Bella y enigmática, esta isla italiana no cesa de sorprender. Sus caminos ascendentes ofrecen las mejores vistas hacia las playas diminutas de canto rodado, con aguas del Mar Tirreno de un color inigualable. Todo aquí se resume en la contemplación del paisaje que, de tan bello, resulta irreal.
La isla de Capri tiene una extensión de casi once kilómetros cuadrados, y el municipio de Capri es la mayor urbanización de la isla. Para acceder a la Piazzeta principal se recorre un camino sinuoso que sube por la ladera de la montaña cubierta con plantaciones de mirtos y retamas. Existen buses que realizan el recorrido dado que hacerlo a pie es por momentos un poco exigente. La aerosilla es una excelente opción ofreciendo además las mejores panorámicas sin el menor esfuerzo.
La piazzeta de Capri es el centro de la vida social y lugar de partida para recorrerla. Fue originariamente un mercado de verdura y pescado, hasta que en 1938 Rafaelle Vuotto decidió abrir un local y colocar mesas en la puerta, dando comienzo a la vida mundana de la isla. Desde aquí, bajando por el corso Vittorio Emanuele, se suceden las tiendas con las marcas más famosas y caras del mundo, concentradas en tan sólo un par de cuadras.
Desde el corazón del puerto se descubre su gente, los mercados y el ir y venir de turistas que ansiosos buscan el recuerdo de su paso por la isla. Se puede además contratar un tour de navegación para bordear la isla y visitar la famosa Gruta Azul que, sin lugar a dudas, es la excursión estrella.
La Gruta Azul es una cueva marina que se puede visitar en su interior y aunque por momentos esté sobrecargada de turistas, vale la pena hacerlo. El mar parece estar iluminado de color azul, de ahí su nombre. El sonido y el eco que allí se experimenta son notables. La apertura de ingreso es pequeña y si el oleaje es grande es posible que los visitantes deban recostarse para poder acceder.
Los encantos de Capri ya eran conocidos en tiempos remotos. El emperador Augusto consideraba a la isla como el lugar del dulce reposo o el dolce far niente. Muchos fueron los emperadores romanos que descansaban en lujosos chalets en la Isla y se cree que la gruta era utilizada por los emperadores como baño. Además, en el noreste de la isla, en la cima del monte Tiberio, se encuentra la villa Jovis, donde residiera hasta su muerte el emperador Tiberio.
La isla con sus faldeos por momentos rocosos y en otros cubiertos de un verde intenso, expone un muestrario de mansiones que parecen estar suspendidas inexplicablemente. Sus grutas, acantilados, bahías y cuevas componen un paisaje inolvidable. Un clima suave y una ensalada famosa oriunda de aquí, la caprese, prometen que la visita sea una inexperiencia inolvidable.