El pontífice argentino volcó estos conceptos en el prólogo que escribió para un libro del cardenal alemán Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia. Un título que evoca una de las primeras declaraciones del flamante papa Francisco en marzo del año pasado: "¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!"
Un anhelo que quedó además simbólicamente planteado en la elección de su nombre, en memoria del "pobrecillo de Asís".
El diario italiano Corriere della Sera publicó el texto de la introducción papal al libro de Müller, que será presentado en el Vaticano el próximo 25 de febrero.
"El mundo occidental identifica la pobreza antes que nada con la ausencia de poder económico y enfatiza negativamente este estatus –escribió Francisco en este prólogo. Su gobierno, de hecho, se funda esencialmente sobre el enorme poder que el dinero ha adquirido hoy, un poder aparentemente superior a cualquier otro".
Y es por este motivo, explica el Papa, que "una ausencia de poder económico significa irrelevancia a nivel político, social e incluso humano". "Quien no posee dinero, es considerado sólo en la medida en la cual puede servir a otros objetivos", sentencia.
Pero el texto de Franciso no es una condena al dinero en sí mismo. Por el contrario, lo rescata, así como a la "propiedad". Es un "instrumento" que "prolonga y acrecienta las capacidades de la libertad humana, permitiéndole obrar en el mundo, actuar, dar fruto".
"En sí mismo es un instrumento bueno", afirma. Pero, advierte, "este medio puede volverse contra el hombre", porque "el dinero y el poder económico, de hecho, pueden ser un medio que aleja al hombre del hombre, confinándolo a un horizonte egocéntrico y egoísta".
Y, más concretamente, agrega: "Cuando el poder económico es un instrumento que produce tesoros que se tienen sólo para uno mismo, escondiéndolos a los demás, genera injusticia (...). Esto sucede cuando el hombre, habiendo perdido la esperanza en un horizonte trascendente, ha perdido también el gusto de la gratuidad, el gusto de hacer el bien por la simple belleza de hacerlo".
En cambio, sigue diciendo, "cuando el hombre ha sido educado en el reconocimiento de la solidaridad fundamental que lo liga a todos los otros hombres (...) entonces sabe bien que no puede tener para sí los bienes de los que dispone. (...) sabe que lo que le niega a los otros y retiene para sí, antes o después, se volverá en su contra".
Ahora bien, si los bienes de los que se dispone la persona son utilizados no sólo para las propias necesidades, estos, al difundirse, "se multiplican y traen con frecuencia un fruto inesperado", dice el texto papal.
"De hecho, hay un lazo original entre beneficio y solidaridad, una circularidad fecunda entre ganancia y don", sostiene Bergoglio. Y exclama: "¡cuánta necesidad tiene el mundo contemporáneo de redescubrir esta bella verdad!".
Y a continuación, resalta aún más la fecundidad de esta dimensión solidaria, al enfatizar: "¡Sólo cuando el hombre se concibe no como un mundo en sí mismo, sino como alguien que por naturaleza está ligado a los demás, originariamente sentidos como 'hermanos', es posible una praxis social en la cual el bien común no queda como palabra vacía y abstracta!".
Esta actitud espiritual, explica Bergoglio, es a lo que se refiere Jesús cuando en su Sermón de la Montaña dice: "Bienaventurados los pobres". "No temamos reconocernos necesitados (...), porque solos y con nuestras solas fuerzas no podemos vencer todos los límites", exhorta en consecuencia.
"Jesús elogia a los 'pobres de espíritu', vale decir, a aquellos que miran así sus propias necesidades y, necesitados como son, se confían a Dios, no temiendo depender de Él", concluye Francisco.