La autora es documentalista independiente, autora del largometraje "El diálogo", una conversación entre Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis sobre los años 70
Supe de la existencia de Héctor Leis a principios de 2013, cuando llegó a mis manos un libro suyo. Un testimonio de los años setenta hizo que repensara mis ideas más arraigadas sobre esa época. Leis había sido montonero en su juventud y en ese ensayo cuestionaba duramente la experiencia de la lucha armada en la Argentina. En ese momento yo no imaginaba que tan sólo un mes después lo conocería personalmente, al viajar a su encuentro junto a Graciela Fernández Meijide, Pablo Avelluto y Pablo Racioppi para filmar el documental El Diálogo.
Tratar con Leis fue una experiencia linda e intensa. Pese a la enfermedad terminal que padecía, estaba lleno de vida. Esta contradicción me conmovió. Nuestro anfitrión era una persona cálida, encantadora por su inteligencia y por su humor políticamente incorrecto. Sabía reírse de todo, comenzando por sí mismo. Hacía chistes con su enfermedad con la misma soltura con que satirizaba la solemnidad de la izquierda. Hizo que perdiéramos el miedo a ese hombre que se estaba muriendo, nos hizo sentir cómodos desde el primer momento, nos hizo sentir cerca. Y nosotros nos acercamos porque era imposible no admirarlo y no quererlo.
Por momentos parecía apurado por transmitir todo lo que creía importante comunicar. Habíamos previsto que el rodaje duraría una semana completa. Sin embargo, en el primer día, Leis parecía querer contarlo todo. Vivía con la certeza de que cada día podía ser el último. Esa certeza, que para la mayoría de las personas es algo abstracto, para él era algo muy concreto.
"Yo nunca me puse en el lugar de la víctima. Yo soy un sobreviviente"
"El despertar del sueño de la revolución puede ser un duelo sin fin", escribió Carlos Altamirano a propósito de El Diálogo. Estaba hablando de Leis, probablemente también de sí mismo y de otros intelectuales y militantes. Sin embargo, la brillante observación de Altamirano parece hacerse carne en Leis más que en nadie. Para empezar, Leis despertó de ese sueño bien temprano. Apenas exiliado en Brasil en 1977 comenzó a entender la realidad de otra manera. "Yo no me puse en lugar de víctima. Nunca. Me puse en lugar de sobreviviente. Soy sobreviviente, empiezo todo otra vez. Es una nueva vida, la gané", afirma en uno de los momentos más contundentes de El Diálogo. Esa nueva vida la dedicó, en gran parte, a elaborar el duelo, a repensar todo lo que había vivido. El resultado de ese proceso fue estimulante para muchas personas, incluso reparador. Su lucidez, su sensibilidad, lo que le tocó vivir o una mezcla de todas estas cosas, le permitió llegar a lugares poco o nada transitados. Pudo ver el pasado y el presente con una libertad que contribuyó a romper mitos y a entender mejor qué había ocurrido en y con los años setenta.
Leis compartió la mirada autocrítica con otros protagonistas de aquella época. Pero llegó más allá, hizo un gesto en el presente: pidió perdón. Su gesto reveló que había otro modo de procesar las consecuencias de la década más violenta de nuestra historia reciente.
Durante el rodaje, en varias oportunidades, Héctor dejaba de mirar a Graciela para hablar directamente a cámara. Creo que en esos momentos su intención era dirigirse al espectador sin intermediaciones. Lo hizo al afirmar con dramatismo: "Lo que yo quiero es que cada argentino y argentina que participó en los setenta diga lo que vio y lo que hizo. Que lo interpreten las nuevas generaciones."
Había una urgencia en Héctor. Una necesidad imperiosa de transmitirle a otros lo que él, por fin, había logrado entender. Creo que, si hubiera podido, le habría hablado a cada argentino de a uno por vez.
"Quiero que cada uno que participó en los setenta diga lo que vio y lo que hizo"
En realidad, Leis nunca dejó de ser un hombre de acción. Cambió la violencia por la palabra y al pedir perdón usó el lenguaje como una herramienta para modificar la realidad. Su palabra devino en acción. Los efectos fueron palpables: muchos se sintieron reconfortados y otros que nunca hubieran hablado entre sí comenzaron a dialogar.
Como parte de la vida académica que desarrolló en Brasil, se ocupó, entre otros temas, de la sustentabilidad y el medio ambiente. Se comprometió con los problemas de su época, porque el presente siguió siendo su tiempo hasta el final. Aún en sus últimos meses, cuando la enfermedad ya casi no lo dejaba hablar y sólo disponía de movilidad en un dedo para tipiar, se escribía con sus amigos y participaba de los debates que sostienen los miembros del Club Político Argentino.
En él, el duelo cumplió su función reparadora. Leis pudo continuar viviendo en el presente e imaginando el futuro.
En lo personal, me toca elaborar el duelo por su pérdida con la responsabilidad que implica haberlo escuchado, leído y filmado.
Los argentinos aún no pudimos terminar el duelo por los setenta
En lo colectivo, los argentinos aún no pudimos terminar el duelo por los setenta. Tal vez porque una parte de la sociedad no quiere dejar morir esa década y se esfuerza en mantener vivos sus rituales, sus consignas, sus concepciones políticas. Tal vez porque el dolor fue mucho. Hay traumas históricos que marcan a las sociedades durante largo tiempo. Por eso, la obra de Leis puede servir para que superemos el lugar de víctimas. Podemos seguir pensando por qué y cómo sucedió lo que sucedió en esos años violentos, lo que no podemos es negar el paso del tiempo y confundir la historia con el presente. Leis quería que liberáramos a las nuevas generaciones de la mochila de los setenta. Demostró que perdonar no es olvidar. Se trata de soltar, dar espacio a lo nuevo, permitir que el pasado pase. Los argentinos también somos sobrevivientes. Al igual que Leis nos ganamos una nueva vida. Es nuestra oportunidad de hacer mejor las cosas.
Carolina Azzi TW @chavesconese