Tal vez el más porteño de los rosarinos y el más rosarino de los porteños, Rafael Bielsa, que fue detenido desaparecido a los 22 años y exiliado durante la dictadura militar, publica su primera novela en la que reflexiona sobre el concepto de traición, de los valores de la militancia, la delación, el colaboracionismo y los dilemas morales de la condición humana, sin dejar de poner en debate decisiones que tomó la conducción de Montoneros. Se trata de Tucho. La Operación México o lo irrevocable de la pasión, libro del que Editorial Edhasa comenzará a distribuir la tercera edición en estos días.
El ex canciller Bielsa aborda la historia real de Edgard Tulio Valenzuela, un oficial montonero de alto rango que es detenido junto a su pareja embarazada, María, y con un niño pequeño, y puesto ante el dilema de colaborar con la dictadura. Ambos son trasladados a un centro clandestino de detención al mando de Leopoldo Fortunato Galtieri ("había aprendido a ser cruel de manera calculada, que es la manera más cruel de todas") quién le propone viajar a México para entregar a la conducción de Montoneros mientras María deberá estar en cautiverio junto a su hijo. Pero ella tendrá otro plan para Tucho, que una vez en México denuncie las torturas y desapariciones que había en Argentina. El autor lo sintetiza en esta entrevista: "María le dice a Tucho, mirá, yo sé que si vos llegás a México y contás la verdad de lo que está pasando, a mi me matan, ahora te aclaro una cosa, sino la llegás a contar a mi no me ves más".
En esta entrevista con Infobae, Bielsa revela el increíble diálogo que tuvo durante su detención en un centro clandestino con Galtieri, explica sus cuestionamientos a la conducción de Montoneros y reflexiona sobre la traición y el compromiso político en los setenta.
Es la primera publicada pero hay dos escritas que nunca las publiqué. El género no es una novedad en el abordaje. Es novela pero la textura del lenguaje y la construcción tiene pretensiones poéticas. Había conocido esta historia en el 83, en un libro de Miguel Bonasso, pero después la recuperé en los juicios por la verdad. En el 2009 me tocó ser testigo testimonial. Hay un episodio y es que se quiebra un miembro de la patota apodado Tucu Constanzo y ahí cambia la causa porque empieza a dar detalles. Todos creíamos que había un sólo campo de concentración, La Quinta de Funes, y nos enteramos que por lo menos hubo tres. Creíamos que las cosas habían sido de una manera, como las había contado Bonasso con la información que tenía en aquel momento y no habían sido así, habían sido diferentes.
En los larguísimos períodos de indagación y de búsqueda de material, tuve la suerte de conocer gente que trabajó con ella en una villa en Santa Rosa de Lima, en la Ciudad de Santa Fe. Era un cuadro excepcional. A mi me llamó la atención que todos coincidían en que María era ella misma cuando estaba con los más humildes, incluso para contar intimidades. Es verdad lo que María le dice a Tucho y una cosa es decirlo en libertad, en Río de Janeiro, y otra cosa es decirlo secuestrados, con un chiquitín de un año y medio, embarazada y a un compañero que está puesto ante una alternativa de muerte. Cómo no encontrar admiración.
No cualquier militante. Tiene el ejemplo de Velazco o del Negro, que había tomado la decisión de ser ellos. Ellos no se lo preguntaron. Eran ellos. Había tipos como El Negro que explicaban desde el punto de vista político que el error había sido militar en Montoneros, no estar militando para las Fuerzas Armadas. Preguntárselo es un supremo acto de humanidad. Lo que se llama el síndrome de Estocolmo, la identificación con el captor, es una cosa que Tucho advierte. Cuando empieza a hablar con Galtieri, hay momentos que se resiste y dice "¿Que estoy haciendo hablando con el enemigo?, ¿Qué tengo que hablar?¿No estaré violando alguna convención partidaria?". De hecho, después lo juzgan por eso. Esas preguntas, si bien no eran preguntas que se las hacía todo el mundo, si se las hacía un tipo lúcido.
La charla existió, lo sé por diversos testimonios, sobre todo por el de Jaime Dri, a quién se lo contó Tucho personalmente. La textualidad está ficcionalizada pero no está ficcionalizado el haber elegido el ejemplo de la conspiración de la que eventualmente había participado Rommel alrededor del famoso Dia D, del desembarco en Normandía y tampoco está ficcionalizado que Galtieri se equivoca y a Normandía la llama Dunkerque. Dunkerque fue una huida hacia Gran Bretaña, en cambio el Dia D fue el desembarco, el principio del fin para el régimen de Hitler. Los diálogos están ficcionalizados. Hay cosas que también las dijo Tucho en su conferencia de prensa en México.
Le voy a contar algo increíble: yo estaba secuestrado. Había pasado mucho tiempo y ya no me torturaban. Estaba como dejado al margen y en un momento, no sé si era de día o de noche, hay como un tumulto y se escucha "viene el General, viene el General, viene el General". Yo estaba encadenado en un sótano y baja alguien muy importante, el sótano se llena y veo por debajo de la venda (no veía muy bien porque se te pegan los ojos como con una conjuntivitis) una gorra con muchos entorchados. Y una voz me dice: "¿Por qué su familia donó la biblioteca de su abuelo al Colegio de abogados para que los abogados marxistas defiendan a los subversivos?" Y yo -mire el nivel de distorsión del razonamiento que uno tenía- le dije: "Discúlpeme, la biblioteca es de derecho administrativo y a los que usted llama subversivos marxistas se los defiende con el derecho penal". Se hizo un silencio, como si yo hubiese dicho una gran verdad y la pregunta hubiese sido una pregunta atinada. Cuando volví a la Argentina y en ocasión de Malvinas escuché esa voz, me di cuenta que era la misma que me había hablado a mí: era Galtieri. El que había estado ese día era Galtieri, pero en ese momento naturalmente no lo había conocido y reconocí esa voz, una voz inconfundible, en el balcón de la Plaza cuando escuché el llamado a combatir en Malvinas.
Sí, todo el tiempo y creo es uno de los dos o tres temas centrales de la novela. Los años modifican algunas perspectivas y, en mi caso particular, me han dado otra capacidad de comprensión y otro entendimiento, pero no cambian en el concepto de lo bueno y de lo malo, lo que para mí estaba bien y lo que estaba mal: delatar a un compañero sigue estando mal, entregar a la organización sigue estando mal. El tema es que censura o que nivel de enojo o de frustración daba en aquel momento y que sentimientos provoca ahora. Hoy uno entiende mucho más. Siempre la comprensión permite dar algunos pasos, la condena se termina ahí, uno condena y no entiende. Cuando uno trata de comprender, enriquece y matiza el pensamiento.
Tengo un amigo de la adolescencia que colaboró con la Policía provincial en Rosario, fue juzgado en el 84 como un represor más, salió de prisión y se fue a vivir adonde vivía antes de caer en prisión, que era en un pueblito y cuando se reabren los juicios de Lesa Humanidad se suicidó. Se tiró desde un puente a un río, en las vísperas de ser convocado nuevamente. Es una muerte que a mí me duele mucho. Claro, los hermanos, los sobrevivientes, los hijos, tienen todo el derecho del mundo a pensar que fue un canalla, que los destruyó y que los hizo envilecerse en la tortura en los lugares más atroces. Eso lo comprendo y lo respeto enormemente. No dejo de ver en su vida una cosa trágica, él dice en la carta que dejó, que es una carta muy dolorosa, "Mi único pecado fue no haber soportado la tortura". Esa fue una frase que me quedó grabada. No vaya a creer que uno soporta la tortura y no delata por cuestiones ideológicas, tiene que ver con otras cosas, con como uno está fuerte moralmente. Tiene que ver con preferencias muy profundas: ¿Prefiero seguir viviendo sin poder mirarme al espejo o prefiero morirme? A veces la elección de morir va más allá de la razón, porque hay un momento que uno pierde un poco la razón.
Decirle un tipo "Vos cantaste, entregaste o tracionaste" es empobrecer un tema límite de la condición humana. Los temas que nos confrontan con la fortaleza de nuestra especie o la debilidad de nuestra especie, deben ser tratados por lo menos, con el afán de aprender algo. Eso fue lo que busqué hacer.
El diálogo en el que el entregador de Tucho, que era su íntimo amigo y padre del íntimo amigo de alquien que Tucho quería como su hijo, que era el hijo de María. En ese diálogo le dice, yo te entregué pero no te traicioné. Y empiezan a discurrir sobre lo que es traición y lo que no es traición. Traté de llevar a un extremo razonamientos que nos han acompañado desde antes que nos pasara lo que nos pasó y a los que seguimos dándole vuelta. Uno pudo haber soportado la tortura en un momento de su vida pero eso no da ninguna seguridad de que si volviera a suceder hoy, la volvería a soportar.
La literatura, la música, el arte, la pareja, la cotidianeidad, todo era política. Hoy es difícil explicarlo, pero nosotros detestábamos un cargo del Estado, nos molestaba tener que ser candidatos a algo o un trabajo en una organización del Estado. Porque nos gustaba proletarizarnos o Irnos a vivir al barrio a vivir con la gente para la que militábamos. Ese era nuestro proyecto de vida, nosotros pensábamos que esa era la revolución y que siempre iba a ser así y que, en todo caso, lo que podía llegar a pasar es que no hubiera más villas. No escindíamos. Todo era parte de lo mismo y efectivamente la militancia no estaba escindida del amor porque un elemento de afinidad era la militancia.
Sí, me interesaba esa discusión porque no es una discusión distinta de cómo comienza el libro. Tucho era un miembro de lo que se llamó la retirada estratégica: irse a países donde había una cierta posibilidad de estar un poquito más seguros, sobre todo cuándo se tenía cierto grado, y entrar y salir del país. María tenía un malestar con esa decisión, Tucho también, lo que pasa que Tucho tenía un cargo muy importante en la organización, era Oficial Mayor, y la discutía menos. María al comienzo del libro le dice citando a un amigo común, el negrito Barragán, el Negro es un negro atorrante que no hace ninguna retirada estratégica, está guardado entre los que se parecen a él, entre el pueblo, que son aquellos por los cuales estamos haciendo lo que estamos haciendo. No entiendo, le dice María, militar por la revolución en las playas de Copacabana, no la entiendo y me hace daño porque le pierdo el pulso al paso del pueblo.
Lo que se llamó la desviación militarista, es hija de estas decisiones que ponían cada vez mayor distancia entre la posibilidad de que las acciones que nosotros llevábamos adelante fueran conocidas, tuvieran un correlato con la gente a las que estaban dirigidas y eso nos enriqueciera. La militancia se fue volviendo un episodio autorreferencial. El juicio, que era un juicio revolucionario y por eso no tenía las formas de los juicios jurisdiccionales, no había Fiscal, no había defensor, se defendía el propio reprochado. El juicio incluía una autocrítica y Tucho les dice "yo me imagino lo que les debe haber costado a ustedes juzgarme, se los agradezco porque ustedes están vivos porque yo les salvé la vida". Cuando leí el texto completo de esa autocrítica, dije se está burlando, los está gastando y creo que efectivamente fue así. La conducción, los que lo habían juzgado a Tucho, estaban tan metidos dentro de la lógica aparatista, que no se dieron cuenta que Tucho los estaba gastando. Eran incapaces de percibir la vibración de la ironía y el sarcasmo. Esa fue una de las grandes tragedias.
No lo cuento como una condena a la conducción, sé como vive Perdía y como vive Firmenich y puedo asegurar que todas las publicaciones de que viven con la plata de los secuestros, son todas mentiras. Viven de una manera sumamente humilde, eso me consta porque lo he compartido. Quiero decir: no es una crítica en el sentido de lo que hoy se usa tanto. A mi modo de ver, fueron desviaciones del curso de lo que debería haber sido un movimiento de masas que transformó el intento de cambio en una expresión cada vez más elitista, corporativa y endogámica y que terminó muy mal.