Papa pide a los cardenales que no se conviertan en una "casta"

El sumo pontífice advirtió que la Iglesia se juega "su credibilidad" con la reintegración de los marginados y de los olvidados

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"El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todos", afirmó el papa argentino durante la homilía pronunciada en la basílica de San Pedro.

El sumo pontífice concelebró la misa solemne con cerca de 160 cardenales provenientes de los cinco continentes, entre ellos los 20 que recibieron la víspera el título cardenalicio.

Sólo uno de ellos, el colombiano José de Jesús Pimiento, de 95 años, no pudo asistir a la ceremonia por motivos relacionados con la edad.

Francisco, que aparecía algo cansado tras una semana intensa de reuniones con los cardenales para evaluar los avances de las reformas que impulsa, ilustró con palabras claras los principios de su pontificado, inaugurado hace dos años.

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"Jesús no tiene miedo a los escándalos. No tiene miedo a las personas obtusas, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas, a cualquier caricia que no corresponda a su forma de pensar y su pureza ritualista ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento", apuntó.

El papa argentino habló de lo que llamó "la encrucijada" que vive la Iglesia hoy en día, dividida entre dos lógicas: "El miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos".

Francisco citó las resistencias y hostilidades que padecieron los dos fundadores de la Iglesia, San Pedro y San Pablo, y aseguró que la historia de la Iglesia ha estado marcada por dos ideas: "marginar y reintegrar".

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A los nuevos cardenales, Francisco les recordó "la lógica de Jesús. Este es el camino de la Iglesia. No solo acoger e integrar, con valor evangélico, a aquellos que llaman a la puerta. Sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que hemos recibido gratuitamente".

Francisco se dirigió directamente a esos purpurados, casi todos sacerdotes desconocidos que trabajan en ciudades y regiones perdidas de los cinco continentes, entre ellos cuatro latinoamericanos provenientes de Panamá, México, Uruguay y Argentina.

"Vean al Señor en cada persona que sufre, que está desnuda, también en aquellos que han perdido la fe o se declaran ateos, al señor que está en la cárcel, que no tiene trabajo, despedido... Al discriminado. No descubrimos al Señor si no acogemos auténticamente al marginado", concluyó.

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