Con ese nombre identificaban los conquistadores españoles a las tribus caribes que hallaron en el norte de Sudamérica y en América Central. Ellos fueron los que instalaron la versión de que estos pueblos -con los que estaban en guerra- se comían a sus enemigos. Pero los historiadores concuerdan en que no hay evidencias de que fuera realmente así y se inclinan por pensar que la acusación formaba parte de una estrategia para presentarlos como salvajes despiadados en Europa.
Las personas que practican la antropofagia -como se denomina al canibalismo cuando se da entre seres humanos- tienen muchas probabilidades de contraer kuru, una afección cerebral que genera fuertes temblores y que, frecuentemente, termina en la muerte. Se produce por la ingesta del cerebro humano, que contiene priones, unos agentes infecciosos que transmiten la enfermedad.
Un ejemplo es el sapo de caña (Rhinella marina), que suele comerse los huevos de su misma especie. Tiene diversos motivos para hacerlo: desarrolla su maduración, elimina futuros rivales y es una fuente de alimento a la que es inmune, pero que resulta tóxica para otros animales.
Arqueólogos encontraron evidencias que sugieren que los primeros colonos apelaron a la antropofagia como un recurso extremo en períodos de escasez de alimentos. Distintos registros históricos muestran que fue algo bastante generalizado durante el duro invierno de 1609.
Aunque parezca increíble, una forma alternativa que tenían los verdugos para ganar algunas monedas en la Alemania de los siglos XVII y XVIII era vender como remedios algunas partes del cuerpo de las personas que ejecutaban. Lo que más se usaba era el cráneo, que se molía y se mezclaba con distintos brebajes para hacer una pócima contra la epilepsia.