Miguel de Unamuno escribió una vez: "A cada hombre puede juzgársele por sus lecturas favoritas. Don Quijote leía libros de caballería; Bolívar, a Rousseau, y San Martín apacentaba su espíritu con la lectura de Plutarco".
El profesor Pedro Luis Barcia, lingüista, actual presidente de la Academia Argentina de Educación y autor de numersos ensayos, ha incursionado en esta forma de aproximarse a la figura y al pensamiento de un grande como José de San Martín. El resultado es el libro Los caminos de la lectura. Las bibliotecas del Libertador, en coautoría con Adela di Bucchianicco (Autopistas del Sol, 2010), que echa luz sobre una faceta poco conocida de un hombre que decía "el escribir es lo que más aborrezco" –aunque lo hizo cuando fue necesario para su acción y para mantener el vínculo con sus amigos- pero que poseía una biblioteca por demás nutrida para la época. En palabras de Barcia, era otro "parque de artillería" del General.
-¿Qué cosas podemos aprender sobre San Martín a partir de sus lecturas?
Creo que puede decirse "por la elección de sus libros lo conocerás". La biblioteca personal –en la época le decían "librería" y así la llama San Martín- revela las preferencias, y la amplitud de intereses sanmartinianos. Naturalmente, el mayor caudal de su biblioteca estaba dedicado a las artes militares -unas143 obras-; luego venía la literatura, con 38 títulos, obras históricas, 34, libros de viajes, 23, y varios diccionarios: de música, de historia, de arquitectura, de América, de artes, etcétera. Puede verse el análisis que hemos hecho en nuestro libro, con Adela di Bucchianicco, donde rescatamos las portadas de toda su biblioteca.
-¿Qué le impactó de la lista de libros que el Libertador trasladaba consigo y que finalmente donó al Perú?
Él donó al Perú sus más de 700 volúmenes, pero sólo le aceptaron la mitad. La otra quedó disponible para otros destinos posibles: las bibliotecas de Mendoza y de Santiago de Chile, fundadas por su motivación, como la de Lima. Lo que me llamó la atención es la variedad de campos que abarca. Pero lo más insólito es que un militar arrastre consigo una docena de cajones de libros a través del Atlántico, de España a Buenos Aires, luego a Mendoza; y, a través de la Cordillera, a Chile primero, y después a Perú por mar. Es un hecho insólito, repito. De alguna manera, ese caudal era parte de otro "parque de artillería": en esos libros él hallaba descanso, ilustración y motivación.
-¿Eran las lecturas de San Martín las usuales en un militar, en esa época, en España?
Eran mucho más amplias y variadas que las habituales de un hombre de armas. Sus diversas lecturas eran las propias de un hombre de la Ilustración, con un predominio fuerte de obras en francés. Era dueño de una edición ampliada de la famosa Encyclopédie, y agavilló en su rica biblioteca obras sobre matemáticas, literatura, agricultura, jardinería, biografías, derecho, memorias, etc.
-¿Cree que el San Martín que recordamos se parece al real?
Sí, en lo esencial: su sentido republicano, de palabra inquebrantable, su talento organizador, su condición de amigo entrañable, su respeto a la vida, su atención cordial a los indios y a los negros. Dispuso en Córdoba, en 1814, que se reeditaran los Comentarios reales, del Inca Gracilaso de la Vega, para que se conociera aquella cultura originaria, etc. Era hombre de vida muy estricta y disciplinada.
Hay que evitar dos actitudes extremas en la presentación de nuestros prohombres: la marmolización, que los hace inimitables, y se pierde su potencia ejemplificante para los ciudadanos; y el avulgaramiento en que caen muchos con el ánimo de "humanizarlo" y lo degradan. "No hay grandes hombres para su ayuda de cámara", dice el estúpido comentario vulgar: el pobre asistente sólo ve al hombre en el gargajo, el vómito, y las pequeñeces cotidianas. No tiene percepción real de sus altos valores.
-¿Hay aspectos valiosos de su personalidad que se hayan perdido justamente con esta "marmolización" de su figura?
Era un notable bailarín -"pocos hay que lo aventajen", dijo Mary Graham, la amante de Cochrane-; jugaba al ajedrez, sus hobbies eran la carpintería, la cerrajería y la jardinería; pintaba acuarelas, y algún óleo con paisaje de río; aprendió a pintar abanicos y coloreaba postales. Notable tertuliano con capacidad de conversación entretenida y vivaz: "Su conversación es amable, fina e insinuante, como la de un hombre de mundo y de buen trato", dice el general Miller. "Respondía con claridad y elegancia de lenguaje, admirable en la argumentación", apunta el inglés Basilio Hall. Su segunda vocación fue la marina.
-Aunque fue un hombre muy ilustrado, San Martín no era un intelectual, no dejó escritos. ¿Es eso un obstáculo para conocerlo?
Tuvo una gran capacidad de observación, sus extensas descripciones de las costumbres de los indios pehuenches, poco conocidas e interesantísimas, lo prueban. No fue un escritor ni un intelectual: fue un hombre de sólida cultura, de notable profesionalismo militar e inusual capacidad de mando y de proyecto; su Plan Continental lo muestra. En Cuyo, consolidó su capacidad de gobierno al frente de la región, donde adelantó en empresas civilizadoras: molinos, vacunas, escuelas, mejoras edilicias y del ejido urbano, etc.
Eso sí, era de expresión breve y lacónica: la arenga antes de librar el encuentro de San Lorenzo fue de tres líneas. "El escribir es lo que más aborrezco", le dijo a O'Higgins. Se acentuó su rechazo, cuando lo afectó el reuma en su mano derecha. Escribió por obligación toda literatura castrense: informes, partes, arengas, bandos, por un lado; y, por otro, un conjunto importante de cartas de tres índoles: oficiales (al Director Supremo, al Virrey de Lima, a Rosas, etc.), personales (a José Artigas, a Estanislao López, entre otra muchas) e íntimas, las más sabrosas a sus dos amigos preferidos, los dos Tomases: Godoy Cruz y Guido, quienes le arrancaron cartas más extensas y espontáneas, en las que usaba ocasionalmente expresiones cuarteleras, que no aparecen en el resto de los escritos. En estas epístolas el fraseo es sabroso, salpicado de argentinismos léxicos, como matucho, maturrango, calavera, chusmear, pingo, orejear, pulpería, varios carajos, etc.) y fraseológicos, como el célebre andar en pelotas, en su arenga al Ejército de los Andres, o meter el hombro, tirarse a muerto, caérsele la baba, y refranes, lo que le había quedado como hábito por su estancia en Andalucía: Más vale el loco en su casa que el cuerdo en la ajena; En casa vieja, todas son goteras; A perro flaco nunca le faltan pulgas; Obras son amores, que insertaba en sus párrafos. Lo he analizado también en La lengua de San Martín, editado en Perú, en 2013, por la Academia Peruana de la Lengua.
Y un detalle, de color, a la pregunta boba ¿de qué color era el caballo blanco de San Martín?, cabe precisar: nunca montó uno de ese pelaje: sí, un bayo con la cola cortada en corvejón; uno negro, de trote largo: un alazán tostado, un zaino oscuro, y, para cruzar la Cordillera, una mula zaina.
-¿Qué explicación le encuentra al hecho de que se hable muy poco de lo que hizo después del año 1824, cuando se va por primera vez? Son 26 años hasta su muerte de los que casi nada se sabe...
Su propia decisión de mantenerse al margen de la vida política, sin embanderarse con ninguna facción, para dejar que el país desarrolle su vida institucional. "A pesar de haberme tratado mi país como a un Ecce Homo", escribió en una carta, desde Bruselas, el 6 de enero de 1827. El silencio que se impuso para no responder a agravios que le inferían los "papeles públicos" -como entonces se les llamaba a los periódicos-, en los que se lo difamaba. Padeció "guerra de pluma" y "guerra de zapa política", en sus propias palabras, desde concluida la campaña libertadora hasta el fin de sus días. En su exilio sufrió violación de su correspondencia, acecho de espías, campañas de desprestigio, que soportó con estoicismo, salvo frente a dos personas ante las que reaccionó con alteración de "mi bilis", como decía: el embajador argentino Manuel Moreno, hermano de Mariano, y el peruano Riva Agüero. La carta a éste es una página antológica de dilapidación verbal. En América, el único que lo sacó de su habitual quicio verbal fue el "metálico" Lord Cochrane, como lo adjetiva, por su filibusterismo.
-¿Qué historiadores le han hecho más justicia a San Martín?
Estimo que han sido, por un lado, Mitre y José Pacífico Otero, con sus dos monumentales historias, complementarias entre sí, y, por otro, trabajos de diversa índole y abordaje como los de José Luis Busaniche, Benjamín Vicuña Mackenna, Guillermo Furlong y José Torre Revello, Patricia Pasquali, Héctor Piccinali, seleccionando fuerte en la vasta bibliografía sanmartiniana.