Si hay algo que por fin se mueve en la Argentina, es la transición. A tropezones, pero se mueve. Con muestras de salvajismo y de cierta convivencia democrática, a la argentina, pero avanza. La semana que pasó fue pródiga en sutilezas y groserías, en delicadeces y vulgaridades marcadas todas por el sello inconfundible de la presidente Cristina Kirchner y su deseo de entorpecerlo todo lo más posible.
El viejo general Perón decía que, en política, era muy difícil saber ganar, pero casi imposible saber perder. Es una suerte que la Presidente haya ignorado a Perón a lo largo de toda su gestión.
El martes 24, en lo que pareció un civilizado gesto de cortesía, recibió en Olivos al presidente electo, Mauricio Macri. Ni civilidad ni cortesía. La reunión fue tensa, dura, ríspida; algo le dijo Cristina a Macri que Macri se negó a revelar y sólo admitió por televisión esa misma noche que la reunión no había valido la pena. La Presidente dejó en claro que sus mandados no iban a colaborar en la transición y, mucho menos, en revelar las cifras de la economía, un secreto vestido con las ropas falsas de las cifras oficiales sobre reservas, deuda, pobreza y desocupación, entre otras. Todo indica, además, que los funcionarios de protocolo empezaron a trabajar horas extras para la ceremonia de transmisión del mando el 10 de diciembre.
Al día siguiente, en paralelo con la designación del futuro gabinete de Macri, la Presidente reapareció en un acto público, el primero después de la derrota electoral de Daniel Scioli, para criticar a su sucesor y permitirse aconsejarle con su habitual tono paternalista y autoritario.
La Presidente dejó en claro que sus mandados no iban a colaborar en la transición y, mucho menos, en revelar las cifras de la economía
En ese miso acto, la Presidente hizo un bello ejercicio de imaginación sobre el balotaje que consagró a Macri y selló el destino de Scioli y, tal vez, del kirchnerismo. Dijo la Presidente: "La diferencia entre ambas fuerzas, porque son dos las que intervienen en un ballotage, fue muy escasa. ¿Si hubiera sido al revés, qué estaría pasando hoy en Argentina?"
Eso se llama historia contrafáctica, signada por el amplio interrogante: ¿qué hubiera pasado si...? En política, es un ejercicio que no sirve para nada. Pero es apasionante para la especulación histórica porque libera las riendas de la imaginación. Por ejemplo, para seguir la línea presidencial, es posible imaginar que Mauricio Macri ha gobernado por doce años y que las recientes elecciones las ganó Cristina Kirchner. Pero, por alguna razón, los funcionarios clave en el añejo gobierno de Macri se niegan a dejar sus cargos, como pretenden hacer hoy los funcionarios kirchneristas: ¿qué estaría pasando hoy en la Argentina?
Más allá de las imaginaciones desatadas, la Presidente y el kirchnerismo en general parecen aspirar a que las autoridades electas y la sociedad en general, les pidan por favor que tengan la gentileza de dejar el poder, tal como manda la Constitución.
En contraposición a tanta mezquindad, que ya roza la miseria, algunos ministros del Ejecutivo, incluido el inefable Aníbal Fernández, se reunieron con los hombres designados por Macri para facilitar el cambio de mando. El derrotado Scioli hizo lo mismo con su sucesora, María Eugenia Vidal, en un gesto, tardío, de apartamiento de la figura presidencial. En Casa de Gobierno bromean y dicen que las reuniones entre los que se van y los que llegan, se celebran en voz alta, para tapar el run run de las máquinas trituradoras de papel. Eso es maldad pura, pero anticipa una verdad: la realidad argentina sólo será conocida cuando el nuevo gobierno destape la caja de Pandora que le deja el kirchnerismo.
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En el Congreso, la agrupación de levantamanos que votó durante años los caprichos presidenciales, se despidió con la sanción a todo trapo de un centenar de leyes que ahora debe aprobar el Senado. Allí surgió un atisbo de rebelión hacia Cristina Kirchner, a quien muchos ven ya en la barca del adiós. Por ahora es un atisbo. Y nada más.
Fieles a la Presidente y a su hijo Máximo, cabeza de la agrupación, los miembros de La Cámpora han decidido aguarle la fiesta a los partidarios de Macri: anunciaron una marcha para el 10 de diciembre, marcha que tiene como misión "despedir a la Presidente". En buen idioma castellano, eso es ir a celebrar, otra vez, una derrota. Es, también, una provocación. Y dada la volatilidad de la realidad argentina, puede ser que lleve luego a tontos arrepentimientos.
La Cámpora ha desoído incluso el llamado a la sensatez de algunas figuras del Gobierno, que sugirieron que esa marcha se haga un día antes de la asunción presidencial. Es curioso que quienes gustan definirse como cuadros políticos, esgriman tamaña estrechez de miras y repitan, con torpe denuedo, los métodos que sellaron la derrota electoral del kirchnerismo.
En política, insistir en el error tiene poco de épica y mucho de estupidez.
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