El francés Michel Villand aterrizó en 1994 en Cuba atraído por la posibilidad de invertir en Cuba y con la particularidad de que contaría con el beneplácito del gobierno de Fidel Castro. Pero la corrupción y el chantaje hicieron que el emprendimiento fracasara y terminara en 2007 con un litigio judicial.
El periódico El Mercurio entrevistó a Villand, quien presentó en español recientemente su libro Mi socio Fidel Castro. Cuba, un desvío en el paraíso, escrito con el periodista Francis Mateo, sobre la aventura empresarial que inició con el líder de la revolución cubana.
En 1994, tras la caída de la Unión Soviética, Cuba necesita atraer capitales extranjeros, algo que había comenzado con las cadenas hoteleras españolas. "Castro hizo un llamado en el semanario Paris Match invitando a invertir en Cuba. En Francia también había crisis, y aconsejado por un diputado francés, me decidí a visitar la isla", cuenta Villand, militante socialista que hoy vive en España.
La panadería Pain de Paris abrió sus puertas tres años más tarde, luego de firmar una carta de intención en 1995 y tras la creación de la empresa mixta Francuba S.A. El negocio de Villand llegó a contar con dos fábricas, una de ellas inaugurada por Fidel, en las que trabajaban 72 personas para elaborar una decena de tipos de panes y más de 70. Unos 130 empleados trabajaban en los 13 locales que tenía en toda Cuba.
"Fidel es el más inteligente de todos los dictadores; es un gran seductor. Ablandó a algunas democracias promocionando los logros en educación, cultura, medicina y deporte. Supo cómo hacer para que esos cuatro pilares le dieran fama mundial", contó Villand.
"En un país comunista no aceptan que un capitalista venda y gane algo bajo su mando"
Pero cuando Castro cayó enfermo en 2006, la aventura llegó a su fin. El Estado decidió unilateralmente y sin compensación alguna quedarse con todo el negocio, de acuerdo con Villand. "En un país comunista no aceptan que un capitalista venda y gane algo bajo su mando", afirmó. "Empezaron a molestarnos a mí y a mis socios, a quitarnos todo y nos echaron del país sin un centavo", agregó.
Tras esto, Villand demandó a La Habana y ganó, convirtiéndose en el único empresario extranjero indemnizado por Cuba. "He ganado varios millones, pero por 15 años no puedo decir la cantidad exacta", señaló el francés. Las dos fábricas fueran cerradas y las tiendas ahora se llaman Dulcinea.