En 1954, Oscar Millard terminaba de escribir el guión de El conquistador de Mongolia sin imaginarse que, en los años siguientes al estreno de la película, iban a morir nada menos que 91 personas implicadas por causas que algunos estudios achacaron a las localizaciones elegidas para el rodaje: tres parques nacionales del desierto de Escalante (Zion, Bryce Canyon y en Snow Canyon), muy cerca del campo de pruebas de armamento nuclear del Ejército de EEUU.
Todo comenzó cuando Millard pensó que una gran película épica como aquella podría ayudarle a dar el salto en la meca del cine. Tras ser rechazado por RKO a causa de su desorbitado presupuesto, fue aceptado por el cineasta y aviador Howard Hughes, que invirtió seis millones de dólares, convirtiéndola en una de los filmes más caros de la historia.
Dick Powell fue su director, que contó como protagonista a John Wayne, después de que Marlon Brando lo rechazase. Wayne fue quien dio vida a Genghis Khan, atraído, como era su costumbre, por largometrajes de gran envergadura como aquél, que requirió trajes de época de una confección exquisita, miles de extras para recrear las batallas y lo que a la larga fue las sentencia de muerte de las 91 víctimas: varios meses de rodaje en aquel desierto de Utah.
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Después de que, el 16 de julio de 1945, se llevara a cabo Trinity, la primera explosión nuclear de la historia, en el desierto de Nuevo México, la gran mayoría de pruebas armamentísticas se realizaron en el Nevada Test Site, en las llanuras de Yucca, a 200 kilómetros de St. George, la localidad en la que se alojó el equipo de rodaje de El conquistador de Mongolia, según explicó un artículo del diario español ABC.
En aquel momento no se conocían los efectos de la radiación sobre los seres humanos y se tomaban pocas precauciones al respecto. Era habitual que las pruebas tuvieran público o que las tropas maniobraran bajo el hongo nuclear. En los cuatro años anteriores al inicio del rodaje, 31 explosiones nucleares se produjeron en la zona. La última prueba, un año antes, el 4 de junio de 1953.
Los vientos de altitud en esa zona son fuertes y predominantemente en dirección este, por lo que la nube radioactiva fue arrastrada más allá de la frontera con Utah para generar fuertes lluvias radioactivas en el desierto de Escalante, donde se rodó la película y desde donde se transportó arena a los sets en Hollywood.
Todo el equipo sabía de las pruebas nucleares (hay fotografías de Wayne con un contador geiger en la mano), pero la relación entre la exposición al polvo radioactivo y el cáncer no estaba todavía bien estudiada.
El caso es que, según parece, los miembros del equipo afirmaban que las arenas brillaban por la noche con un resplandor rojizo. Y para rematar el desastre, los montadores Robert Ford y Kennie Marstella pidieron una serie de tomas extras para poder finalizar el montaje, pero era demasiado caro volver al desierto, por lo que hasta 60 toneladas de aquella tierra fueron trasportadas desde las localizaciones originales hasta los estudios en California para reconstruir los escenarios.
La intención inicial de Hughes y Powell era rodar en los paisajes en los que se ubicaban los hechos de la historia de la película, en Mongolia, pero, en plena Guerra Fría eran parajes prohibidos para los estadounidenses.
A pesar de que la película fue masacrada por la crítica y que se convirtió en un fiasco en taquilla tras su estreno, lo peor vino después. Aquel mismo año, el compositor de la banda sonora, Victor Young, murió a causa de un tumor cerebral. A lo largo de 1963, el director Dick Powell falleció a causa de un linfoma y el actor Pedro Armendáriz se suicidó de un disparo tras averiguar que sufría un cáncer de riñón terminal.
En 1974, la actriz Agnes Moorehead perdió la vida por un cáncer de pulmón. En 1975, la protagonista Susan Hayward tuvo el mismo final por un tumor cerebral. En junio de 1979, John Wayne murió víctima de un cáncer de estómago que se extendió al hígado y el páncreas. Y en 1991, el actor John Hoyt falleció por un carcinoma de pulmón.
De las 220 que participaron en el rodaje en el desierto, 91 contrajeron cáncer y murieron durante los siguientes 30 años. Según la revista People la cifra asciende a 150.
En un principio, la Casa Blanca negó que las muertes estuviesen relacionadas con la absorción de partículas radiactivas procedentes de las bombas nucleares. Sin embargo, una de las primeras obras serias que defendió con pruebas la teoría de las pruebas nucleares fue El Salón de la vergüenza de Hollywood, de Harry y Michael Medved. Desde aquel estudio, todos se dedicaron a investigar las muertes alrededor de la película, incluida la de John Wayne, hasta el punto de que, en la actualidad, nadie duda de la influencia de las pruebas de Yucca sobre la salud del equipo del rodaje de El conquistador de Mongolia y sobre la población de Utah.