La noche del 28 de febrero de 1953, Josef Stalin tuvo una reunión con su círculo de confianza. Una versión no oficial asegura que el sangriento dictador se retiró a descansar luego de discutir violentamente con dos de sus seguidores, Lázar Kaganóvich y Voroshílov.
Así comienza el relato del diario ABC sobre el deceso del líder soviético, conocido por ser implacable con sus adversarios y por haber impuesto el comunismo con el rigor de la tiranía.
Según el diario español, Stalin no salió de su habitación en todo el día siguiente, por lo que uno de sus empleados debió forzar la puerta. El dictador yacía en el suelo casi sin poder hablar. La historia oficial afirma que había sufrido un ataque cerebrovascular que, tras unos días de agonía, le causó finalmente la muerte el 5 de marzo de ese año.
Sin embargo, los métodos impuestos por Stalin durante los más de 30 años que fue secretario general del Partido Comunista en la Unión Soviética colaboraron con las sospechas sobre su muerte y abonaron la teoría del asesinato.
"El miedo y el odio contra el viejo tirano casi podían olerse en el aire"
"El miedo y el odio contra el viejo tirano casi podían olerse en el aire", escribió en su momento un embajador estadounidense en la URSS.
A pesar de los problemas de salud que sufría desde niño, y que fueron incrementándose a medida que pasaron los años, Stalin se aferró al poder incluso cuando comenzó a padecer problemas de memoria y su estado físico se deterioró sensiblemente.
ladímir Vinográdov, su médico personal, le diagnosticó una hipertensión aguda y le recomendó al dirigente comunista que redujese sus funciones en el Gobierno. Sin embargo, temiendo una conspiración, Stalin se negó a tomar los medicamentos y despidió a Vinográdov.
Su desconfianza, sobre todo contra los médicos, se incrementó en los años siguientes, cuando ordenó el arresto de los nueve doctores y aprobó que fuesen torturados hasta confesar, en lo que fue bautizado como "el Complot de los Médicos".
La persecución afectó en total a 37 trabajadores de la salud en todo el país, 17 de ellos, judíos, mientras que la paranoia antisemita se extendió entre el pueblo. A finales de enero de 1953, su secretario privado desapareció sin dejar rastro. Y poco después, el 15 de febrero, el jefe de sus guardaespaldas fue ejecutado en extrañas circunstancias.
Sólo la muerte de Stalin meses más tarde pudo frenar la escalada de muertes que había comenzado. Precisamente por este clima de desconfianza, aunque la causa oficial del deceso fue un ataque cerebrovascular, la sospecha del asesinato ha perseguido el suceso hasta la actualidad.
Su mano derecha, ¿la mano ejecutora?
El primero en asistirlo cuando fue hallado tendido en el suelo fue el jefe de la policía y del servicio secreto, Lavrenti Beria. Parsimonioso, el asistente personal de Stalin decidió no convocar a los médicos en las primeras 24 horas, argumentando la antipatía y desconfianza del enfermo contra ellos. Según algunos testimonios, en los lapsos en los que el líder soviético abría los ojos, miraba con odio y rencor a todos los que estaban a su alrededor, particularmente a Beria.
"Yo lo maté, lo maté y los salvé a todos"
El día 4 de marzo, experimentó una señal de recuperación y una enfermera comenzó a darle de beber leche con una cuchara. En ese instante, sufrió un nuevo ataque y entró en coma. Los médicos siguieron intentando reanimarlo, hasta que quien fuera su sucesor, Nikita Grushev, habría dicho: "Basta, por favor, ¿no ven que está muerto?".
Sin embargo, el máximo sospechoso más allá de los médicos a los que el propio Stalin acusó de conspiradores siempre ha sido Beria. Según las memorias de Grushev, precursor de un proceso de desestalinización, Beria llegó a confesarlo ante el Politburó: "Yo lo maté, lo maté y los salvé a todos". Un día después de la muerte de Stalin, Beria puso fin a la investigación del "Complot de Médicos", junto con el reconocimiento de que las acusaciones habían sido inventadas.