Entre estampas y crucifijos, en su casita enclavada en una colina, una mujer de 50 años a quien los médicos desahuciaron hace tres, recibe diariamente a gente angustiada: "Tengan fe", les pide Floribeth, la costarricense del "milagro" de Juan Pablo II.
Sin soltar una revista con Karol Wojtyla en la portada, esta mujer, suave y serena, abraza a un hombre que le ruega interceda por su esposa al borde de la muerte. "Pídale mucho a Juan Pablo II, como lo hice yo", lo consuela.
Su casa en Dulce Nombre de Cartago, unos 20 km al este de San José, es una suerte de santuario desde que el 5 de julio el papa Francisco oficializó que la inexplicable sanación de Floribeth de un aneurisma, elevará a Juan Pablo II a los altares.
Un enorme retrato del papa polaco, rodeado de velas y flores, junto a la imagen de una Virgen y copias de pruebas médicas, está ya en altar en el portal de la vivienda por "agradecimiento", dice Floribeth, quien llevará las reliquias del nuevo santo en la canonización el 27 de abril.
Ataviada con una blusa celeste que ilumina su tez blanca y cabello castaño, recibe a un equipo de AFP, entre visitas de enfermos, preparativos del viaje y su trabajo de administradora de dos pequeños negocios familiares.
Jazmin Torres (sentada) llora mientras le relata a Floribeth que su madre tiene el mismo mal que tenía ella
"¡Levántate, no tengas miedo!"
Un triste día de abril de 2011 -cuenta- el neurocirujano Alejandro Vargas le diagnosticó un aneurisma fusiforme en la zona derecha del cerebro: "Mi lado izquierdo se fue paralizando, no podía mover las manos, ni tomar una cuchara o un vaso, todo se me caía".
Floribeth vio cómo salían dos manos de una revista, invitándola a dejar el lecho
Tras varios exámenes, los médicos determinaron que no había nada por hacer y fue enviada a su casa a esperar la muerte.
"Su vida se iba apagando, pero siempre oraba al papa", dice el padre Sergio, consejero de Floribeth.
Postrada, el 1 de mayo de 2011 siguió por televisión la beatificación del papa polaco. "A las ocho de la mañana del día siguiente escuché esa voz en mi cuarto que me decía: ¡Levántate. No tengas miedo!", relata a AFP.
De aquella revista de Juan Pablo II -dice- vio salir unas manos invitándola a dejar el lecho. "El Señor me quitó el miedo y la agonía, me dio paz y la certeza de que yo estaba sana", asegura.
En noviembre de 2011 una resonancia magnética "comprobó lo que yo venía diciendo, que estaba sana. Fue obra de Dios", narra emocionada.
¿Y cómo se lo explica el médico? No con la ciencia: "Si no puedo explicar médicamente, es que algo diferente a lo médico pasó (...). Puedo creer que fue un milagro", declara Vargas a la AFP, afuera del hospital público donde trabaja.
"Juan Pablo irradiaba santidad", recuerda Floribeth
"¡Ahí va la loca!"
Floribeth escribió en febrero de 2012 su testimonio en la página oficial de Wojtyla en internet: "Quería que el mundo se diera cuenta de la grandeza de Dios, pero nunca me imaginé la magnitud que iba a tomar esto", asegura.
Tres meses después la contactaron del Vaticano, fue llevada a Roma y sometida a exámenes que confirmaron su sanación total. Todo ese tiempo debió guardar silencio.
"La loca está sana porque Dios me sanó. Bendita sea mi locura"
Su devoción nació cuando el "papa viajero" visitó Costa Rica en 1983: "Irradiaba santidad. Verlo, a mis 19 años, impactó mi vida y fue a quien recurrí en los momentos más graves de mi enfermedad para que intercediera por mí ante Dios".
Juan Pablo II, fallecido en abril de 2005, fue proclamado beato tras el reconocimiento de un milagro en una monja francesa, pero para su canonización faltaba un segundo milagro.
Un milagro que no todos creen, incluso en un país donde la religión católica es "oficial", toda una rareza en América Latina.
"En el supermercado, en la calle, me han dicho: ¡Ahí va la loca! Pero la loca está sana porque Dios me sanó. Bendita sea mi locura porque puedo compartir con mi familia", dice Floribeth, casada, con cuatro hijos y seis nietos.
Nacida en un barrio pobre en el sur de San José, ella dice que sigue siendo "la misma de siempre". "No ha cambiado, aunque viene mucha gente a verla", dice su vecina Flor Varela.
Adentro, en casa de Floribeth, un hombre afligido está a punto del llanto: "Mi mujer ya no habla, no sabemos si nos ve, si nos oye. Vengo con fe para que usted nos lleve una petición al papa", le dice José Torres, pequeño agricultor de Cartago.
"Nada es imposible para Dios", le responde ella, sentada en un sofá de la sala, donde hay un baúl y una bolsa repletos de cartitas, "miles de esperanzas" -explica- llegadas de todo el país para llevar a Roma.