"Yo, cuando sea grande, quiero ser desaparecida, para tener el pelo muy largo y con ondas naturales o de ruleros, como tienen las chicas de las fotos en blanco y negro de los diarios", dice una nena que está en tercer grado y es la voz narradora del cuento que da título al nuevo libro de Hugo Salas: Cuando fuimos grandes (Alción Editora).
Salas es escritor y periodista especializado en temas culturales. Nació en 1976, en Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, y tuvo su presentación en la literatura argentina con Los restos morales, una elogiada novela que publicó cuatro años atrás, en donde ya se advertía una voz personal, original y potente que en estos cuentos vuelve a sacudir al lector.
Hugo Salas estuvo en la redacción de Infobae y habló sobre estos temas pero también sobre otro que aborda en su literatura: el sexo como práctica de consumo.
-Me impresionó mucho el cuento que le da el título al libro: hay allí una fortaleza en la irreverencia que se inscribe en una forma de narrar los modos de la memoria en la que se reconocen muchos autores nacidos a mediados de los 70. ¿Lo ve así?
Ella (la niña) dice que lo que quiere ser es desaparecida y empieza a trabajar sobre el imaginario y los modos en que se transmitió la memoria. Ahí hay algo generacional: nací en el 76, y recuerdo muy vívidamente el momento del destape y la llegada del alfonsinismo y no puedo creer los términos explícitos en los que se nos hablaba de tortura. Una cosa es que los chicos deban conocer lo que pasó, pero a nosotros se nos hablaba en términos muy crudos. De hecho toda nuestra generación está atravesada –y esto es una cosa incómoda- por el hit de la época que es la versión de La noche de los lápices de Olivera, que es una versión romantizada y libidinizada de la tortura. Habría que revisarlo como sociedad, por lo menos para pensar qué procesos se dieron.
-¿Se está revisando la forma en la que se narraron los setenta?
Creo que sí, hay mucha gente, tanto de mi generación como de otras que está revisando no los 70 -algunos sí están tratando de reponer un poco mejor ese mapa-, tratando de explicar una serie de cosas, como el impuesto a la generación que no la vivió, que es como un impuesto eterno y perdurable. Esa misma generación, que en teoría no vivió la dictadura pero que iba a la escuela bajo la dictadura y que siguió en una escuela que tenía una matriz de la dictadura y que, después, cuándo viene el menemismo es la generación que compra discos en Tower Records, entonces éramos menemistas. Mientras los adultos compraban 4x4, propiedades, los menemistas éramos nosotros. Por alguna extraña razón los que no acumulamos bienes ni propiedades, ni nos beneficiamos sino que algunos teníamos trabajo que nos permitía viajar, éramos los jóvenes menemistas que no teníamos ilusiones, no teníamos ideales y no éramos como la juventud maravillosa. Hay una revisión: esa generación en algún momento iba a explotar e iba a decir: a ver, ¿cuán maravillosa?
"Esa visión impide poner sobre la mesa una discusión seria sobre el proyecto armado en los 70"
Es una revisión interesante, porque ahí había una visión romantizada que uno la puede entender en el momento en que había que pelear y había que recuperar los juicios pero hubo una visión totalmente romantizada de la militancia en los 70. Esa visión impide discutir un montón de cosas, impide poner sobre la mesa una discusión seria sobre el proyecto armado en los 70, sin por esto abonar ninguna teoría de los dos demonios. Está clarísimo que la represión por parte del Estado está por fuera de cualquier canal de legalidad y que el terrorismo de Estado no tiene parangón con ninguna posible acción de grupos civiles.
-Eso tiene un consenso pero es la narrativa de los autores de su generación -también hay debates en ámbitos académicos y lo han hecho autores mayores- la que está poniendo en cuestión el modo en que se narró los 70 y lo hace con una voz que escapa a la visión mítica heroica ¿Está de acuerdo?
Sí, y creo que en parte es generacional porque mi generación fue la de los jóvenes que no éramos jóvenes como debíamos ser porque los jóvenes de verdad ya habían sido y uno no se podía encuadrar ahí porque era la juventud de los 70. Era inevitable que en algún momento saqucáramos la libreta del almacenero y empezáramos a decir, bueno, muchachos, a ver...
-¿Se empiezan a ajustar cuentas pendientes?
No sé si ajustar cuentas, pero sí a revisar los mitos porque el mito completo, en paquete, es muy complejo. El mito puede traer gente con la que uno puede tener cierta admiración o puede entender, por ejemplo (Norma) Arrostito, pero la valijita también trae a Firmenich. Y trae a gente que salió con los indultos, que está viva y no ha dado explicaciones. Un problema de la memoria de los 70 es que hay mucha gente que no ha dado explicaciones, sobre todo previo al 76. No ha habido una explicación minuciosa y seria de la mayoría de las cúpulas de las organizaciones. Isabel Perón sigue viva y nunca terminó de declarar en ningún lugar nada. Esto para los que recibimos la herencia de no haber estado y se nos recuerda siempre que no estuvimos y que por lo tanto no sabemos cómo era, no deja de generar, por lo menos en mi caso, una profunda inquietud.
-El título del libro no es el título exacto de ese cuento, sino algo que es como un oxímoron. ¿Esa era la intención?
Hay algo de eso, de retomar esa vieja pregunta que a uno le hacían: ¿Qué querés ser cuándo seas grande? Cuando estábamos buscando un título me pareció que este oxímoron de retroceder a cuando fuimos grandes que genera distinta perspectiva, como si uno se volviera un niño. El libro en alguna medida está atravesado por una serie de cuestiones generacionales y posibilidades frustradas o truncadas que fueron para otro lugar. Todas aquellas proyecciones no se llegaron a plasmar en nada, en algún en sentido es una imagen de haber sido grandes cuando uno era chico.
-¿Piensa que eso une a los relatos?
No. Mariana Enriquez, que es muy amiga y que estuvo en la presentación, decía que hay un problema con la insatisfacción. Coincido con ella pero creo que es un libro de cuentos de fantasmas, en un sentido muy amplio, en el de todas estas cosas que nos acosan y que no están ni muy vivas ni muy muertas y con las que uno convive constantemente. Esos fantasmas son, desde las expectativas que se tienen respecto de las propias relaciones eróticas, hasta personas fallecidas o expectativas políticas. Todos esos fantasmas conviven con uno.
"Es una locura la idea de que como cualquier forma de contacto homosexual vulnera el modelo heterosexual patriarcal es per se revolucionario"
-¿Fantasmas que implican frustraciones?
El fantasma lleva a la frustración en su ligazón con el deseo. Uno de los cuentos, "Fatal", es de una pareja que está asolada por el fantasma de lo que una pareja debería ser y todo lo que tratan de hacer para cumplimentar todo. Es un camino garantizado a la insatisfacción en todas sus formas. Desde mi novela anterior, Los restos mortales, hay algo que me preocupa y es que tenemos todos una extensa biblioteca en donde el sexo es auténticamente liberación y plenitud y a mí me parece que si uno lo mira, sobre todo a partir de la década de los 90, hay un lugar donde el sexo convertido en otra práctica de consumo se vuelve opresivo, asfixiante por momentos y que muchas veces puede no salir bien. Uno de los secretos que olvidan estas visiones más celebratorias del sexo, y que concretamente en la cultura homosexual se produce a partir de los setenta, es la idea de que como cualquier forma de contacto homosexual vulnera el modelo heterosexual patriarcal es per se revolucionario. Esto es una locura.
-¿Es también reaccionario?
Es profundamente reaccionaria esta idea. Incluso uno de sus defensores que es un gran poeta, Perlongher, cuando lo vuelca a sus tesis sobre la prostitución masculina en San Pablo pierde de vista que es una situación atravesada por el mercado y por la explotación. No logra ver lo que tiene de explotación que varones que no se reconocen como homosexuales se prostituyan por dinero. Le parece que tiene instancias liberatorias, desestructurantes. Eso aparece en ese cuento: la presión en torno a una serie de cosas que se suponen que se deben hacer. En gran medida, si el sexo ya no se puede pensar tan linealmente como lo piensan muchas publicaciones del colectivo gay, lésbico y trans. Si no se puede seguir hablando del sexo como algo totalmente liberador es porque el sexo queda a partir de los 70 y 80 absolutamente entrampado en situaciones de mercado y de consumo, en donde incluso el otro se vuelve prescindible. Al multiplicarse la cantidad de contactos sexuales es inevitable que se multipliquen las decepciones, no todo contacto sexual está destinado a salir bien.
"En una sociedad totalmente atravesada por el consumo, que no ha perdonado ningún ámbito de la vida, el sexo no tenía por qué ser la excepción"
-¿Era posible hacer este planteo en los 60 ó 70?
Nosotros recibimos el mandato de los 60. Esa generación vive la revolución sexual y cuándo esa generación se convierte en padres –no fue mi caso, yo tenía padres muy mayores- mi generación, tiene la presión de que a los 12 ó 13 años éramos bombardeados con libritos con dibujitos de educación sexual porque teníamos que tener una sexualidad plena y muy feliz. Es un mandato. Se señalaba insistentemente cuáles eran las estadísticas de la edad de comienzo, lo cual en la adolescencia genera muchas ansiedades. Hay un lugar en donde pasamos de ciertas prácticas del tabú en torno a la sexualidad a otras que son igualmente complejas, en el sentido en que hay una terrible intromisión de los adultos en quiénes tendrían que estar descubriendo su sexualidad. Mi generación fue la primera en vivir esto, pero las que siguieron la tienen peor: hoy el modelo es que una nena de 8 ó 9 años se tiene que vestir sexualizada; eso en mi época no existía. Esa libidinización de los niños a mí me resulta muy rara. Si uno mira las publicidades gráficas de ropa para chicos en donde los modelos son de 7 u 8 años, aparecen fuertemente libidinizadas. No sólo en lo que tienen puesto, sino en cuestiones de pose. Para mí este es un dato que tiene que ver con una sociedad que está totalmente atravesada por el consumo, que no ha perdonado ningún ámbito de la vida y ese no tenía por qué ser la excepción.
-Siempre me quedó grabado algo que dijo Carlos Gamerro cuándo salió su primera novela Los restos mortales: palabras más o menos, sostuvo que "Hay historias que buscan a su autor". Cuando leo estas historias breves y diferentes entre sí pero todas con una enorme potencia me preguntaba cuántas historias lo han estado buscando.
Son historias que son el resultado del trabajo de varios años. Es un libro que compendia un montón de materiales que estuve trabajando mucho tiempo (varios quedaron afuera). El libro tiene un ordenamiento muy claro: elegí partir de los que son más cuento, es decir el género redondito con el final con remate. Ese género muy codificado en la literatura argentina. Y de ahí ir progresivamente avanzando fuera de ese modelo, fuera del modelo Quiroga/Cortázar hacia modelos de cuentos que incluso están bastante mal vistos en la tradición argentina, que los llamaría cuentos deformes, un cuento que no necesariamente guía tanto la lectura y que postula otros puntos de entrada. Pero es verdad: desde esa anciana de más de cien años que aparece en el primer cuento y es una señora paquetísima que tiene una desgracia en un yate a Santorini, hasta otros personajes que son mucho más cercanos. Esto tiene que ver con los proyectos de escritura: a los cuentos los trabajo en paralelo a las novelas. Hay un cuento, "Mamá", que tuvo que ver con el proceso de escritura de Los restos mortales.