"Mi país, en su sabiduría, ha ideado para mí el cargo más insignificante que la invención del hombre o su imaginación nunca concibieron". La frase no es de Amado Boudou. Ni le fue dicha por el ex ministro de Economía a Agustina Kampfer, sino por el primer vicepresidente de la historia, John Adams a su esposa Abigail Smith, antes de que en 1797 se convirtiera en el segundo presidente de EE.UU., sucediendo a George Washington.
Esta introducción funciona a manera de prólogo de lo que parece ser la gran cuestión electoral de las próximas semanas: quienes serán los candidatos que acompañen Scioli, Macri y Massa.
Es probable, no debe descartarse, de que buena parte del debate se ubique en ese plano, a falta de definiciones más importantes. O que por el contario, la elección de los nombres signifique mucho más de lo que parece a primera vista. Así, en el mundo Scioli, su acompañante marcara el termómetro de cuan K será su campaña y su posible posterior gobierno; en el caso de Macri, resuelto el entuerto Larreta-Michetti, asoma una disputa entre dos bandos, entre quienes creen en un vice puro PRO y los defienden la tesis de buscar un extrapartidario, sea peronista o radical.
O dicho de otro modo: los vicepresidentes elegidos pueden terminar conformando la figura final del candidato a Presidente. De ahí la importancia del tema.
La historia, otra vez, nos revela que la elección de los vices, transita por dos parámetros: o se los elige para que sumen adhesiones a la fórmula presidencial –el uso y costumbre en EEUU- o se los busca para que aporten toneladas de lealtad a un cargo que tiene decenas de antecedentes de traiciones. En el mundo entero.
Argentina es el ejemplo de ambas situaciones: en el 2007 Julio Cobos fue elegido como el candidato de un sector del radicalismo que le sumó al proyecto K los votos necesarios para que CFK no necesitara ir a segunda vuelta. Para entender el presente hay que recordar el pasado: cuatro años después, escaldada por el voto "no positivo" del mendocino, Cristina no buscó ni aliados ni votos –tampoco los necesitaba- sino lealtad. La encontró en Amado Boudou, sin reparar en las sospechas que ya pesaban sobre el vicepresidente.
El primer marketing de la incertidumbre acerca de la elección del vice en los tiempos modernos lo montó Carlos Menem al nombrar a Carlos Ruckauf. La relación entre ambos también terminó mal, lo cual no sorprendió, sino porque Menem sabia del tema. Fue el único que logró el sueño de todos los presidentes: gobernar sin vicepresidente. En 1991, Eduardo Duhalde, su vice original, bajó a Buenos Aires a pelear la gobernación. Durante cuatro años, Menem tuvo como vice interino a su hermano Eduardo, presidente de la Cámara de Senadores.
Volviendo al 2015, los encuestadores coinciden en que los vicepresidentes no ganan elecciones. ¿Tampoco las hacen perder?
De todos los candidatos a vice, el de mayor relevancia política será el compañero de fórmula de Scioli. No por el peso específico de Scioli, o porque este marche primero en las encuestas, sino porque el nombre elegido implicará toda una definición sobre el misterio insondable que rodea - y rodeará- a la relación Scioli-Cristina. No es, ni será lo mismo, que el compañero sea Axel Kicillof, "Wado" de Pedro o Sergio Uribarri, los tres nombres que más mencionan como vices de la fórmula del FpV.
En el caso de Macri, se da el debate entre popularidad del nominado y la lealtad. ¿Que primará?
En el entorno del candidato a presidente, comienza a despuntar una división de opiniones que parece florecer justamente por el vice. En realidad la división es más profunda desde lo conceptual: pero traducido este debate a la elección del vice, están lo que siguen insistiendo con Reutemann, porque es popular, tiene buena imagen, cae bien la dupla con Macri y es peronista; y los que creen que el vice debe ser alguien de la propia agrupación. Esta última hipótesis ha generado la publicación de una diáspora de nombres en algunos casos con escaso curriculum para convertirse en el número dos del país, pero que conviven con quienes si tienen méritos para serlo. Sorprendió Macri esta semana con el tema. Le quitó un poco de peso específico y atención a la victoria de Larreta el lunes a la mañana cuando dijo que tenía ya el nombre de la persona elegida, aunque en la más absoluta de las reservas, sus cercanos confiesan que lo hizo para desactivar la bomba –cuya autoria se la adjudican a Hernan Lombardi- del intento michettista del domingo a la noche de que Macri le vuelva a ofrecer a "Gabriela" la candidatura.
Es en este marco que dicen que dijo que sería de PRO y "hombre", desalentando la movida pro Michetti. Pero el miércoles a la noche, con las cosas más ordenadas, aclaró que no necesariamente tenía que ser del propio partido. Divertido el juego, mientras el candidato lo maneje. Lo que no cabe duda es que, a la luz de otras decisiones, será la opinión del propio Macri la que pese al final. Sobre eso influyen en direcciones contrapuestas Jaime Duran Barba –cuya propuesta de candidato a vice parece ser una descripción de su propia persona- y Emilio Monzo, más favorable a Reutemann o un radical o un extrapartidario o cualquier nombre que de imagen de amplitud.
Desde el entorno de Massa hace meses se hizo trascender que el compañero ideal sería Roberto Lavagna, pero todavía parece que no es momento de anunciar vices, y además las nuevas alianzas del Frente Renovador, la última con José Manuel de la Sota y quizás con los Rodríguez Saá, podrían aportar novedades en la materia. En la previa del multitudinario acto de Velez, el viernes volvió a sonar otra versión de los hechos: que el vice seria del interior, para jugar con la pertenencia bonaerense del candidato a Presidente.