Las grandes obras literarias surgen en momentos claves de la humanidad. El lenguaje es producto de la invención social, con lo cual su realización está interpelada por una coyuntura específica. ¿Qué motiva a un escritor a forjar un libro que quede en la historia? Justamente, es esa historia la que pone al escritor -llámesele destino, voz interior o confabulación- a producir la gran obra. Así ocurrió con la Generación Beat de los años 50 donde un mundo atravesado por la posguerra, el despertad sexual, el uso de drogas, el hipismo y la caída de los grandes valores estadounidenses gestó una serie de escritores que lo narraron. Quizás sea mejor pensarlo al revés: una serie de escritores tuvieron la astucia de ver el estado actual de la sociedad y plasmarlo en unas cuantas obras reveladoras. "El ser humano vivo abandonó sus cuerpos hace muchísimo tiempo. Pero algo penetró en ellos cuando los alejó su inquilino originario", escribía William Borroughs, uno de los exponentes de esta corriente, en Yonqui (1953) con una crudeza y asombro propios de la novedosa literatura de esa época.
Este año Interzona publicó una antología de relatos de los escritores emergentes norteamericanos que parece venir a reflotar a los viejos y ajados beatnik: diez nuevas voces que se asoman en el horizonte de los Estados Unidos para narrar y narrarse en este contexto de hiperconsumo y conectividad total. Compilados por los escritores argentinos Hernán Vanoli y Lolita Copacabana, la pregunta que surge de este corpus es: ¿cuál es la forma que tienen de ver este nuevo y caótico mundo un grupo de veineañeros y treintañeros que escriben en diversas plataformas digitales -muchos de estos textos fueron colgados en la red como copyleft- para una audiencia que se despegó completamente del mundillo literario? El nombre de la antología es Alt Lit (Literatura Norteamericana Actual), denominación con que se conoció a esta corriente literaria. "Que un imperio esté fatigado no implica que su imaginación haya muerto: puede haber fulgores en la lenta extinción", escriben los compiladores en el prólogo soltando una punta clave para pensar el contexto. Las transformaciones que ha sufrido el modo de vida norteamericano luego de la caída de las Torres Gemelas, la amenaza constante del enemigo terrorista, las nuevas susceptibilidades promovidas por la Era de la Internet y el avance de un Estado controlador han sido determinantes.
¿Qué es lo que surgió entonces? Un grupo de jóvenes -hoy la adolescencia es mucho más laxa que en tiempos anteriores- que se han apegado a sus computadoras para pasar una gran parte de su vida detrás de la pantalla. Acostumbrados a narrar su días en blogs, a tuitear sus estados de ánimo, a postear fotos de sus paseos dominicales en Facebook, a comunicarse por chat o Skype, a googlear cualquier inquietud que les surja, fueron construyendo una identidad. Y pese a que no se conozcan entre sí, están atravesados por la época donde el consumo como forma de matar el tiempo ha ganado terreno sin que nadie se haya dado cuenta. De ese encierro hasta esa compulsión por el consumo, se forjó una nueva sensibilidad. Eso es lo que predomina en los relatos: narradores con una sensibilidad expuesta, por momentos infantil, afectada por el aburrimiento de una cotidianeidad que nada maravilloso les propone.
Hay un artificio en esa postura que vale la pena indagar. Tao Lin es el más representativo de todos -seguramente el que más fama ha conseguido- y sus dos relatos pueden resumirse en la enumeración en primera persona de cosas que va a hacer para no aburrirse. "Vamos a tomar cerveza y mirar Facebook y escribir poesía sobre llamas y hacer videos de nosotros borrachos caminando a través de una tormenta nocturna en una urbanización cerrada de Massachussets", comienza uno de sus cuentos. ¿Qué es lo que lo aburre tanto a Tao Lin? ¿Por qué tiene esa necesidad incontenible de proyectar el futuro, de pensarse en un contexto divertido haciendo cosas locas, escapando de una experiencia embolante? "Evito la diversión en mis libros", dijo en una reciente entrevista con Infobae explicando que su escritura es autoreferencial porque "simplemente es el tema que más conozco". Esa ironía sincera es la que se repite en toda la antología, como una forma de evitar la seriedad y lo trágico de las cosas y de envolverla de sinceridad infantil. Pero hay algo más: una sensación de espontaneidad, como si fuera escritura de chat que como se tipea se publica, como si no habría reescritura ni corrección, como si fuera un soliloquio despojado del interés de la perfección. Y la imaginería literaria aparece ahí, desembocando hacia desenlaces absurdos y sorprendentes.
At Lit es un libro muy completo donde se pueden hallar grandes cosas. En Sam Pink un profesor universitario se despierta en un Mc Donald y empieza a optar por vivir allí los próximos días: lo border, lo escatológico y la marginalidad se unen en un compacto explosivo. En Noah Cicero, un muchacho describe la vida en una pensión de San Diego donde una pareja le ofrece hacer un trío sexual: aquí por momentos aparece la sutileza mórbida del Borroughs de Yonqui. En Jordan Castro, un muchacho trabaja barriendo lo que parece ser un local de comida rápida mientras recuerda que no alimentó a su gato y de seguro se está muriendo. En estos tres autores -los más lúcidos, quizás- aparece el componente de la crítica social. Un mundo alienado donde fueron devastadas las costumbres de supervivencia. "No quiero trabajar. Odio al capitalismo. Odio a lo que no es capitalismo. Que se pudra el mundo, que se caguen todos. Era broma, no sé", dice el personaje de Castro en el relato Callejero. Tres narradores para continuar leyendo por fuera de la antología.
Luego aparece la ciencia ficción de Blake Butler que en su proceso de fabulación elabora un universo atrapante pero aterradoramente caótico. En Ofelia Hunt también está la ciencia ficción pero de una forma más familiar y doméstica. Las letras xTx responden al nombre de un autor que no revela su identidad y escribe –al menos en los dos relatos de esta antología- como una mujer que le suceden historias trágicas y desgarradoras; aquí es una de las contadas veces en que aparece la desesperación como hilo narrativo. Heiko Julién, Lily Dawn y Frank Hilton completan el itinerario norteamericano que auspicia una nueva forma de pensar a la literatura.
Otro rasgo distintivo es el juego con el leguaje a partir de las experiencias del chat: falta de signos de puntuación, oraciones cortas y excesivos puntos y aparte son algunas de las maneras que estos autores toman para incomodar al lector tradicional. Junto con el tono despreocupado, esta irregularidad formal juega el rol de interpelar al lector y molestarlo. También llama la atención la escasa importancia que se le da a la sexualidad, algo predominante en autores de generaciones anteriores que aún hoy disputan a la crítica como Michel Houellebecq. ¿Será la revalorización de la amistad por sobre el cinismo deshumanizante de los 90? ¿Será la agobiante inconformidad expresada? Lo cierto es que estos narradores exponen una nueva discursividad, una nueva maquinaria de sentidos que se enaltecen desde la cumbre de un imperio que ha reinado por mucho tiempo y pareciera que está necesitando una siesta temporal. Se enaltecen a partir de las nuevas concepciones de ver el mundo que la Era de Internet ha propuesto. Tao Lin y compañía saben que los límites de la privacidad se han roto por algo, que no es en vano toda esta hiperconectividad, todo este consumo, que hay que aprovechar la época. "Estoy sonriendo como si no quisiera morir solo", dice Heiko Julién en uno de sus relatos, resumiendo quizás a toda una generación de escritores tuvieron la astucia de ver el estado actual de la sociedad y plasmarlo en unas cuantas obras reveladoras. ¿O era al revés?