Esta semana fue histórica. Pareciera que, con el acercamiento y una renovada perspectiva en el bilateralismo cubano-norteamericano, la isla superaría más de 50 años de malas relaciones con el vecino del norte, un hecho revolucionario en sí mismo frente a la tradicional retórica antiimperialista nacida en 1959.
Lo primero que llamará más la atención del turista es una inmensa flota de no menos de 50.000 unidades vehiculares, compuesta principalmente por coches de las décadas de 1950 y 1960, así como la permanencia de edificaciones de antaño, muchas severamente dañadas, principalmente en los barrios más comprometidos de la capital, La Habana.
En efecto, al panorama cubano poco promisorio que explica varias transformaciones y el reestablecimiento de relaciones con Estados Unidos, hay que sumar un promedio anual de 230 derrumbes en Centro Habana (uno de los barrios más turísticos) y el hecho de que un cubano necesite 700 años de salario para comprar una casa, frente al mito de la vivienda digna para todos.
Miseria para algunos (hay más de 100 barrios marginales, villas miserias, en la isla), prostitución en auge y bajo diversas modalidades, desabastecimiento y escasez para varios, son algunas de las condiciones con las que vive el cubano promedio. Un sistema a punto de cumplir 56 años se encuentra en el límite del colapso y siente la necesidad de dar guiños para adelante que indicarían el reconocimiento de tal estado crítico junto a la necesidad de ver una alternativa. El acercamiento a Washington de esta semana es lo más palpable en ese sentido en los últimos tiempos.
Dentro de las penurias que ocasiona un sistema en crisis hace tiempo, quienes peor lo pasan son los negros, gran parte de la población más marginada, junto a otros colectivos, como el LGBT. Se estima que los afrodescendientes son el 60% de la población insular, pero en las estadísticas oficiales apenas representan el 9%, sobre un total de 11,2 millones de habitantes. La popular web Wikipedia se hace eco de esa lectura racista e indica una mayoría de población blanca (65% al 2002).
Estas cifras constatan una realidad difícil para los afrocubanos, la creciente discriminación y un Estado que no contempla en la agenda la posibilidad de tratar el problema del racismo porque es un elemento que no reconoce. Al contrario, la propaganda estatal difunde la idea de que en Cuba no hay discriminación racial y de que la Revolución proveyó la igualdad para todos. Asimismo, tampoco para la sociedad cubana el tema racial es una prioridad.
En Cuba existe un patrón de hegemonía colonial y blanca que llega hasta hoy. El negro siempre fue temido y marginado, como ocurrió en muchos otros sitios de América. La idea del blanqueamiento fue válida para muchos ya que ser negro era vergonzoso. Así fue como varios grupos negaron su condición no blanca. Asimismo, como el negro fuera asociado a lo peligroso (el temor permanente a las revueltas esclavas), un reflejo de ello fue que en 1844 una feroz represión del Estado colonial pulverizó a la burguesía negra. La "Conspiración de la Escalera" (en relación a los métodos de tortura empleados) en parte explica que hoy, pese a que el Estado mire para otro lado, más de la mitad de la población afro se considere pobre. También cercenó la posibilidad de existencia de una clase media negra. La población afrodescendiente compone ahora un mercado étnico negro (periférico e ilegal) que vive de lo informal y muchas veces por fuera del circuito estatal y cooperativo.
En otras palabras, las élites destruyeron los incentivos de las clases populares y las relegaron a un mercado residual que reproduce el racismo que el Estado no admite. Existe una "ruta del esclavo interna" de la cual la mayoría que la forma es población afrodescendiente. Por ejemplo, muchos jovencitos del oriente cubano acuden a prostituirse al occidente, principalmente en La Habana, donde acude el mayor número de turistas.
La marginación de ciertos grupos sociales, como el mayoritario negro, no es un invento de una propaganda antirrevolucionaria, sino el reflejo de estadísticas. Para ello, valen las cifras. La representación negra al interior de los partidos políticos solo alcanza el 0,5%, mientras que en el paradigmático movimiento 26 de Julio tampoco hay presencia significativa afro. La isla padeció entre 1958 y 2014 un proceso de migración forzada, durante el cual los espacios abandonados fueron ocupados por los representantes de la nueva élite política, pero casi sin representación negro o mestiza.
Según ONEI (la oficina de estadísticas nacional), en 1997 solo el 1,7% del sector turismo empleaba a los de color y en 2007, de 196 funcionarios y directivos, solo tres lo eran. En 2012, el 86% de los ocupados en el sector informal de la economía eran afrodescendientes. En esta modalidad destaca la venta ambulante, que emplea solo a una mujer blanca de cada siete.
El gran problema de Cuba es que el negro rechaza su condición por la permanencia de un discurso racista, tornándose invisible, aunque en la cotidianeidad no lo sea. "Todo pueblo que se niegue a sí mismo está en trance de suicidio", sentenció el intelectual cubano Fernando Ortiz (1881-1969), asiduo investigador de la afrocubanidad. Habría que pensar si esta máxima se cumplirá siendo que, por el momento, el panorama para los afrodescendientes no es nada halagador.