Con la nueva encuesta de Datafolha divulgada el lunes indicando empate técnico entre Dilma y Aécio (con la presidenta ahora en la delantera) al igual que el sondeo de MDA, tras dos semanas de ataques y debates, es evidente que no será el marketing el que desempatará la disputa electoral. Eso ocurre cuando, agotados todos los recursos de autopromoción y desconstrucción del otro, la decisión pasa a depender de la fuerza electoral de los agentes políticos aliados de cada candidato.
En el caso actual, de los candidatos a gobernador, de los alcaldes y caciques regionales con poder de influencia sobre la decisión de los grandes bloques de electores en los llamados feudos electorales. Funcionan incluso hasta en Brasilia: en la víspera de la elección, los caciques dan la instrucción de voto a sus seguidores.
En el 2002, por ejemplo, pesaron mucho a favor de la victoria de Lula contra José Serra en la segunda vuelta, los votos de Bahia del fallecido caudillo Antonio Carlos Magalhaes, los de Maranhão bajo la influencia de la familia Sarney, y los de otros estados en que los gobernadores o caciques del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), a pesar de su alianza formal, "crucificaron" al candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) José Serra y apoyaron a Lula: Jader Barbalho en Pará, Newton Cardoso en Minas Gerais, Luís Henrique en Santa Catarina, entre otros casos.
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En el 2006, el marketing fue más decisivo en la segunda vuelta.
Los aparatos políticos volvieron a ser importantes en la segunda vuelta del 2010, a favor de Dilma Rousseff. Fue Lula, aún presidente, quien articuló la acción de los aliados de peso a favor de su candidata.
En materia de marketing, a no ser que vuelvan a los golpes bajos, táctica de la que parecen estar desistiendo, los dos candidatos ya quemaron sus principales cartuchos. Aécio habló hasta el cansancio de corrupción en Petrobras, de inflación y bajo crecimiento, de obras públicas sin terminar y de la virulencia de la campaña de Dilma. La llamó mentirosa y liviana cuantas veces quiso.
Dilma usó y abusó del recurso de comparar a los gobiernos del PT con los de Fernando Henrique Cardoso, explotó la derrota de Aécio en Minas Gerais en la primera vuelta con el mote "Aécio, quien lo conoce no lo vota", habló de todo lo que hizo de la generación de empleos, de sus programas sociales y avisó a los electores del riesgo de retroceder en caso de una victoria de su oponente.
A toda hora, en radio y en TV, la campaña de Aécio transmite el spot en el que Dilma años atrás aparece elogiándolo como uno "de los mejores gobernadores del país" y a toda hora la campaña de Dilma trasmite el video de Chico Buarque explicando su voto, ahora no por Lula, "sino por causa de Dilma".
Estando en el poder, teniendo la gratitud y el apoyo de buena parte de los gobernadores y de los alcaldes, Dilma tiene ventaja en la acción de los aparatos electorales en los estados. Su problema son los conflictos con algunos líderes, causados por ella misma o por el PT, y una deficiencia en la articulación política, un problema que sólo Lula puede enfrentar con éxito. Por eso el ex presidente ha priorizado en sus viajes los estados en que hay aliados disputando la segunda vuelta, como en Pará, donde estuvo la semana pasada. Esta última semana va al Noreste, incluyendo a su estado natal, Pernambuco.
Dilma se concentrará en los grandes colegios electorales del país en los que está en nítida desventaja, como San Pablo. Irá tres veces a Rio de Janeiro esta semana, contando el viaje del viernes para participar del último debate en TV Globo.
Aécio, en tanto, lucha por recuperar los votos que perdió en Minas y sus aliados aseguran que ya está al frente en el estado que gobernó. En materia de "grandes aparatos políticos", Aécio cuenta con algunos importantes: la familia Campos en Pernambuco, Geddel Vieira Lima en Bahia, la familia Bornhausen en Santa Catarina, Marconi Perillo en el estado de Goiás.
Si esta percepción se confirma, después del duelo frontal entre ellos y la guerra del marketing en radio y TV, la disputa será decidida del modo más convencional posible: en la pelea entre las viejas maquinarias de poder que mueven la política, sobre todo en el Brasil más profundo. A no ser que el marketing de uno u otro resuelva lanzar una bomba atómica.
Por Tereza Cruvinel, desde Brasilia para Brasil247