Soluciones existentes para combatir el cambio climático

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Carbono negro en Latinoamérica

¿Alguna vez has estado caminando por la calle cuando pasa un camión viejo, arrojando al aire hollín negro? El olor es tan desagradable que puedes saborearlo. Te hace toser. Y pareciera que todo a su alrededor se ve más sucio. Lamentablemente, ese tipo de situación es demasiado común en Latinoamérica – la región más urbanizada del mundo – donde cada día se ven más camiones, autobuses y automóviles sucios de diésel en las calles urbanas.

Ese hollín también se conoce como carbono negro, y será un importante tema de discusión en las negociaciones de las Naciones Unidas en París durante las próximas dos semanas, donde dirigentes mundiales desarrollan un tratado para enfrentar al cambio climático. El carbono negro es uno de varios tipos de emisiones que se conocen como contaminantes climáticos de vida corta,* o CCVC, que contribuyen al calentamiento global y permanecen en la atmósfera mucho menos tiempo que el dióxido de carbono, que perdura hasta 1,000 años. De hecho, el carbono negro es el segundo contaminante climático más potente después del dióxido de carbono, pero solo permanece en la atmósfera durante algunos días. Esta es una buena noticia para la lucha contra el cambio climático, porque los esfuerzos por reducir el carbono negro podrían tener efectos casi de inmediato.

Esto es importante, ya que los efectos climáticos de las emisiones de carbono negro son graves. Cuando el carbono negro se libera a la atmósfera, absorbe la luz, e irradia calor acelerando el deshielo de glaciares, nieve y hielo. En Latinoamérica, este proceso se ha relacionado con el acelerado deshielo de glaciares en los Andes. Para complicar aún más las cosas, el oscuro color del hollín cubriendo la nieve causa que la nieve absorba más radiación solar, lo que acelera el calentamiento de la superficie y el deshielo de la nieve (cuando se calienta la superficie y se derrite más nieve, se crean más superficies oscuras, lo cual causa que la superficie se siga calentando y derrita la nieve aún más rápido). En solo treinta años, la magnitud de la pérdida de superficies glaciares en los Andes casi se ha cuadruplicado.

Este rápido ritmo de pérdida es insostenible, no solo para nuestras generaciones futuras, sino también para las 85 millones de personas que viven actualmente en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, ya que aproximadamente ¼ de ellas depende de los glaciares andinos para obtener agua potable y atender sus cosechas. El agua glaciar proveniente de los Andes también se utiliza para la energía hidráulica que proporciona la gran mayoría de la electricidad de la región.

Lamentablemente, los efectos del carbono negro no terminan con el medio ambiente. También es un componente principal de los gases de escape de motores diésel, la contaminación del aire exterior y los material particulado – todos ellos clasificados como agentes cancerígenos por la Organización Mundial de la Salud. Exponerse a una combinación de carbono negro y material particulado del diésel conlleva un mayor riesgo de contraer enfermedades respiratorias y cardiovasculares, bronquitis crónica, síntomas respiratorios agudos, síntomas severos de asma, deficiencias de la función pulmonar, inflamación pulmonar y muerte prematura. Por lo tanto la buena noticia es que reducir la cantidad de carbono negro que se libera en la atmósfera no solo detiene el proceso de daños irreparables y de largo plazo que se le causan al medio ambiente, sino que también brinda beneficios inmediatos para la salud.

Mejor aún: las soluciones para reducir las emisiones de carbono negro en Latinoamérica ya existen, y han demostrado ser efectivas en otros países. En Latinoamérica, el carbono negro proviene principalmente del sector de transporte. Por lo tanto, la regulación de combustibles, automóviles, autobuses y camiones podría contribuir considerablemente a reducir esas emisiones. Específicamente, normas para combustibles que reducen el azufre a niveles ultra bajos (por debajo de 50 ppm) permitirán el uso de tecnologías para el control de emisiones vehiculares que podrían eliminar las emisiones de carbono negro. A su vez, esto facilitará la adopción de normas de emisiones más estrictas para vehículos nuevos. La experiencia internacional ha demostrado que estas dos estrategias reducirán las emisiones de carbono negro de vehículos nuevos hasta en un 95%. Además, están disponibles medidas complementarias para los vehículos más antiguos, y también la opción de brindarles incentivos financieros a aquellas empresas que retiren sus vehículos más antiguos y sucios.

Afortunadamente, varios países y ciudades de Latinoamérica ya están acelerando sus esfuerzos por reducir el carbono negro. Chile, por ejemplo, ha establecido normas para reducir las emisiones de carbono negro. México lleva años considerando estos tipos de normas, e incluyó una meta específica para reducir las emisiones de carbono negro en su promesa climática previa a las negociaciones de París. Ciudades como Bogotá han lanzado estrategias de transporte sostenible para reducir las emisiones del sector y crear sistemas de transporte más eficientes.

Sin embargo, debemos tomar más medidas y actuar más rápido en Latinoamérica para garantizar que la reducción de las emisiones de carbono negro se incluya en la variedad de soluciones que se necesitan para combatir el cambio climático. Este es el momento oportuno para presentar estas normas para reducir, y con el tiempo eliminar, los sucios gases de escape de motores diésel para que la gente de toda la región pueda respirar mejor.

*Los otros CCVC son el metano, los hidrofluorocarburos (HFC) y el ozono troposférico.

Amanda Maxwell es directora de proyectos en Latinoamérica NRDC/ www.NRDC.org

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