Junto a sus dos hijos, Duaa, una refugiada siria de 22 años, cuenta nerviosa las horas que faltan para embarcar en Bodrum, Turquía, rumbo a Grecia. Una vez en Europa, espera rehacer la vida de su familia, lejos de los horrores de la guerra.
"Mi marido está discutiendo con un hombre, al cual le pagamos 1.200 dólares por persona" para hacer la travesía del mar Egeo, cuenta Duaa a la AFP. "Tenemos miedo de que tome el dinero y desaparezca", dice Duaa, refiriéndose al traficante que les propuso llevarlos a Kos, la isla griega más cercana, a apenas 5 kilómetros, a bordo de una lancha neumática.
El traficante les dio cita a las once de la noche y desde entonces Duaa no deja de contar las horas.
Como ella, miles de afganos, sirios y africanos intentan aprovechar el verano para franquear la corta distancia que separa Europa de las costas turcas.
Estos migrantes deben recurrir a traficantes que coordinan toda la operación, desde la compra de las lanchas en Estambul o Esmirna hasta el transporte en taxi al punto de embarque.
Cerca de Duaa, Hasan, de 16 años, se lamenta porque no sabe cuándo va a poder intentar la aventura. Sin dinero, este adolescente ocupa desde hace una semana una plaza junto a otros cien refugiados, y se alimenta a base de "yogures y pan".
Como la mayoría de sus compañeros, Hasan llegó a Bodrum aconsejado por los traficantes con los cuales entró en contacto en el sudeste de Turquía.
Debido a la fuerte presencia policial, los migrantes no tienen ninguna garantía de poder hacer la travesía ni, en caso de fracaso, obtener el rembolso del dinero entregado de antemano a los traficantes.
"Hoy detuvimos a un traficante iraní en flagrante delito", dice a la AFP un gendarme turco.
Los traficantes, que explotan la angustia de los refugiados, en su mayoría oriundos de Turquía, Irán, Pakistán, Siria y a veces de Costa de Marfil, son pasibles de ocho años de cárcel.
Los refugiados, por su parte, son condenados a una multa de 2.200 liras turcas (unos 700 euros), enviados luego a una oficina de inmigración y finalmente trasladados a un campamento.
"La mayoría no puede pagar la multa. Van a los campamentos de refugiados y luego vuelven" a Bodrum, dice un testigo de las operaciones de rescate. "Algunos han vuelto hasta cuatro veces para intentar la travesía", agrega.
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Cuatro años después del inicio de la guerra civil en Siria, la mayoría de los refugiados sirios -en Turquía hay 1,8 millones- perdieron cualquier esperanza de volver a su país y sólo piensan en llegar a Europa, dice Metin Corabatir, director del Centro de Investigación sobre Asilo y Migraciones de Ankara.
En un mes, unos 18.300 migrantes fueron rescatados por Turquía en el mar Egeo, de los cuales 5.300 fueron auxiliados la semana pasada, anunció el gobierno turco.
"Los traficantes alientan a los refugiados a ir a Europa, prometiéndoles una vida mejor", dice Corabatir a la AFP.
Para los traficantes es un negocio de una gran rentabilidad, dada la cantidad impresionante de personas que esperan poder hacer la travesía, afirma. Este martes, la ONU dijo que sólo la semana pasada (del 8 al 14 de agosto) llegaron por mar a Grecia cerca de 21.000 inmigrantes.
Los traficantes no son los únicos que se aprovechan de la miseria de los migrantes, que embarcan sin maletas, casi sin efectos personales y, si tienen suerte, con un chaleco salvavidas.
"Vendí hasta 150 chalecos salvavidas en una semana", confiesa una vendedora de Bodrum que prefirió no dar su nombre. "Antes vendía unos pocos para las piscinas de los hoteles", explica.
Para los comerciantes, los refugiados son clientes como los otros, dice otro vendedor que compra los chalecos a 30 liras (9,44 euros) y los revende a 35 liras (11 euros). "No se les puede decir 'ustedes son refugiados, no se suban a mi coche'", insiste un taxista que no tiene ningún reparo en llevar a los migrantes a los lugares de embarque.
El pequeño Aylan Kurdi, que ayer se ahogó junto a su hermano y a su madre cuando intentaban llegar a Europa, también fue víctima de traficantes de personas.