenta muchos de los desafíos institucionales, por ahora sin respuesta, que ha creado el fenómeno de la yihad dentro de los Estados Unidos.

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