Marina Mariasch: "En la casa de muchos amigos no se compraba Coca-Cola porque era imperialista"

"Estamos unidas" es el juego de palabras con el que la escritora tituló su nuevo libro, sobre una generación criada "por padres setentistas, militantes", y la contradicción del consumo y "la fascinación que tenemos por el dólar"

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En la tapa, una chica con anteojos oscuros está sentada en el piso, apoyada contra una pared de ladrillos. Tiene puesta una remera de Snoopy que se adivina debajo del brazo cruzado que sostiene un vaso de Coca-Cola. Está sola en una fotografía en blanco y negro.

Podría sonar en el fondo la letra que a fines de los 80 escribió Charly García: "Ella está por despegar/ ella se va. // Ella viaja sin pagar / el viejo truco de andar por la sombra. // Ella baila sobre el mar / ella se va. // Pasajera en trance, / pasajera en tránsito perpetuo". Pero no hay música, hay literatura.

"Mamá no se enteraba de nada. Ni de la materia, ni del novio dealer."

El despegue es uno de los temas de Estamos unidas, el libro de Marina Mariasch que Mansalva acaba de publicar. Las drogas, el sexo, el amor al dólar, el mundo masculino que sólo aparece en forma lateral, la idea de los Estados Unidos como meca y la atmósfera familiar en crisis en una casa de clase media ("Mamá no se enteraba de nada. Ni de la materia, ni del novio dealer. Ni de que hacíamos fiestas en casa. Vagaba en el limbo del valium y del psicoanálisis lacaniano").

El despegue hacia un mundo adulto en un universo femenino en el cierre de la etapa alfonsinista de la democracia y el inicio de la década del 90, cuando el dinero y el consumo parecían llamados a moldear el crecimiento de las protagonistas.

"Esta foto es de 1987, que es un poco el período en el que empieza la novelita, algo previo a los noventa. Un poco como [Eric] Hobsbawm, que arma las décadas y los siglos montados entre números, porque los números son arbitrarios: son unos 90 incipientes que empiezan en el 1987 y llegan hasta el 1992; el libro abarca ese período. Esta foto es de un verano en el que mi mamá y mi hermana se fueron a Cuba y yo preferí irme con mi tío a Punta del Este", cuenta la escritora en el estudio de Infobae. "Esto parece muy frívolo y de hecho lo es –explica-, pero tiene un trasfondo emocional y afectivo: yo no quería estar en esas circunstancias en el contexto familiar por lo que se estaba viviendo. Y tiene que ver con la novela, que es en parte autobiográfica y en parte no. Se toman materiales de la vida, lo que tenemos alrededor, fragmentos del mundo que vemos, pero que también es mentira. Tiene la verdad de la literatura, no de la biografía".

—¿El dinero y los Estados Unidos como síntesis de los noventa? Que incluso lo sugiere desde el título: Estamos unidas.

—Sí, está ahí sugerido y creo que la idea de Estados Unidos y el dólar es previo a los noventa y al uno a uno. Una de las primeras imágenes que aparecen acá es un viaje de uno de los personajes a Estados Unidos y esta cosa medio falsa que se construye desde acá, porque en Argentina está el fenómeno de la hiperinflación, que empieza a aplastar todo como una pelota gigante que va por la calle y aplasta todo. Al personaje que está en Estados Unidos eso se lo ocultan, no se lo quieren contar como para que pase su viaje de aprendizaje tranquila. Ya ahí empieza como una fantasía mezclada con que se va colando información, porque es previo a internet.

—Es un momento de la vida de ingreso a la adultez. En ese sentido, ¿a la novela la ve como un relato de iniciación?

—Sí, también está eso: el ingreso en el mundo del adulterio, le diría yo, porque siempre me causa mucha sensación que la palabra adulto y adulterio estén tan emparentadas fonética y etimológicamente. Pero es así: es la primera visita a un banco en los Estados Unidos de dos hermanas, con la abuela y la madre. Es un mundo muy femenino, donde los hombres aparecen casi como ausencia o como transposición, casi como figuras que entran por una puerta y salen por la otra; la estructura es matriarcal y por eso el título es en femenino. Hay un banco y es el primer contacto con los ahorros en dólares en el exterior, con el primer viaje sola, con el sexo y con los drogas. Y todo lo abstracto que supone el valor del dinero y el valor de los afectos, y lo material a la vez.

"Trato de contar las contradicciones de una generación criada por padres setentistas, que habían militado, y bajaban mucha línea ideológica, a un punto casi ridículo"

—Esto hay que unirlo en forma inevitable con el consumo tan propio de esa época. En un momento la narradora dice: "A nosotras nos tocaba esto, consumir".

—Está tratando de contar las contradicciones de una generación que fue criada por padres setentistas, que habían sido militantes y bajaban mucha línea ideológica, a un punto casi ridículo, como que por ahí no te dejaban pintarte las uñas o escuchar cierta música o mirar televisión. Una bajada ideológica muy estricta y casi graciosa: como muchos amigos, que en sus casas no se compraba Coca-Cola porque era imperialista. Cosas de ese estilo, con una contradicción muy grande que se fue transformando hacia fines de los 80 con el consumo, los consumos culturales por un lado y la devoción por el dólar y los viajes al exterior por el otro.

—Cuando terminé de leer su novela y teniendo la misma edad que usted, sentí algo que muchos autores están planteando en su literatura: los que nacimos en los 70 somos hijos de una generación que nunca se terminó de sentir adulta.

—Sí, sin embargo rescato mucho la época, los setenta, y la ética y la épica de esos años. Siento como una empatía con esa épica y a la vez sí, quizás una mirada que podemos ver desde ahora, de cierta ingenuidad, que tiene que ver con el paso del tiempo y con como son las cosas ahora. Mucho más terribles en un sentido y más amables, en términos de que en nuestro país al menos hay algo que se llama democracia, aunque funcione de manera rara.

—¿Este libro también puede leerse como pequeños cuentos encadenados? Cada capítulo es una historia breve.

—Sí, se puede leer de manera salteada y eso no sé si es una virtud o un defecto, porque sinceramente el tema de los géneros es un a priori de la crítica o de las editoriales para organizar. Lo que es organización, a mí no me sale bien en ningún aspecto, entonces tampoco tengo una capacidad para planificar una historia y la estructura de la novela tipo [Mijaíl] Bajtín, porque no puedo escribir desde ese lugar y tampoco sé si me interesa; quizás con trabajo eso se logre, pero no lo busco.

—¿Es una literatura que fluye?

—Ojalá fluya, pero creo que todos hacemos lo que podemos o lo que nos interesa y a mí no me interesa demasiado la estructura.

"La poesía está en todo tipo de texto, si no lo está, el texto es un plomo"

—Pero sí le interesa el trabajo con el lenguaje y en este texto hay un uso que realiza para mostrar marcas de clase, por ejemplo, cuando la protagonista dice: "Hablar sin el artículo te hacía más rubia", en referencia a mamá y papá.

—Sí, por supuesto que vivo atenta a las palabras. Las palabras me interesan mucho, así como en El matrimonio; aunque se publicó como novela, yo lo escribí como un ensayo, como si estuviera haciendo un observatorio científico sobre la institución matrimonial. Escribí de una manera muy poética, pero, sin embargo, concreta; todas las referencias son concretas, objetos. En este caso, el lenguaje es mucho más directo, plano, como más pop y, sin embargo, está tejido por la poesía. Por eso me da un poco de gracia cuando los supuestos narradores reniegan de la poesía: la poesía está en todo tipo de texto, si no lo está, el texto es un plomo. Por lo menos para mí no tiene interés leerlo; la función poética es propia de cualquier lenguaje literario, si no, es aburridísimo.

—Hace unos años reunió su poesía, escribió un proceso colectivo y ahora publica su segunda novela. ¿Cómo se inscribe este libro en la obra que está construyendo?

—Me cuesta pensar en términos de obra o carrera o desde el lugar: "soy escritor". No pienso en esos términos, ni me gusta pensarme a mí ni a la literatura en esos términos. No juzgo a nadie, pero no me interesa ese tipo de nomenclatura. Son cositas que van saliendo, depende de los momentos y son formas de experimentar con el lenguaje, de ir probando puntos de partida para la escritura y el trabajo con el lenguaje.

—Más allá de eso, imagino que llega a su casa y mira la biblioteca con sus libros y ahí ve el matrimonio, las instituciones, este mismo libro, donde también esto aparece y es fácil pensar que a usted le atrae escribir sobre la institución familiar y los mundos privados. ¿Es así?

—Si hubiera un hipotexto, un texto que está por debajo de mi obra, podría ser El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de [Friedrich] Engels. Ese es el libro que fui leyendo desde chica, que estaba en la biblioteca familiar y que me llamó la atención y me atrajo. Fue punto de partida de varias cuestiones. No sólo por la estructura familiar y la familia como institución, sino por el tema material, por el dinero. Esta novela, creo que la palabra novela le queda grande, porque yo escribo cortito, tenía la idea de llamarse La plata. Ese es el tema principal: el dinero y la fascinación que tenemos por el dólar.

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