El oficial de la fuerza aérea británica Sidney Edwards y el capitán de fragata argentino Ernesto Proni Leston en un punto fueron iguales: sirvieron a su modo a su patria, durante la guerra de Malvinas. Pero el final, para el uno y para el otro, fue diferente: al inglés lo condecoraron con la Orden del Imperio Británico, y el argentino terminó trabajando de remisero.
Un espía en Santiago
En cuanto las tropas argentinas tomaron posesión de Malvinas, el 2 de abril de 1982, el Ministerio de Defensa británico encomendó a uno de sus espías, Sidney Edwards, de 47 años, una nueva misión: conseguir el apoyo chileno en el conflicto. Tan secreta era la misión que su mujer se enteró dónde había estado recién después de la guerra.
El agente planificó bien la operación. Comenzó entrevistándose con el embajador chileno en Londres. Miguel Schweitzer, y el agregado aéreo en esa misma ciudad, Ramón Vega, quien años después llegaría a ser jefe de la Fuerza Aérea trasandina. Les dijo que para Inglaterra era vital conseguir el apoyo del gobierno de Chile para su contraofensiva en las islas del Atlántico Sur y que, según las informaciones que poseía, a los chilenos les convenía que Argentina no se saliera con la suya.
"Si no nos ayudan en la guerra los argentinos caminarán después derechito a tomar las islas del Beagle", les dijo. También les prometió armamentos, inteligencia "y otras cosas que normalmente ustedes no podrían conseguir". Días después, vestido de civil, ya estaba en el Aeropuerto de Santiago de Chile, desde donde enfiló directamente a la embajada de su país. Esa misma tarde se reunió con el comandante de la Fuerza Aérea, general Fernando Matthei.
Éste le dio cálidamente la mano y le ofreció "cooperación total dentro de los límites de lo práctico y de lo diplomáticamente posible". Una sola condición le puso: si algo salía mal, Pinochet debía aparecer ante los ojos de la opinión pública internacional como ignorante del asunto. El inglés respondió que entendía "la delicadeza de las relaciones entre los dos países" y coincidió en "la necesidad de mantener el secreto". Se reunió además con otros oficiales y tomó notas que, esa misma noche, tras memorizarlas, destruyó. A los pocos días ya tenía un documento falso de identidad, un auto, y una licencia para manejar.
Vivía con un pie en la embajada británica y otro en las oficinas centrales de la fuerza aérea chilena. Un día, a las tres de la madrugada, sonó su teléfono. Debía ir de inmediato a la embajada a ver mensajes urgentes que le habían enviado. Salió tranquilo a desandar las calles a esas horas desiertas por el toque de queda que regía hasta las cinco de la mañana. También estaba inmunizado contra eso.
Chile al servicio de Inglaterra
Chile comenzó a ponerse al servicio de Inglaterra facilitándole el uso de un radar de largo alcance instalado en Punta Arenas. Este implemento permitía a los ingleses ver los movimientos de aviones argentinos en Ushuaía, Río Gallegos, Río Grande y Comodoro Rivadavia, y transmitir la información a la fuerza aérea británica.
El radar de Punta Arenas les acercaba avisos tempranos de ataques aéreos argentinos. Años después, el mismo espía confesaría: "Sin ese elemento, habríamos tenido que montar patrullas aéreas de combate carísimas y aviones volando constantemente, listos para interceptar intrusos. Las informaciones que recibíamos a través del radar de Punta Arenas hicieron que la guerra fuera más corta".
Otra tarea de Edwards, quien también era piloto y experto en operaciones conjuntas, fue coordinar con Londres el envío de un equipo del Servicio Aéreo Especial Británico (SAS), al cual venía incorporado un sofisticado sistema satelital de comunicaciones.
Chile también permitió a los ingleses utilizar el aeropuerto de la isla San Félix, ubicada a 892 kilómetros de la costa chilena. Desde allí partían aviones británicos pintados con los colores chilenos, los cuales volaban a gran altura cerca de la frontera argentina "para obtener información de lo que pasaba en ese país". Efectuaron un total de cinco vuelos de reconocimiento, denominados misiones Nim-rod. Según las memorias del espía, "en la isla, a cargo de la Armada, el almirante José Toribio Merino había ordenado darnos todas las facilidades".
Al mismo tiempo, en una carpeta, Edwards anotaba los aviones ingleses derribados, buques hundidos y tropas heridas. "Con mis colegas chilenos coincidimos en que los pilotos argentinos estaban mostrando un gran coraje y habilidad", recordó años después, cuando todos estos documentos fueron desclasificados por su país.
Tensión en Punta Arenas
Casi a la medianoche del 18 de mayo de 1982, en las afueras de Punta Arenas, un helicóptero Sea King apareció ardiendo cerca del mar, vacío. Otra vez el teléfono despertó en plena madrugada al espía. Era el general Vicente Rodríguez, "que estaba extremadamente agitado"porque Pinochet quería saber qué hacía un helicóptero británico en Chile. El dictador lo sabía, pero de acuerdo a lo convenido se lo debía hacer aparecer como inocente de culpa y cargo.
Edwards pidió instrucciones a sus jefes de Londres sobre qué debía hacer ante el grave incidente que desnudaba una activa presencia militar inglesa en Chile. Dos días después, aparecieron tres de los tripulantes del helicóptero, y se presentaron ante las autoridades. La embajada británica organizó entonces una conferencia de prensa, con presencia de Sidney Edwards. Uno de los pilotos dijo a los periodistas que en momentos en que realizaban un "viaje de entrenamiento" las malas condiciones climáticas los obligaron a descender y que se mantuvieron ocultos porque creían que habían caído en territorio argentino.
La verdad era muy distinta. El Sea King en realidad transportaba fuerzas especiales para desembarcarlos en el sur de Argentina con el objetivo de destruir los misiles Exocet argentinos y los aviones Súper Étendard que los llevaban. Tal operación debió ser abortada tras la caída del helicóptero y el consiguiente escándalo mediático.
A medida que corrían los días, disminuían los ecos periodísticos relacionados a este caso. Pero un periodista insistía con eso. Edwards les dijo a las autoridades chilenas que "estaría feliz" si el reportero enfocara su atención en otras cosas. Días después preguntó a Patricio Pérez, un oficial de la Fuerza aérea de Chile, sobre el reportero. "No te preocupes por él. Está vivo, pero muy asustado", le respondió.
Las tropas argentinas se rindieron el 14 de junio de 1982 y, con un saldo de 255 británicos y 649 argentinos muertos, la corta guerra se terminó. Edwards fue a la discoteca Brujas a celebrar el triunfo. "Muchos de mis colegas chilenos se me unieron en esa discoteca, y estaban tan contentos como yo de la victoria", recordó.
Por esta misión lo condecoraron con la Orden del Imperio Británico. Hoy tiene 80 años, y recuerda: "Con la ministra Margaret Thatcher y mis jefes del Ministerio de Defensa coincidimos que sin la ayuda que logramos de Chile habríamos perdido la guerra".
La otra cara de la moneda
El 4 de mayo de 1982, aviones Súper Étendard dotados de misiles Exocet hundieron el moderno destructor Sheffield, con lo cual se asestó un duro golpe a las fuerzas británicas. El gestor de la hazaña fue el capitán de fragata Ernesto Proni Leston, quien al comando de un avión de exploración Neptune localizó a la nave de guerra inglesa, la siguió por varias horas, y envió precisas coordenadas que permitieron horas después a los aviadores argentinos atacarla con éxito.
En septiembre del 2007, Proni Leston murió. La noticia pasó desapercibida mientras irónicamente el periodismo argentino se esmeraba en difundir el fallecimiento del general inglés Jeremy Moore.
El capitán Proni Leston fue otro de los tantos casos emblemáticos del poco reconocimiento que en este país se ha brindado a los héroes de la guerra de Malvinas. Tras su retiro de la Armada Argentina, este ex combatiente debió trabajar como remisero porque con su magra jubilación no podía mantener su hogar.
En los últimos tiempos de su vida, le costaba caminar, secuela de un disparo que le efectuó un marginal que lo asaltó mientras trabajaba por las calles de su ciudad. "Lo que no pudieron los ingleses lo logramos los argentinos con nuestra conducta esquizofrénica", declaró, recordando su infortunio, un ex compañero de lucha.
Ésta fue la "condecoración" que recibió quien habiendo hecho méritos para ser declarado Benemérito de la Patria terminó sus días olvidado, sin pena y sin gloria.
El autor es historiador
(Este artículo fue publicado originalmente en el diario Norte, de Resistencia)