En 1966, John Lennon dijo que los Beatles eran más populares que Jesucristo. La semana pasada, la revista Newsweek dobló la apuesta al afirmar que, si los Beatles fueron más grandes que Jesús, Francisco es más grande que los Beatles.
Una encuesta realizada por la Universidad de Quinnipiac en Hamden, Connecticut ubica los índices de aceptación popular de la figura del Papa Francisco. Y aún cuando en Estados Unidos –donde su cara ya ocupa todo el lateral de un edificio neoyorquino– su imagen cayó un puñado de puntos en la última semana, sigue por encima del 60%. Todas cifras récord, en especial si se lo compara con su antecesor Ratzinger, un hombre jamás logró ganarse el corazón de las masas.
Sus visitas a Cuba y Estados Unidos –es la primera vez en su vida que Bergoglio pisa suelo norteamericano– tienen mucho que ver. Pero no son los únicos factores.
Una cosa no ha cambiado, sin embargo: su contacto permanente con la gente. En sus tiempos de arzobispo, viajaba en subte. Hoy viaja en papamovil, pero siempre descubierto y tomándose el tiempo para saludar a un fiel, bendecir un enfermo, abrazar un niño. Una costumbre que pretende mantener en New York y que, por supuesto, tienen a las autoridades con los pelos de punta.
De hecho, a pesar de su rango de cabeza de la Iglesia y de Jefe de Estado, no ha renunciado, por ejemplo, a hablar con medios argentinos e inclusive a confesar que se sintió usado. Tampoco ha renunciado a su otra gran pasión: San Lorenzo.
Porque ese es uno de los fuertes de Francisco, que no rehuye el contacto y genera momentos de intimidad, aún en medio de una multitud.
Cuenta el anecdotario que, cuando Bergoglio se retiró del hotel en el que estaba alojado luego de haberse convertido en Francisco, de haber sido nombrado Papa, pretendía pagar la cuenta. Algo que, por supuesto, no le permitieron.
Si embargo, él sigue dándose a sí mismo permiso para romper el protocolo y mantenerse conectado con cosas simples y mundanas como acercarle una silla a un guardia vaticano que llevaba demasiado tiempo de pie, comer un menú económico con otros sacerdotes, asistir a misa como un fiel más o salir de compras.
Desde que asumió el pontificado, Francisco se ha mostrado como un Papa renovador, una postura que le ha valido fuertes confrontaciones, tras los muros del Vaticano, con los sectores más conservadores de la curia romana. Sin embargo, sus visiones más liberales con respecto a temas como homosexualidad, aborto y divorcio –y su iniciativa más reciente para agilizar la nulidad matrimonial– lo acercaron a sectores que se habían alejado del catolicismo por encontrarlo rígido.
Además, se ha mostrado interesado en cuestiones de ecología, en la situación de los refugiados que huyen de Oriente Medio, en los pobres de África y hasta se permitió un mea culpa por los abusos sexuales contra menores a manos de sacerdotes, entre otros temas que conmueven al mundo.