La fiebre del oro en los Estados Unidos generó la creación de decenas de pueblos alrededor de toda la nación. Bodie, al norte de California, fue uno de esos lugares que supo tener su momento de gloria y su declive a partir de 1900. Hoy pertenece a un Parque Nacional, pero sus casas y hoteles permanecen intactos como si hubiesen sido abandonadas pocas horas atrás.
Cuando Bodie tuvo 10 mil habitantes (finales de 1870), consiguió su máximo esplendor. Contaba con hoteles, una cárcel, una pista de bolos y casi 200 restaurantes y, por supuesto, burdeles. Estaba a punto de convertirse en una gran ciudad. Sin embargo, cuando "la fiebre del oro" se extendió a otros lugares en los Estados Unidos, los mineros comenzaron a buscar nuevos destinos.
Hacia 1943 sólo tres personas vivían en Bodie y hacia 1960 el pueblo fue declarado "Distrito Histórico". Muchas de las construcciones permanecen en pie y en su interior aún conservan artículos de uso personal, muebles, colchones y herramientas propias de la época. El polvo es el común denominador que cubre cada uno de los objetos que "decoran" las habitaciones de una iglesia, un cuarto de hotel, una sala de estar y otras dependencias que pueden observarse a partir del trabajo fotográfico que realizó Julien McRoberts.
La intensa actividad social que desarrolló en su época de auge provocó que la proliferación de burdeles fueran tema de preocupación para las autoridades religiosas del lugar, que bautizaron a Bodie como "un mar de pecado, de lujuria y de pasión".
Además de la quiebra de varias empresas mineras, otros hechos resultaron clave para la desaparición de Bodie. Varios incendios fueron calamitosos para el destino del pueblo, pero además la falta de madera hacía que los crudos inviernos se convirtieran en insoportables, provocando la muerte de varios pobladores cada año.
La mayoría de la gente comenzó a mudarse a Utah y a Arizona, en busca de más minas de oro. Para 1910 sólo 698 personas vivían en Bodie y dos años más tarde el único diario del lugar, The Bodie MIner, dejó de imprimirse. El pueblo se estaba muriendo y su agonía duraría 50 años más. Hoy, sólo queda su fantasma.