Cuando los judíos que huían de Hitler zarparon desde el puerto alemán rumbo a La Habana, el 13 de mayo de 1939, pensaron que esa travesía finalmente los libraría de la persecución racial. Aunque para muchos de ellos este viaje terminó siendo un fracaso por el fuerte sentimiento anti-inmigrante que prevalecía en el país caribeño en ese momento.
A pesar de haber cruzado el Atlántico, el grueso de los refugiados nunca llegó a desembarcar y finalmente fue asesinado en un campo de exterminio europeo.
Según explicó un grupo de expertos reunidos por el Museo Judío de Miami para conmemorar el 75° aniversario del viaje del St. Louis, la embarcación llegó a la costa cubana durante un clima político y económico muy complejo en la isla.
La política inmigratoria de Cuba en ese momento estaba influenciada por un marcado nacionalismo, y el arribo de extranjeros se percibía como una amenaza a la mano de obra local. La Ley de Nacionalización del Trabajo, promulgada en 1933, había representado un fuerte golpe a la inmigración, porque establecía que al menos la mitad de los trabajadores de cada empresa debía ser de nacionalidad cubana.
Un repaso por la edición del 23 de mayo de 1939 del periódico El Mundo muestra que mientras el St. Louis todavía estaba cruzando el Atlántico, la Secretaría de Hacienda cubana intentaba conseguir un cambio en la ley de inmigración de 1917 para prohibir el desembarco de "individuos oriundos o procedentes de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, Lituania, Bulgaria, Alemania, Turquía, Rumania, Rusia, China, Jamaica, Haití y Japón".
Esta iniciativa fue consecuencia de una intensa campaña anti-inmigrante, incluso con tintes antisemitas, desplegada en la prensa cubana para tratar de torcerle el brazo al presidente Federico Laredo Brú.
Otra muestra del escenario que se vivía es un editorial del Diario de la Marina del 14 de mayo de 1939, en el que se llamaba al Gobierno a frenar "el alud inmigratorio en que ha caído nuestro país".
El texto agregaba que "si continuamos con las puertas entreabiertas, si ya no abiertas, a los numerosos refugiados europeos, pronto empezaremos a palpar las consecuencias... No tardarán mucho tiempo, sin embargo, en encontrar lo que buscan: trabajo. Pronto, pues, se intensificará el problema del desempleo. En breve surgirán las protestas... Hay que cuidar la casa propia... No es xenofobia, es prudencia".
Apoyo nazi
Según Margalit Bejarano, historiadora y profesora emérita de la Universidad de Jerusalén, esta campaña mediática estuvo respaldada por la Gestapo, la policía secreta de los nazis. Este organismo oficial del Tercer Reich llegó incluso a reclutar a Juan Prohas, quien fundó el "Partido Nazi Cubano" y difundía el antisemitismo en la radio y la prensa.
Bejarano asegura que el viaje del St. Louis fue armado por el Ministerio de Propaganda alemán, conjuntamente con una campaña en los medios, para mostrarle a la opinión pública internacional que la Alemania nazi permitía la salida de los judíos pero al mismo tiempo preparar un recibimiento hostil en las naciones de acogida.
Pero además los pasajeros del St. Louis quedaron atrapados en una lucha de poder entre Laredo Brú y el coronel Fulgencio Batista, entonces comandante en jefe del Ejército y protector del coronel Manuel Benítez, director de Inmigración, según publica el periódico El Nuevo Herald.
La isla se estaba convirtiendo en un destino transitorio para los refugiados judíos quienes, en su mayoría, esperaban ingresar a Estados Unidos. El gobierno norteamericano había establecido un sistema de cuotas que regulaba el número de inmigrantes por nacionalidades, y muchos judíos llegaban a Cuba a esperar por sus visas.
El destino de los refugiados
A su llegada al puerto de La Habana, en la madrugada del 27 de mayo, Laredo Brú emitió una orden especial que le prohibía entrar a la terminal y una lancha policial lo escoltó mar afuera. Sólo 28 refugiados lograron cambiar sus permisos por visas regulares y pudieron desembarcar, mientras otro se arrojó al agua en un intento de suicidio.
El 2 de junio, el St. Louis fue obligado a dejar aguas cubanas con 907 pasajeros a bordo. Muchos tenían familiares que ya se encontraban en La Habana, quienes fueron a despedirlos en un pequeño bote con gritos de "¡Ustedes no serán devueltos a Alemania!"
Gracias a gestiones del Comité de Distribución Judío-Americano, el buque no regresó a Alemania sino a Bélgica. El gobierno de ese país, así como los de Holanda, Francia e Inglaterra aceptaron a los judíos. Pero para 1940 los pasajeros del barco, salvo los que se refugiaron en el Reino Unido, se encontraron nuevamente bajo dominio de los nazis.
El Museo del Holocausto logró rastrear la suerte de muchos pasajeros, 80 de los cuales lograron viajar a Estados Unidos antes de 1941 cuando les llegaron sus visas de inmigración. Mientras que otros, con menos suerte, fueron enviados a campos de concentración y