Gustavo Iaies: "La educación en la Argentina no puede seguir como está"

El reconocido educador habló con Infobae sobre su último libro "Volver a enseñar", en el que propone una reformulación de la escuela argentina. "Los padres y docentes quieren ser los amigos, pero lo que necesita el chico es que sean adultos", aseguró

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La apelación suena rotunda desde la primera línea de la tapa del libro de Gustavo Iaies: Volver a enseñar. Y es evidente que si hay que volver a algún sitio es porque aquel lugar se perdió y quiénes deben ocuparse están a la búsqueda de respuestas a interrogantes que se multiplican. No se trata solo de los maestros, el desafío también es para padres y madres. Porque para Iaies, no es sólo la escuela o el estado los que enfrentan el reto de encontrar un sentido a la educación y un norte para los millones de chicos que cada día entran a las aulas. Es la propia sociedad la que debe encontrarlo, dice el autor, y sostiene que los chicos se sienten solos en un mundo de incertezas.

Iaies visitó la redacción de Infobae y habló sobre la situación de la educación en la Argentina, explicó por qué sostiene que los chicos piden que no los dejen huérfanos y analizó la imposibilidad de los padres contemporáneos para poder poner límites a sus hijos. Como lo hace en el libro, Iaies explica con la didáctica de quién pasó años por las aulas y da ejemplos que le permiten sostener sus argumentos con escenas de las que fue testigo.

Planteo una hipótesis. Después de los 70 u 80 hubo dos fenómenos que fueron muy fuertes: uno fue el Mayo Francés y esta idea de una rebelión de jóvenes, liderada por jóvenes y hecha por jóvenes, donde todo el mundo descubrió que se podía ser joven toda la vida. Esta idea de que no es que un día se terminaba la infancia, después venía la juventud y después la adultez, sino que podías ser joven todo el tiempo. Esto que uno ve hoy en las escuelas, en que en una reunión de padres, los padres se parecen a los pibes y las madres a las chicas, usan ropa parecida, escuchan música parecida, comen cosas parecidas, hacen dietas parecidas. Lo segundo fue la dictadura: empecé a dirigir una escuela en el año 1987 y me llamaba la atención lo que los padres venían a buscar. La sensación era "vinimos de la escuela del orden y queremos para nuestros hijos la escuela de la libertad", porque las preguntas eran ¿juegan? ¿Los escuchan? ¿Trabajan con los grupos? Nadie preguntaba si salían sabiendo matemática e inglés. Ahí empezó una etapa en la cual los adultos empezamos a sentir mucha culpa y que somos más simétricos de los jóvenes y de los chicos.

En el sistema educativo empezó esa cosa de "¿Le voy a escribir la ortografía a un pide de primero o de segundo, si se está largando a escribir"?, "¿Le voy corregir la caligrafía, si está empezando?". O sea, empezamos con todas dudas que lo que terminaron haciendo es que la redacción fuera un desastre, que los textos que los pibes traían eran ilegibles. Tengo la sensación que a partir de ahí se generó esta sensación de los padres que les dicen a los pibes que quieren ser los amigos, los maestros que quieren ser compinches de los alumnos y esta sensación de que no hay asimetría. Si yo que soy adulto digo que somos amigos, lo real es que dejé de tener responsabilidad porque somos simétricos y la verdad es que no puedo dejar de tener responsabilidad porque sino lo dejé solo. Estamos en una generación que se pregunta cómo cuidar a los chicos, si lo que tiene que hacer es acercarse y ser amigos o ser adultos y guiarlos. Nos están faltando respuestas de ese orden. Todo el tiempo dudamos de si las pautas que estamos poniendo valen la pena, si las podemos imponer o no. No nos podemos pasar la vida discutiendo las normas con los pibes porque sino no hay nada claro, no se sabe qué es lo que tienen que hacer.

Las dos cosas son así, el concepto de autoridad está en crisis con un concepto de orden social. En mi escuela secundaria estaba prohibido fumar pero todos sabíamos que en el baño del segundo piso alguno fumaba y que si caía el preceptor te ponían amonestaciones y que después en tu casa te volvían a retar. Había norma y había transgresión, no es que éramos unos santos. Todos alguna vez tomábamos, fumábamos o volvíamos tarde, algo transgredíamos pero teníamos claro que eso era así. Eso era un orden. Cuándo hoy le decís a los padres ¿vos lo dejás fumar o tomar de esta manera?, te dice: ¿y qué querés que haga si todos los dejan?. Pero el pibe necesita una palabra tuya de que eso es malo, eventualmente lo transgredirá pero necesita sentir que no querés que tome. Está faltando una palabra fuerte de que pasa con eso.

Creo que estamos en una situación mejor porque hace unos años que nos dimos cuenta que esto es malo, que nos dimos cuenta que los pibes necesitan otra cosa. Tenemos la sensación de que hay que cambiar pero nos cuesta cambiar. Por lo menos tenemos la sensación de que por ahí pasa. Hace dos años en Córdoba, haciendo uno focus group con chicos, les preguntamos a ellos, a los profesores y a los rectores qué era un buen profesor. Los profesores y los rectores nos decían que el que sigue los tiempos del grupo, que entiende el contexto, que los puede acompañar. Y los chicos nos dijeron que es uno que sabe, que viene todos los días y que exige.

Exactamente. Entonces les preguntábamos: ¿pero no hay alguno que esté más cerca de ustedes? Esos son unos truchos, nos dijeron. La verdad es que los profesores deben hacer de profesores, los rectores de rectores y los padres de padres. La sensación de ellos es: jueguen el partido que les toca así nosotros podemos jugar el que nos toca a nosotros porque si vos no haces de adulto, yo no puedo hacer de joven.

Ahí está el desafío. Hace un tiempo una madre me decía: "Es que cuándo yo estoy retando a mi hija me hace acordar a cuándo mi mamá me retaba a mí y no la puedo seguir retando". En algún momento vos te tenés que dejar de identificar con tu hija, te tenés que sacar la camisa de los chicos castigados y ponerte la del adulto responsable. Esto no quiere decir que seas igual que tu mamá, es que no es grave que una vez le digas a tu hijo o a tu alumno: "Esto es así porque te lo digo yo". No podés pasarte la vida diciendo eso porque estamos tratando que los pibes nos entiendan mejor, no con la presión de que todo hay que explicarlo y que todo lo tienen que entender. Lo que les enseñamos se lo tenemos que poder explicar y lo tienen que poder entender, una escuela que explica y los chicos comprenden es mucho más potente que esta cosas de aprender de memoria, pero tampoco podemos creer que les vamos a explicar todo y van a estar en todo de acuerdo, se supone que hay determinadas cosas que nosotros como adultos tenemos y hay que asumir esa responsabilidad, sino los dejamos solos.

Esa es una buena parte de la crisis argentina: nadie tiene muy claro para que sirve la escuela. Hace un tiempo, en Córdoba, hablando con rectores, les pregunté para qué sirve la escuela secundaria y me dijeron "para contener socialmente". Repliqué: "¿Y para enseñar?" Bueno, para enseñar también pero fundamentalmente para contener socialmente, me respondieron. Tenemos un problema, no tenemos un acuerdo de qué queremos lograr de que esos chicos puedan. Y lo real es que hay un día, en el mejor de los casos, en el que termina quinto año y nos corremos todos y ahí están los pibes solos frente a la vida. O los fortalecemos para darles herramientas o los dejamos solos, sino los dejamos solos antes cuándo repiten. La pregunta es: ¿qué tiene para ofrecerle esta sociedad a un pibe que dejó la escuela secundaria a mitad de camino? La educación es dejarles herramientas para que construyan un proyecto de vida porque sino los pibes están huérfanos. Nos tenemos que fortalecer desde ese lugar, tenemos nosotros que entender el sentido. El otro mensaje que quiero transmitir en el libro es que esto es un problema de adultos. De que los adultos entendamos de qué se trata para que los pibes reciban mensajes más claros. Es un problema de sentido terrible. Tenemos que volver a discutir para qué sirve la escuela, que queremos lograr y que si los pibes no aprenden tenemos un problema.

La escuela en algún momento tenía fuerza para ser contracultural, en algún momento la maestra te decía: "Esto no es una cancha de fútbol, aquí no hables así". La escuela perdió mucha fuerza para decir eso, se siente muy debilitada, que todo se cuestiona, que los padres no vienen como padres, vienen como fiscales a ver que sí y que no y que ellos tienen mucho menos claro que están haciendo y por qué lo están haciendo. En esa ensalada que tenemos, tenemos los resultados que tenemos. Si uno mira los resultados de la última prueba PISA, en el cuestionario complementario hay preguntas sobre orden en el aula, buscaron cinco preguntas que construyen ese indicador y nuestras aulas dieron entre las dos más desordenadas del mundo ¿Qué pasa en un aula desordenada? Los pibes que tienen mayor facilidad logran funcionar igual, pero los que tienen alguna dificultad, la tienen el triple. Tenemos que ordenar el aula, no es progresista tener un despelote adentro del aula con pibes que no escuchan.

En nuestra sociedad más que en otras, está claro que no podemos seguir funcionando así. En algunas cosas tenemos que tener algunas pautas de orden, no nos podemos pasar discutiendo esto. La escuela era contracultural, algún día con Sarmiento se dijo porque afuera de la escuela es así, tenemos que hacer adentro una escuela con orden que transmita y que haga. No creo que haya que volver a esa escuela. Uno puede encontrar artículos del Monitor de la Educación Común, donde se decía "Usted entra al aula, saluda a los chicos, pone la fecha en el margen derecho del pizarrón, pone el título". No creo que tengamos que volver a un sistema de arriba hacia abajo con órdenes, pero está claro que la escuela está muy contagiada de la sociedad que tenemos.

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