Llegaron a la cima de la colina como se asiste a un espectáculo. Algunos mastican semillas nerviosamente, otros rezan. En la frontera turca, la suerte de la ciudad siria Ayn Al-Arab se juega bajo la mirada impotente de la población kurda.
Todos los días, decenas de kurdos, turcos o refugiados de Siria se instalan en las colinas de la aldea turca de Mursitpinar, justo detrás de los alambres de púas que separan a ambos países, para seguir los enfrentamientos entre "sus" tropas y los yihadistas del grupo Estado Islámico.
"Nosotros venimos aquí desde que Daesh (el acrónimo árabe de Estado Islámico) se acercó a Kobane (el nombre kurdo de Ayn Al-Arab)", explica Bakir Oz. "Yo todavía tengo hijos que están allá, pero no es sólo porque tenemos familia del otro lado que esperamos aquí", agrega este kurdo de Turquía, "es también porque nosotros somos un solo y único pueblo".
Pero, incluso con prismáticos, a los partidarios de la causa kurda les es difícil seguir las operaciones que tienen lugar a sus pies. Al anochecer, las balas de rastreo iluminan a veces los campos que rodean la ciudad. Y de vez en cuando, el estallido de ráfagas de disparos o de un obús quiebra el silencio.
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Con la mirada fija en el sur, Anter Oz no oculta su preocupación. "El ISIS cuenta con armas pesadas. El equilibrio de las fuerzas sólo puede ser restablecido si se suministra a los combatientes kurdos el mismo tipo de armamento", sostiene. "La resistencia continúa, pero si Kobane cayera, sería una catástrofe y el comienzo de un genocidio de los kurdos", advierte.
El ejército turco reforzó su dispositivo de seguridad en la zona fronteriza. Desde el lunes, decenas de tanques, vehículos blindados y piezas de artillería salieron de sus cuarteles y apuntan sus cañones hacia Ayn Al-Arab, después de la caída de varios obuses de mortero de origen desconocido en territorio turco.
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Se trata de una movilización meramente formal e insuficiente, opinan los kurdos, que continúan denunciando las ambigüedades de la política de Ankara con respecto a los ultrarradicales del EI. Comenzando por su negativa a autorizar a los kurdos turcos a trasladarse a Siria para unirse a la "resistencia" contra los yihadistas.
"Turquía no nos autoriza a atravesar la frontera", protesta Buzan Guclu. "El lunes, las fuerzas de seguridad nos expulsaron de la frontera y nos obligaron a retroceder hasta la ciudad de Suruç", gruñe. "Mi hermano combate en Kobane, yo quiero estar con él (...) nosotros jamás dejaremos pasar a Daesh", añade.
Aunque siempre lo ha negado, el gobierno turco es acusado de haber apoyado durante largo tiempo, e incluso de haber armado a los grupos rebeldes sirios más radicales, incluyendo al Estado Islámico, con la esperanza de acelerar la caída del régimen del presidente Bashar Al-Assad.
Hasta ahora, Ankara se negó a incorporarse a la coalición militar reunida por Estados Unidos para combatir a los yihadistas, pero esbozó un cambio después de la liberación, el 20 de septiembre, de 46 de sus ciudadanos que hasta ese momento habían sido rehenes del grupo yihadista.
El jueves, el parlamento turco estudiará una resolución que autoriza al ejército turco a intervenir en Siria e Irak. Es muy probable que la adopte. A pesar de esto, numerosos kurdos señalan las reticencias de Turquía a alinearse junto al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
El PKK, que se encuentra en la primera línea del combate contra los yihadistas, lidera la rebelión contra Ankara desde 1984. No obstante, este movimiento decretó un alto el fuego hace un año y medio y desde entonces lleva a cabo negociaciones de paz con el gobierno turco.