Juan Pablo II y Francisco, vidas paralelas

Dos pontífices venidos de las periferias, profetas y pastores, inmersos en la realidad de sus pueblos; ambos padecieron regímenes de opresión y las suyas fueron entronizaciones con fuerte impacto geopolítico

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Aunque todavía falta perspectiva para poder establecer un paralelo completo, ya que el argentino Jorge Bergoglio lleva sólo un año en la silla de Pedro que el polaco Karol Wojtyla ocupó durante 27, existen muchos puntos en común entre el actual pontífice y el que será canonizado este 27 de abril.

Ambos fueron hombres activos en la sociedad de su tiempo; no tuvieron una vida contemplativa, sino de acción. Mientras uno luchó contra el totalitarismo comunista, al otro el marxismo le infiltró la Compañía de Jesús a la vez que debió padecer la dictadura. Ambos atravesaron la difícil prueba de dar testimonio de fe en el contexto de países que fueron escenario de la Guerra Fría y de la polarización ideológica, política, económica y militar que dividió al mundo de posguerra. Tanto uno como otro salieron airosos de esa prueba.

Hombres con fe de hierro, de mucha oración –Juan Pablo pasaba horas rezando, de rodillas o postrado; Francisco amanece tempranísimo para poder dedicarse a orar- y de gran devoción mariana, el aparente contraste de carácter -serio y sufriente uno, especialmente en el final; más alegre el otro- no debe llevar a engaño: ambas actitudes revelan la profunda aceptación del destino y de la voluntad de Dios.

Francisco muestra más voluntad de reformar la Curia; Juan Pablo II delegaba los asuntos administrativos para dedicarse por entero a la peregrinación por el mundo. Como dijo el propio Bergoglio sobre Wojtyla, fue "un Pablo".

Pero los dos comparten una cosmovisión geopolítica que impulsa a anticiparse a los conflictos bélicos y tratar de establecer escenarios proclives al diálogo y la paz. Venido del Este, pero también del Norte, el pontífice polaco fue clave en evitar una guerra fratricida entre Chile y Argentina, dos países de la periferia Sur del mundo. Fue también el primero en tender la mano a Cuba, con su histórico viaje en 1998.

Décadas después, desde esas mismas periferias, llega un Papa que se pone al hombro el intento de llevar a las potencias del Norte a resolver conflictos como el de Siria o el de Ucrania sin mayor derramamiento de sangre. Con el mismo espíritu viajará a Tierra Santa y a Corea buscando aportar a la reconciliación de los pueblos divididos, en el respeto de las diferencias.

En el año 2013, la elección del argentino como Papa fue una opción geopolítica tan fuerte como en 1978 la del Arzobispo polaco. En ambos casos, una institución doblemente milenaria como la Iglesia Católica mostró su capacidad de renovación y adaptación, colocándose nuevamente en la corriente de la Historia.

Con Karol Wojtyla, se anticipó y contribuyó a acelerar la caída de los regímenes comunistas del Este de Europa; con Jorge Bergoglio, toma nota de los nuevos equilibrios mundiales y apuesta a revitalizar la Iglesia de la periferia al centro.

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En el inicio de su Pontificado, Juan Pablo II fue una fuerza que cambió al mundo. Francisco es visto como un Papa que puede cambiar la Iglesia.

Pero lo más notable es que, luego de la salida de la escena política mundial de Karol Wojtyla –que en buena medida fue anterior a su muerte-, tuvo que ser nuevamente desde Roma que surgiese un nuevo líder de talla mundial. Un hombre cuya voz es escuchada y su mensaje reconocido más allá incluso de los límites de su feligresía. Como lo expresó el ex premier italiano Massimo D'Alema, "Francisco ha cambiado el curso de la política internacional", cuando con su gesto por la paz en Siria "volvió a poner la política en el escenario".

"No tengan miedo", fue la munición con la cual Wojtyla, profeta desarmado, hizo ceder las compuertas de los regímenes soviéticos, en su primer viaje como Papa a su Polonia natal.

Pero aunque contribuyó grandemente a la liberación de los pueblos de Europa del Este, Juan Pablo II no pudo incidir de la misma manera en la etapa siguiente. El comunismo dio paso al capitalismo salvaje, al despertar nacionalista y al resurgir de rivalidades étnicas. No pudo revivir, como hubiese querido, un cristianismo vigoroso en Europa Oriental, ni frenar la secularización de Europa occidental.

¿Lo logrará Francisco? Es uno de los muchos desafíos que tiene por delante.

La elección de Bergoglio es sin duda una herramienta de la cual se dotó la Iglesia para recuperar el impulso transformador, que fue muy intenso en los primeros años del pontificado de Wojtyla, cuando la política hacía el relevo de los caminos que el Papa señalaba desde la fe.

Pero, años después, a diferencia de lo sucedido con el comunismo, las críticas y advertencias de Juan Pablo II contra los peligros de la globalización y del capitalismo salvaje –análogas a las de Francisco contra la idolatría del dinero- no parecían tener impacto en la política, que desoyó los llamados papales a luchar contra la desigualdad y la pobreza, y sus exhortaciones a condonar la deuda de los países más atrasados. "No es posible que los países ricos traten de mantener su estándar de vida explotando gran parte de las reservas de energía y materias primas" que deben "servir a toda la Humanidad", decía Juan Pablo II, y lamentaba que "decisiones con consecuencias mundiales" fuesen tomadas sólo "por un pequeño grupo restringido de naciones". Palabras que Francisco bien podría hacer suyas.

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Los males que hoy debe combatir una Iglesia abierta al mundo, que "salga afuera", como pide el Papa argentino, son más intangibles y más extendidos a la vez que los totalitarismos del pasado: el relativismo moral, la tiranía del consumismo, el "escándalo de la pobreza", en palabras de Juan Pablo II. Al igual que ayer, el desafío vuelve a ser la búsqueda de una traducción institucional –política, económica y social–, de los caminos que el actual Papa señala y que tanto eco encuentran en los creyentes. Pero también en los no creyentes, huérfanos de liderazgos seculares en este comienzo de milenio.

Así como en los 70, la designación de un Papa polaco fue el signo de la decisión del Vaticano de ser protagonista en la reunificación de Este y Oeste en Europa, la elección de un latinoamericano representa hoy la voluntad de enfrentar los males del mundo moderno –desigualdad, pobreza extrema, violencia, narcotráfico– en un terreno –las que Bergoglio llama "periferias existenciales y geográficas"- donde todos ellos se dan cita.

Finalmente, cabe otra analogía. El vaticanista Vittorio Messori comparó la elección de Bergoglio con aquella de 1978, que dio origen a "uno de los mejores pontificados del siglo", pero causó pánico "entre la Nomenklatura de la URSS y de todo el Este que preveía los problemas" que efectivamente tuvo con él, la pregunta que surge ahora y queda abierta es: ¿Quién debe temerle a este nuevo Papa?



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