El presidente chileno Sebastián Piñera recibía, hace cuatro años, el mando por parte de Michelle Bachelet. La historia mostrará la faceta inversa el martes, cuando él le ceda el poder a Bachelet. Y quizás, en 2018, vuelva a suceder –como un ping pong–, dado que el empresario ya dejó entrever que buscará un segundo mandato. Impedido por ley de ir a la reelección inmediata, Piñera aspira a que su gestión y su liderazgo al frente de la derecha sean suficiente capital político.
El mandatario, que en 2010 acabó con dos décadas de gobiernos de izquierda en Chile, dejará el gobierno con una aprobación en alza, que llegó al 50 por ciento en las últimas semanas, y su convicción de entregar un país "a las puertas del desarrollo".
En el aspecto político, marcó un hito al conminar a la derecha chilena a romper sus vínculos con la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Fue durante la conmemoración de los 40 años del golpe de Estado que derrocó al socialista Salvador Allende, en septiembre pasado, que Piñera trazó una línea divisoria con la derecha más conservadora, después de calificar de "cómplices pasivos" a quienes guardaron silencio frente a las violaciones a los derechos humanos en dictadura.
También ordenó el cierre de una cárcel especial donde cumplían condena 10 de los más cruentos represores, un paso que ninguno de sus antecesores de centroizquierda se atrevió a dar. Con ambos gestos, logró ubicarse como líder de la renovación de este sector político y, de paso, repuntar en las encuestas, lo que afianzó su deseo de ir a la reelección.
Pero su falta de carisma y la poca empatía que logró con la ciudadanía, que no dejó de percibirlo como un empresario incapaz de identificarse con los más pobres, le juegan en contra. "Piñera quiere volver. Pero después de haberse pasado cuatro años en el poder y no poder llegar al corazón de los chilenos, su camino de retorno a La Moneda será muy difícil", advierte el politólogo de la Universidad Diego Portales Patricio Navia.
Con miles de estudiantes en las calles, Piñera vivió en 2011 los momentos más críticos de su gobierno, tras no lograr sintonizar con los ciudadanos, que exigían una profunda reforma a uno de los sistemas educativos más caros y segregados del planeta, herencia de la dictadura de Pinochet.
En una desafortunada respuesta, Piñera afirmó que la educación era un "bien de consumo" y afrontó con tibias reformas las ambiciosas peticiones de los estudiantes. "Con la derecha hubo más crecimiento y más empleo. Pero la gente también percibió que gobernaba más preocupada por los ricos. El presidente no logró consolidarse como un hombre querido y respetado. No se ganó el corazón de los chilenos", critica Navia para la agencia de noticias AFP.
El legado de su gobierno
Pese a que ha negado públicamente su interés en la reelección, Piñera ha dado pasos inequívocos en esa dirección. Sus últimas semanas al frente del gobierno fueron de una visibilidad inagotable, para evitar el llamado "síndrome del pato cojo" o de pérdida de poder al final del mandato, con una extensa gira de rendición de cuentas.
Con cifras en mano, Piñera mostró como uno de sus principales logros la casi completa reconstrucción del país tras el terremoto de 8,8 grados, seguido de un tsunami, que azotó Chile doce días antes de que asumiera y que dejó más de 500 muertos y daños por 30.000 millones de dólares.
En materia económica, su gobierno promedió un crecimiento del 5,4% y la generación de cerca de un millón de nuevos empleos, con una inflación controlada (3%) y un aumento del ingreso per cápita de 15.000 a 20.000 dólares.
"Estas tasas no tienen comparación en el mundo. Este gobierno ha dejado a Chile a las puertas del desarrollo", se jactó en un reciente encuentro con corresponsales extranjeros su ministro de Hacienda, Felipe Larraín.