¿Se quebrará la larga tradición anti-vaticana del Nobel?

Aunque el mundo lo consagró como campeón de la paz, por 27 años el comité noruego se negó a reconocer a Juan Pablo II. Si con Francisco se rompiese ahora ese veto, se prestigiaría más el premio que el premiado

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En pocas horas más, se dará a conocer el nombre de la persona que recibirá el galardón este año. Entre la gran cantidad de personas postuladas, más de 200, figura el nombre del pontífice argentino. Muchos califican a Francisco como "favorito", pero tradicionalmente este galardón le ha sido esquivo al Obispo de Roma.

El Premio Nobel de la Paz viene acumulando por otra parte varias elecciones caprichosas o francamente desacertadas. En algunos casos, porque la persona galardonada no reunía los méritos suficientes; en otros, porque la decisión del comité reflejaba un concepto por lo menos excéntrico de lo que es la contribución a la paz mundial.

De Al Gore, ex vicepresidente de los Estados Unidos, que lo recibió por animar un documental catastrofista y de escaso rigor científico sobre el cambio climático –una materia en la que no es experto pero que le reportó una fortuna millonaria-, a Wangari Maathai, una activista ecologista keniana, cuya principal actividad era plantar árboles, las últimas entregas incluyeron también a Barack Obama, cuya premiación resultó polémica por ser ex ante, o sea a cuenta de futuras posibles contribuciones a la paz que siguen pendientes, a un Comité de la ONU contra las armas químicas por hacer su trabajo o incluso un premio estímulo a la Unión Europea en su peor momento.

El testamento de Alfred Nobel no es en absoluto ambiguo –vale aclarar- en la definición de la contribución a la paz que deseaba recompensar con el Premio que creó; el único que entrega Oslo, ya que los demás son otorgados por Suecia. Su voluntad era destinarlo a "la persona que haya hecho el mayor o el mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, por la abolición o la reducción del belicismo y por la organización y promoción de congresos por la paz".

El no otorgamiento del Nobel a Wojtyla

Como dice el historiador británico Paul Johnson, la historia es también el registro de lo que no pasó. Y en 2003, la noticia era que el Nobel de la Paz no fue para el Papa Juan Pablo II.

En aquel año, el mundo entero reconocía a Juan Pablo II como paladín de la paz, pero el comité noruego lo ignoró una vez más, y le otorgó el premio a una activista iraní por los derechos humanos.

Nunca como en esa ocasión fue tan patente el contraste entre el consenso mundial y la premiación. En tiempos en que se aceleraban los preparativos para una intervención unilateral en Irak –cuyos resultados negativos se están viviendo hoy-, y la opinión pública internacional asistía admirada a los esfuerzos que un ya cansado y enfermo Karol Wojtyla hacía para evitar esa guerra –hasta quiso viajar a Irak pero no le garantizaron la seguridad en el desplazamiento-, el no otorgamiento del Nobel de la Paz a ese Papa impactó más que todos los premios efectivamente dados.

Resuena todavía el lamento de la Iglesia Anglicana, confesión mayoritaria en Noruega, a través del obispo John Flack, jefe del Centro Anglicano de Roma, en la práctica una suerte de embajador de la Iglesia de Inglaterra ante la Santa Sede, que declaraba al Corriere della Sera: "Estamos muy disgustados, estamos desilusionados. Porque a todos nos impactó mucho la posición firme de Juan Pablo II sobre la guerra. La apoyamos decididamente, y explícitamente el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams". Es que en aquel entonces el Papa Wojtyla se había erigido en cabeza de un muy amplio alineamiento contra la guerra, que reunía a exponentes de muchas religiones. "Considero al Papa uno de los más grandes hombres del mundo, lo honro y lo respeto muchísimo", decía el obispo Flack y señalaba que era "sobre la paz y sobre la justicia en las naciones en vía de desarrollo", que su iglesia estaba totalmente de acuerdo con el pontífice polaco.

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Karol Wojtyla no necesitaba el Nobel, hay que decirlo, y el dárselo hubiera distinguido más al comité noruego que al Obispo de Roma, que de todos modos quedará en la memoria de la Humanidad como un paladín de la paz y de la defensa de la dignidad de la persona humana en todos los planos.

El empecinamiento en negarle el Nobel a Juan Pablo II –pensemos que tuvieron 27 años de papado para hacerlo- tenía un fundamento ideológico: la oposición a la postura pro-vida de Wojtyla, en tiempos en que en muchos países prevalecía y prevalece una concepción antinatalista basada en la idea reduccionista de que todos los problemas de la humanidad –pobreza, deterioro ambiental, guerras- se resuelven con el control poblacional.

Quebrando la discreción que la propia Fundación Nobel impone en sus procedimientos –los fundamentos de sus decisiones deben permanecer secretos durante 50 años-, una parlamentaria noruega llegó a admitir en aquel tiempo que la posición antiabortista de Juan Pablo II era causa de muchas muertes y por eso no podía otorgársele el premio.

Pero ya en 2001, porque el Papa Wojtyla fue postulado varias veces, el obispo luterano de Oslo, Gunnar Staalseth, que en ese entonces era miembro del Comité, había dicho: "No habrá premio para un Papa hasta que la Iglesia Católica no haya aggiornado su posición sobre la contracepción".

Otro caso claro de "proscripción" por el mismo motivo, pero en el rubro Medicina, fue el del genetista francés Jerôme Lejeune (1926-1994), descubridor de la causa del síndrome de Down. Lejeune era un indiscutido candidato al Nobel de Medicina, pero su militancia contra el aborto lo privó de un galardón que merecía por sus contribuciones a la ciencia.

Redorar blasones

Este año, hay un récord de candidatos; superan los 200. Entre ellos, además del Papa Francisco, los más mencionados por la prensa son la joven activista paquistaní Malala Yousafzai –luchadora por el derecho de las mujeres a la educación- o el informante estadounidense Edward Snowden, por sus revelaciones sobre las actividades de espionaje de los servicios secretos de su país.

Si el comité noruego se atiene a su tradición y a su ideología, difícilmente opte por el Papa Francisco, quien ha condenado el aborto en varias ocasiones con la misma firmeza que sus antecesores.

Sin embargo, los muchos cuestionamientos recibidos por este premio de la paz en sus anteriores ediciones, que claramente desdibujan la voluntad de Alfred Nobel, podrían haber generado la necesidad de una relegitimación, porque la condición de líder espiritual y la indiscutible autoridad moral del actual Papa otorgarían más prestigio al premio que al premiado. Y le permitirían a la Fundación Nobel redorar sus blasones algo opacados por las últimas premiaciones.

Sólo por eso, quizá los noruegos rompan este año la tendencia. Pero queda pendiente una incógnita, que surge de la peculiar personalidad de Jorge Bergoglio: ¿aceptará el Papa este tipo de honores terrenales?

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