Francisco llegó a Roma contento, alegre de Espíritu Santo, a su regreso de Paraguay. Un canto de luz. Antes de partir, los pilotos de Alitalia oyeron su pedido: sobrevolar suelo argentino. Así pasó por los pueblos de Formosa: Clorinda lo saludaba emocionada.
No trascendió en los medios, fue un diálogo íntimo, visceral, solitario, de Padre Nuestro y Ave María. Su Santidad llegó al Vaticano con la pisada del indio en las plantas de sus pies, como sus ancestros jesuitas.
Su descanso es que en su entorno todos se tomen vacaciones. Si algo le gusta es quedarse solo. Así, a solas, está escribiendo homilías, relatos para su gira por Cuba y Estados Unidos. Es un poeta de la Biblia. Sería incapaz de leer un texto escrito por otro. En eso es así Su Santidad.
Hay tres cosas que Dios no sabe ni sabrá jamás, según la tradición de la iglesia, que somos todos: cuántas congregaciones de monjas hay, cuánta plata generan los salesianos y qué piensa un jesuita. Francisco es jesuita.