Refrescos azucarados, bebidas energizantes, productos procesados: todos contiene azúcar, una sustancia que el cuerpo la reconoce como tóxica y adictiva. Por eso, para llevar una alimentación sana, lo ideal es evitarla.
Eliminar el azúcar de la alimentación protege el hígado y el corazón, mejora la piel, previene problemas dentales –las caries con las que el odontólogo nos amenaza desde chicos– y mejora el sueño (la glucosa es combustible puro para el cerebro, un sugar rush, un exceso, hará que dormir sea más difícil).
¿Pero cómo sacarse de encima y para siempre el dulce manjar? Para empezar, hay que comer con medida. Los atracones multiplican las ganas de ingerir azúcar. Y el atracón, por supuesto, se evita haciendo varias comidas al día, con colaciones que no aumenten el azúcar en sangre.
Las bebidas azucaradas –jugos comerciales y gaseosas– tienen muchas calorías y generan una sensación de saciedad que hace que, al consumirlos, no queden ganas de otros alimentos más sanos. Evitarlos es lo ideal. Los jugos naturales aportan glucosa sin contaminar el organismo.
A la hora de endulzar una receta de pastelería, el azúcar refinado puede reemplazarse por un puré de frutas. Contiene fructosa natural, además de que añade textura y humedad a la mezcla. Rico, suave y mucho más saludable.
Los edulcorantes acalóricos también son una buena opción para saborizar algunas preparaciones, aunque lo ideal es no usar azúcar cuando no es necesaria. Por ejemplo, los cereales que se mezclan con leche o yogurt para el desayuno ya tienen azúcar, no hace falta agregarles.
Por último, nunca hay que comprar comida estando muy hambriento. Psicológicamente, tendemos a las grasas y, a los azúcares. La compra compulsiva, tarde o temprano, es tóxica.