En la madrugada europea del miércoles, un grupo de agentes irrumpió en un hotel de Zúrich para llevarse detenidos a siete miembros de la FIFA, la mitad de una lista de 14 imputados por el Departamento de Justicia estadounidense. Presentaron las órdenes de arresto y fueron tras los dirigentes y empresarios investigados por blanqueo de capitales obtenidos a cambio de derechos mediáticos y de publicidad en torneos de fútbol.
"Esta es la copa del fraude y nosotros le sacamos la tarjeta roja a la FIFA", sentenció un miembro de la Justicia norteamericana. EEUU pateó un tablero en el que las piezas las mueve el suizo Joseph Blatter, presidente del organismo desde la salida de Joao Havelange en 1998. Los últimos años hubo extensos informes sobre la corrupción, y la sensación de que los negocios sucios son moneda corriente creció paulatinamente. Pero el episodio de Zúrich es el golpe más duro en 17 años para Blatter y su gente.
¿Qué hizo el mandamás del fútbol mundial ante un potencial derrumbe de su castillo? Aferrarse al trono y victimizarse. Mucha de la gente que rodea a Blatter se llenó los bolsillos con dinero sucio y será extraditada a los Estados Unidos, donde los espera un juicio justo. Él, en cambio, se aisló desde el comienzo y esperó las elecciones. Se agarró con fuerza de su silla presidencial.
En su primera aparición pública tras el escándalo, se excusó con que no puede "monitorear a todos, todo el tiempo" y abrió el paraguas al advertir de que vendrán nuevas malas noticias en el futuro. Además, como supuesta víctima, prometió que hará frente a la tormenta e intentará limpiar el nombre de su entidad. Sabe que su cielo oscurece y que la lupa estará puesta en cada paso.
La investigación incluye eventos del pasado como la votación que asignó a Sudáfrica el Mundial 2010. Pero a la vez, todavía están en el horizonte las Copas del Mundo de Rusia 2018 y Qatar 2022, sedes con votaciones polémicas que, entre otros, derrotaron las postulaciones de las indignados Inglaterra y Estados Unidos.
En el día de las votaciones, siguió agarrado al trono como si no hubiera mañana y dio un discurso tibio y protocolar. Mendigó apoyo, pidió "unidad y espíritu de equipo". Su manual para llegar a las dos décadas en el poder era cada vez más claro. Muchos jefes en su posición hubieran dado la cara al instante en un escándalo de esta magnitud, estuvieran involucrados o no, porque los problemas están bajo el ala de su gestión. Pero Blatter prefirió vestirse de damnificado, enfriar el escenario e ir en busca de su reelección. No pensaba rendirse en su afán de llegar a su quinto mandato consecutivo.
La causa que tiene a los directivos de Concacaf y Conmebol en la mira estuvo a punto de desestabilizar a Blatter en las urnas. Pero, como si nada hubiera pasado, hizo oídos sordos a las críticas y encabezó la apertura del 65° Congreso de la FIFA, donde pronunció un mensaje contundente: "La reputación de la FIFA no puede ser arrastrada al barro".
Y aunque el presidente de UEFA, Michel Platini, pidió su renuncia y su rival en los comicios, el príncipe jordano Alí bin al Hussein, esperaba ansioso una postergación de las votaciones para que la FIFA siguiera ensuciándose; Blatter siguió con su show. El tiempo era su mayor enemigo. Postergar los sufragios hubiera sido directamente proporcional al avance de las investigaciones, lo que hubiera generado más turbulencia en su sillón.
Llegó el día. En el recuento, le sacó una amplia diferencia a su rival. Fueron 133 votos para Blatter y 73 para Alí, que decidió no presentarse a la segunda vuelta. Fue un abandono lógico, el ballottage estaba de más. Así, el suizo sigue hasta 2019. Nosotros, amantes incondicionales del fútbol, esperamos el día en que cambie para siempre.
Podrá ser una eterna mafia, pero esperamos que los dirigentes intocables dejen de perseguir los millones, cambien el rumbo y vayan detrás del crecimiento y la igualdad en el deporte más popular del planeta. Aunque se necesita mucha paciencia, porque la limpieza ética y moral es una utopía dentro la disciplina más rentable de todas. Y los dirigentes son fuertes. Un ejemplo es Blatter, rey de la FIFA contra viento y marea.