El 1º de marzo de 2015, en su último discurso de Apertura de Sesiones del Congreso de la Nación ante la inminencia de la finalización de su segundo mandato y ya sin posibilidad de reelección, la presidente Cristina Fernández de Kirchner, recientemente acusada por el fiscal del caso AMIA doctor Alberto Nisman y con pedido de juicio político, lejos de rebatir las imputaciones realizadas hacia su persona atacó de lleno al Poder Judicial de la Nación en presencia del propio presidente de la Corte Suprema de Justicia, doctor Ricardo Lorenzetti.
En su exposición denunció la existencia de un supuesto "partido judicial" y sostuvo que ese Poder violaba la independencia del resto de los Poderes y actuaba de manera independiente "de la Constitución, las leyes y los códigos", pretendiendo así gobernar. Y como justificando el fracaso de la resolución del atentado que el 18 de julio de 1994 destruyó la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina, puso fin a la vida de ochenta y cinco personas y dejó más de trescientos heridos, dirigiéndose al titular de la Corte le preguntó: "¿En qué quedó el caso de la embajada investigado por esos jueces?", para luego agregar: "No miren para acá, miren para otro lado".
En ese momento me pareció estar experimentando una especie de déjà-vu, pero no como un "algo ya vivido", según reza la creencia más difundida, o como un solo "error de nuestro cerebro", en palabras de san Agustín, sino algo mucho más difícil de explicar. Antes bien, sentí como si numerosos déjà-vu se hubieran encadenado en una suerte de errores plurales en mi cerebro. Intentaré explicar ese "volver a vivir".
La embestida de la presidente a la Corte no sólo no era una novedad: también demostraba una vez más que, cuando el Poder Judicial no se sometía irrestrictamente a los deseos del poder Kirchnerista, la mejor opción era atacar su independencia, remover a sus miembros y nombrar a otros en su lugar sin más ni más. Extraña interpretación de la división de Poderes, y del sistema representativo, republicano y federal que impone nuestra bastardeada Constitución.
Es que, cuando su antecesor en el cargo y marido, el ex presidente Néstor C. Kirchner, el miércoles 4 de junio de 2003 le exigió al Congreso la destitución de la Corte por entonces existente se vislumbró, tal como había sostenido públicamente por esa misma fecha el anterior titular, doctor Julio S. Nazareno, que el gobierno quería una Corte adicta para así obtener la suma del poder público, cosa que lograría luego con la instauración de una nueva composición.
Yo era uno de los jueces de aquella Corte desplazada, "acusados" de menemistas y de fallar de manera incorrecta, a juicio de legos o interesados o de simples soldados del gobierno. Como dije durante todo el tiempo que resistí los embates del kirchnerismo y sus cómplices, mi interés no fue conservar el cargo, sino preservar un Poder del Estado que todo magistrado tiene la responsabilidad de cuidar. Pues bien, el tiempo de completar ese propósito es ahora, ya pasado el nefasto encanto del que gozó el autor de instrumentar aquel impune golpe institucional en la Argentina, que finalizó con la caída de nuestra Corte y que había comenzado con el derrocamiento disfrazado de renuncia del gobierno de Fernando de la Rúa.
De lo que se trató, y en gran medida se logró, fue y es sembrar las semillas de la invasión de la justicia para timonearla a su antojo, hasta llegar a tornarla en contra de sus propios integrantes. Y fueron nada menos que los otros dos poderes los que cometieron el mismo delito al deponer con excusas banales la Corte en los años 2003/2004, y continuar avasallando los restantes fueros e instancias del Poder Judicial de la Nación hasta el final de los gobiernos kirchneristas en 2015. El Poder Judicial, con su Corte Suprema como cabeza, merece la misma protección y respeto que los poderes Ejecutivo y Legislativo. Porque sobre los tres poderes del Estado, en igualdad de condiciones, se asienta el único Poder real, que corresponde en su totalidad al pueblo de la República.
Sin embargo, no perdemos la esperanza ni cesamos en el ruego de que Dios ilumine a nuestra nación en el camino de su recuperación moral y material, y que le permita recomenzar en concordia el destino de grandeza que nunca debió haber abandonado desde aquel lejano 9 de julio de 1816.
El texto es una versión condensada del prólogo y el epílogo del libro "Asalto a la justicia", de Adolfo R. Vázquez.
El texto es una versión condensada del prólogo y el epílogo del libro "Asalto a la justicia", de Adolfo R. Vázquez.
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