Historias de vida: ellas le ganaron al cáncer de mama

En el día mundial de lucha contra la enfermedad, Infobae recopiló historias dignas de ser conocidas. Jóvenes y con toda la vida por delante, tres mujeres que le pusieron el cuerpo al cáncer ¡y lo vencieron!

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Cada 19 de octubre se celebra el Día Mundial de Lucha contra el Cáncer de Mama y en esta oportunidad, Infobae quiso homenajear a las miles de mujeres que cada año reciben un diagnóstico que cambiará sus vidas para siempre. Porque si bien ellas salieron vencedoras en su cruzada, ya no volverán a ser las mismas. Seguramente habrán llorado, pataleado y se habrán preguntado por qué a ellas, pero salieron victoriosas y hoy contaron su historia.

El cáncer es una enfermedad causada por la multiplicación anormal de las células de la mama que forman un tumor maligno. Si bien afecta mayoritariamente a mujeres entre 50 y 70 años de edad, en todo el mundo se observa una tendencia creciente a desarrollar la patología antes de los 40 años. Según los datos del Centers for Disease Control and Preventing de Estados Unidos (CDC), cuatro de cada mil mujeres de 30 años desarrollarán un cáncer de mama, y desde 1992 a 2004 se observó un aumento de 1,3% de la enfermedad por año. Los registros de cáncer europeos también confirman esta tendencia.

El cáncer de mama es el tumor maligno más frecuente en la mujer occidental y la principal causa de muerte por cáncer en la mujer en Europa, Estados Unidos, Australia y algunos países de América Latina, entre ellos la Argentina. Por este motivo, durante todo el mes de octubre se realizan en todas partes del mundo actividades de concientización y prevención de esta enfermedad.

A Cynthia Casemajor le diagnosticaron cáncer de mama a los 31 años, a un año de haberse casado y aún sin haber sido madre. La primera sensación que recuerda tras haber recibido la noticia es la angustia y la culpa por el dolor que generaría a sus seres queridos. Reconoció que su condición de creyente fue el pilar fundamental que le me permitió aceptar lo que le tocaba transitar sin pretender explicarlo o entenderlo. En mayo nació su hijo Juan y hoy asegura que el cáncer de mama le dejó mucho más que lo que le quitó.

Su testimonio en primera persona

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Me diagnosticaron cáncer de mama en 2006. Tenía 31 años, me había casado hacía un año y no teníamos hijos. Para ese entonces mi mamá llevaba cuatro años como enferma de cáncer de ovario.

Lo que más recuerdo del momento de mi diagnóstico fue la angustia que me generó pensar cómo iba a darle esa noticia a mis amores. A mi marido, que hasta ese momento se había bancado a una mina que pasaba la mayor parte de su tiempo libre en la casa de sus padres o en el sanatorio y que cuando estaba en casa tenía una mínima energía vital, sólo lo suficiente para seguir en camino, pero de ninguna manera lo suficiente para mirar al otro, cuidarlo y quererlo. Lo tenía abandonado -yo diría- y ahora iba a decirle que mi ausencia iba a tener un upgrade, que ahora la enferma era yo y que iba a seguir siendo él el que pusiera su parte y la mía.

A mi mamá, porque sabía que cualquier sufrimiento de cualquiera de sus cuatro hijos era el peor dolor que podía causarle y que causarle dolor en su estado era tirar gasolina al fuego.... algo que me daba terror!

Al resto de mi familia, porque al igual que yo tampoco aguantaban más. Llevaban años en un proceso de acompañamiento de mamá. Una mamá que era el ángel de la casa, de nuestra familia y que todos luchamos para mantener con nosotros todo lo que fuera posible... y ahora iban a tener otra enferma más en la familia, no sólo una menos para ocuparse de mamá sino una más de la que tenían que ocuparse y sobre todo preocuparse.

Me sentí muy culpable por generarles ese dolor. Todo seguía girando alrededor de los demás. Me costó mucho empezar a pensar en mí en lugar del resto, pero la enfermedad me obligó a pensar en mí, a ocuparme de mí. Ya no tenía alternativa. Se generó un proceso de introspección muy interesante. Recién ahí empezó a aparecer todo lo demás: el enojo, el miedo y bastante más adelante en el camino, la aceptación.

Me hice una mastectomía y dos cirugías reconstructivas, hice quimioterapia y rayos, y tomé tamoxifeno durante cinco años. Después de la mastectomía y antes de comenzar la quimio, con mi marido también hicimos un tratamiento de fertilidad por si la quimio dejaba secuelas que nos impidieran tener un hijo en el futuro, un sueño que compartíamos.

Pasado el shock y una vez resuelto lo urgente, que era sacar el tumor, empecé a pensar con más claridad y adopté una posición activa frente a mi enfermedad. Decidí que, si estaba en el baile, iba a aprovecharlo y que era la oportunidad de hacer un cambio en serio. Yo creo que es difícil cambiar de rumbo cuando estás arriba del tren. Y sentí que la enfermedad me bajó del tren y me dejó parada en la estación, con una teta menos, unos cuantos pelos menos y otros tantos kilos menos. Confundida, pero con la posibilidad de elegir si me subía al siguiente tren en la misma dirección o si elegía un destino diferente y por suerte me animé a subirme a otro tren.

Hice todo lo que se me presentó como positivo, más allá del tratamiento médico por supuesto. Desde acupuntura, homeopatía, ayurveda, reiki, talleres de respiración, hasta cambiar mi nutrición, empezar terapia y hacer ejercicio físico. Paradójicamente en 30 años de "salud" nunca había hecho el ejercicio físico que empecé a hacer cuando me enfermé y que ya nunca más abandoné.

Mi familia, mis amigos y los profesionales que me acompañaron fueron de gran contención en ese nuevo viaje. Mi marido fue más que eso, fue parte de mi energía vital. Todavía no sé cómo lo hizo, pero nunca dejé de sentirme linda, de sentirme querida e incluso de sentirme deseada a su lado. Algunas maldades me hizo también. Me acuerdo que llamaba "Chacho" porque me salió un pelo crespo tipo Globetrotter al estilo Carlos "Chacho" Álvarez.

Se trata de un proceso bastante cruento, no necesito aclarar eso. El cambio físico es impactante y si bien el apoyo del resto es fundamental creo que el trabajo interno es el más grande. En mi caso, mi condición de creyente fue un pilar fundamental, si no el pilar fundamental, el recurso que me permitió aceptar lo que me tocaba transitar (sin pretender explicarlo o entenderlo) y encararlo de la mejor manera posible.

"El cáncer de mama me dejó un coraje y un sentido del valor de la vida que no tenía antes de enfermarme"

Cambié mucho. Aprendí mucho. Quizás suene extraño, pero soy una agradecida de mi enfermedad. Y con esto me refiero a que no reniego de lo que me pasó. Fue duro, sí, muy duro, pero es mucho más lo que me dejó que lo que me quitó. Me dejó un coraje y un sentido del valor de la vida que no tenía antes de enfermarme; desarrolló mi capacidad de ser feliz y me dio empatía con el dolor ajeno. Me obligó a dejar de lado cantidad de cosas externas que me hacían sentir muy segura, como mi cuerpo o mi pelo (antes me hacía brushing todos los días durante 40 minutos) y descubrí que ahora era necesario buscar mi seguridad en otro lado. Y la encontré. Y lo maravilloso de eso es que ésta es invencible, tenga el peso que tenga, con dos tetas o con una, con o sin pelo.

Fue un proceso de aprendizaje intenso, muy duro pero muy efectivo. No me pregunto si hubiera sido posible aprender de otra manera menos dolorosa. Ese fue mi camino y agradezco haberlo transitado.

En ese entonces no lo sabía, pero tenía por delante sufrimientos más intensos, dolores más fuertes como la muerte de mi mamá, la pérdida de mi primer bebé y la muerte de mi hermano menor en un accidente aéreo. También tenía por delante el milagro de ser mamá ya que en mayo de este año nació Juan, el amor de mi vida, y estoy convencida que la Cynthia previa a la enfermedad no tenía las herramientas que tuvo esta Cynthia para transitar esos sufrimientos y también para vivir las bendiciones que me tocaron y disfrutarlas con esta intensidad.

Y después de haber aceptado e incluso "agradecido" a mi enfermedad empecé a sentir que todavía me faltaba algo. Que no podía quedarme sólo para mí lo cosechado en ese camino. Y se lo comenté al doctor Ignacio McLean, director del Centro Mamario del Hospital Universitario Austral. Le dije simplemente que quería ponerme a disposición para conversar o colaborar en lo que fuera posible con mujeres que estuvieran transitando hoy esta enfermedad y así fue como Ignacio me comentó de sus planes. De su sueño de hacer algo integral que ayudara a las mujeres que pasaban este proceso. Él sentía que faltaba algo allí por hacer. Yo no podía estar más de acuerdo y así comenzó a gestarse Enlazadas, un grupo de voluntarias, que hoy formamos siete pacientes y ex pacientes que nos juntamos para pensar un abordaje integral de la mujer y poder brindar contención, información y herramientas y hacerlas llegar a otras mujeres para ayudarlas a transitar el proceso del cáncer de mama de la manera más saludable posible.

Participar de este proyecto me permite devolver un poquito al menos de todo lo que recibí y de lo aprendido y fundamentalmente darle un sentido, transformar lo vivido en algo positivo. Me reconforta mucho estar hoy acá, poder acompañarlas y me mantiene siempre en contacto con aquel proceso vivido cuyo aprendizaje no quiero olvidar.

Laura López recibió la noticia de que tenía cáncer de mama a sus jóvenes 26 años, a poco de haberse ido a vivir con su novio Andrés -hoy su marido- y a seis meses de recibirse de licenciada en Administración de Empresas. Dado que su tumor era hormonodependiente no podía realizar ningún tratamiento para conservar óvulos y preservar la fertilidad, por lo que en medio de tanto dolor, además, se instaló el fantasma de si algún día podría ser mamá. Hoy agradece a Dios haberle puesto a Andrés en su camino, quien con una palabra, un silencio o un abrazo en el momento justo fue su gran sostén en el duro trance que le tocó vivir. Y juntos celebraron hace cinco meses la llegada de Alma a sus vidas, como la mejor prueba de que el amor es el motor más fuerte para lograr los grandes sueños.

Ella lo contó mejor que nadie

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Tengo 33 años y hace seis me operaron de cáncer de mama. El diagnóstico me llegó en el momento menos pensado y casi por casualidad, cuando a finales de 2008 fui a hacerme un chequeo de rutina y a informarme para poder planificar un embarazo al siguiente año, ya que estaba terminando mi carrera y era algo que deseábamos con mi marido.

En plena vorágine de trabajo, vacaciones y facultad y lejos de pensar que algo podría salir mal ya que que no tengo antecedentes familiares de cáncer de mama fui a buscar los resultados de los estudios recién en marzo de 2009 y súper colgada como soy en junio lo fui a ver al doctor Luciano Cassab (ginecólogo y especialista en mastología), quien al ver los estudios y realizar una revisación decidió operarme a las pocas semanas.

Con la seguridad y calidad humana que lo caracterizan accedió a mi pedido de rendir las dos materias que estaba cursando en la facultad antes de la operación. Es que si rendía bien sólo me quedarían dos para el siguiente cuatrimestre y así poder recibirme de licenciada en Administración de Empresas en la UBA.

Así fue que me operé un día después de haber rendido, y a partir de ahí, comenzó el tiempo de aceptar y comenzar un tratamiento que iba a durar aproximadamente cinco años, lo que resultó una eternidad para mí.

La enfermedad me sorprendió a menos de un año de haberme ido a vivir con Andrés (en ese entonces mi novio, luego en 2012 nos casamos) y a seis meses de recibirme.

En medio del shock por la noticia, se había vuelto una constante la pregunta de si íbamos a poder tener hijos. El tumor que tenía era hormonodependiente y no podía realizar ningún tratamiento para poder conservar óvulos antes de la quimioterapia, pero recuerdo como si fuera hoy que mi médico me dijo: "Lauri hoy ni pienses en eso; ahora hay que hacer el tratamiento, dentro de cinco años habrá tantos avances en la medicina que seguro van a poder tener la familia que desean".

"La enfermedad me sorprendió a menos de un año de haberme ido a vivir con Andrés y a seis meses de recibirme"

Gracias a Dios no tenía ganglios comprometidos y mi tumor fue "agarrado a tiempo", como se dice. Así y todo, luego de la cirugía tuve que someterme a cuatro sesiones de quimioterapia, seguidas de dos meses de radioterapia, cuatro años de tamoxifeno y una doble mastectomia profiláctica. Esta última práctica fue súper charlada y consensuada con mi médico. En mi caso particular fue la seguridad que necesitábamos con mi marido para comenzar un nuevo camino: la tan deseada búsqueda de un hijo de forma natural. No quiero dar como ejemplo que todas las mujeres se realicen la mastectomía profiláctica; no todos los casos son los iguales y todo tiene sus pro y sus contras pero nosotros charlamos mucho con el médico y tomamos la decisión, muy personal por supuesto.

En medio de esta experiencia que me tocó vivir, y de nuestro gran deseo por ser padres, que tuvimos que postergar sin saber si lo íbamos a conseguir siempre pensaba en lo agradecida que estaba a Dios por poder contar con el apoyo de toda mi familia, de la familia de Andrés, de mis amigos, de mis médicos y compañeros de trabajo. Pero gracias a una sola persona yo siento que logré transitar todo ese camino sin dolor, sin rencor, con una fuerza que a veces no sé de dónde sacaba. Porque debo decir que pasé por todos los estados, pero él siempre estaba ahí, acompañándome con una palabra, en silencio, agarrándome la mano, mimándome, por eso no me canso de agradecerle a Dios haberme puesto a Andrés en mi camino. Varias veces pensaba que otro hombre en su lugar hubiera salido corriendo, con semejante panorama a poco de haber comenzado nuestra convivencia.

Mi experiencia fue la de un amor tan grande que hizo posible que enfrentemos juntos una enfermedad, en lugar de padecerla.

Finalmente en 2014, luego de la mastectomía y del descanso que debía hacer para desintoxicar mi cuerpo de tanto tamoxifeno, no podíamos creer que ya habían pasado esos años y que pronto nos íbamos a enfrentar con otro desafío, ese que tanto esperamos y tanta incertidumbre nos causaba debido a lo fuerte y agresivo que había sido el tratamiento: el de ser padres. Ese día que el médico nos dio el ok, llegamos a casa y nos miramos con Andrés y él me dijo: "Pudimos superar todo juntos, seguro que el de arriba esta tampoco la va a hacer fácil, pero lo vamos a lograr, de una u otra forma lo vamos a lograr".

Y cinco meses más tarde llegaba la hermosa noticia de que Alma estaba en camino.

Hoy los recuerdos se mezclan con la gratitud por gozar de buena salud y que la vida nos haya recompensado con lo más maravilloso, que es un hijo.

No me creo una heroína, simplemente una mujer que a una edad poco común atravesó un cáncer de mama. Por suerte cada año hay más campañas para concientizar y animar a que las mujeres empiecen a temprana edad con la autorevisión y que se realicen por lo menos un chequeo anual.

Investigando en internet sobre casos similares al mío, de mujeres que hayan podido tener familia luego de todo el tratamiento encontraba historias muy desalentadoras, o bien, como es una enfermedad que se asocia a mujeres más grandes, la mayoría ya habían sido madres. Así que, sólo me quedaba hacer mi propia experiencia, recorrer mi camino y ver qué me esperaba al final del recorrido. A las mujeres que comienzan el tratamiento o a las que están en curso o esperando a terminarlo, sólo les transmito mi más sincero y profundo "sí, se puede".

Paola Vaccaro es médica del servicio de Neonatología del Hospital Austral y fue diagnosticada con cáncer de mama hace tres años, cuando tenía 42. Le practicaron una mastectomía con vaciamiento axilar, pasó por quimio y rayos, y deberá tomar tamoxifeno por 10 años. Hoy se encuentra bien y pese a que su historia es un ejemplo de vida, ella prefiere que se la conozca como parte de un grupo de mujeres que, a partir de una herida, deciden realizar una transformación de sí mismas.

Su historia de aprendizaje

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Fui convocada amorosamente junto a otras mujeres por el jefe de servicio del Centro Mamario del Hospital Austral, el doctor Ignacio McLean, hace ya unos meses, ya que él desde su lugar, con una mirada abierta y sensible, percibió la impronta que tenía en nuestras vidas como pacientes, mujeres, madres, profesionales, esposas, etc. la enfermedad y que cada una de nosotras desarrollaba más o menos "resiliencia", un término muy en boga que significa ni más ni menos que "poder hacer de lo malo algo bueno". Parece simple mi definición, pero los que me conocen saben que llevo años perfeccionando el método de ver la mitad del vaso lleno.

Pero créanme que se trata de algo más, no de conformarse con la mitad del vaso, sino de colmarlo de algo que todos tenemos, que son nuestros infinitos recursos para sanar, para transformar nuestras vidas, mejor dicho nuestro día (vida suena muy ambicioso).

Yo pude descubrir gracias a esto que todos llevamos un laboratorio endógeno (gratis, sin efectos adversos, abierto las 24 horas y que no se agota) del cual podemos tomar lo que queramos para animar a nuestras células a hacer bien su trabajo .

Asimismo, pude comprender la importancia de algunas técnicas milenarias, como el yoga, la respiración consciente, la meditación, etc. que podían ser maravillosas para mi salud.

"Los que me conocen saben que llevo años perfeccionando el método de ver la mitad del vaso lleno"

Otro capítulo super complejo y gratificante fue también cuando me metí a indagar acerca de la alimentación, una tarea nada fácil que implica cambiar algunos paradigmas tan nuestros en la cocina y adentrarnos en otras propuestas y por lo tanto sentirnos con más energía y más sanos.

Ver la importancia de ser protagonistas en nuestra recuperación, convertirnos en pacientes "extraordinarios" y sobretodo darle más sentido a nuestras vidas que el mero cumplimiento de roles y tareas cada día.

La importancia de sanar nuestros vínculos, con honestidad, ternura, amor desinteresado. La celebración de cada día como motor para seguir viviendo, algo más que sobrevivir.

En fin, más allá del resultado final (que la ciencia lo mide sólo en años de sobrevida después del diagnóstico) yo siento igual la gratitud de esta oportunidad y de mi pequeñísima transformación. Y cuando algo es bueno, hay que compartirlo, ya que para otros también puede ser bueno.

Y lo que me interesa compartir no es que las mujeres se enteren sobre qué drogas se usan en la quimio, ni cuánto duran los rayos, etc. La idea es brindar otra mirada sobre la enfermedad y el desafiante camino para recuperar la salud, y también la importancia de crear una red de apoyo, ya que este es un senderito en medio de yuyos que cada dos por tres se pierde y uno necesita de otros que vuelvan a posicionarte para no quedar perdido por allí, en una selva peligrosa, plagada de quejas, de desamparo, de frustración, de enojo, todos sentimientos que están a flor de piel en estos momentos y que tanto daño nos pueden hacer.

#Cuidalaslolas, una galería digital de arte para generar conciencia

Bajo el lema "Porque tu cuerpo es una obra de arte, cuidate, chequeate", la iniciativa convocó a más de 30 artistas, escultores, ilustradores, pintores y fotógrafos que brindaron con generosidad su creación y pasión para difundir el mensaje concientizador.


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La historietista Maitena, que en sus tiras humorísticas tiene como protagonistas a las mujeres y su relación que el mundo que las rodea creó "Hola" para esta campaña.


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El pintor Milo Lockett creó para la ocasión "Superate".


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Con "Tocate", el fotógrafo Fernando Arechaga muestra lo que la mujer no debe olvidar:

(SI) tocarse, sí examinarse, sí conocer su cuerpo

(NO) cerrar los ojos, no al miedo, no a la vergüenza. No dejar que el tiempo las sorprenda y empezar desde la pubertad.


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