Cuando el apóstol Juan dice "ha llegado la última hora" se refiere a la calidad del tiempo y no a la cantidad, explicó el Papa. Significa que con la llegada de Dios a la Historia estamos ya en los tiempos finales y no habrá otra revelación, explicó. Por eso, "cada una de nuestras acciones está cargada de eternidad", dijo Francisco.
En una siempre imponente Basílica de San Pedro repleta de fieles, el papa argentino, que dejó un recuerdo imborrable en su país por sus mensajes en los Te Deum del 25 de Mayo, presidió la primera ceremonia de este tipo (de agradecimiento) de su pontificado.
Dedicó el comienzo de la homilía a definir "la visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia", que, dijo, "no es cíclica, sino lineal, es un camino que va hacia el cumplimiento. Un año transcurrido no nos lleva por lo tanto a una realidad que termina sino a una que se cumple, es un paso más hacia la meta que está ante nosotros, una meta de esperanza y de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría".
Fue entonces que exhortó a los presentes a preguntarse "con coraje" cómo vivieron este tiempo que Dios les ha regalado: "¿Lo hemos usado sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido gastarlo también para el servicio de los demás? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para estar con Dios, en la oración, en el silencio, en la adoración?".
El Papa, que pronunció esta homilía como Obispo de Roma, dijo: "Pensemos, como ciudadanos de Roma, ¿qué sucedió este año? ¿Qué está ocurriendo y qué cosa ocurrirá? ¿Cómo es la calidad de la vida en esta ciudad? ¡Depende de nosotros! ¿Hemos contribuido, este año, con nuestro grano de arena, a hacerla vivible, ordenada, acogedora?".
También dijo que "el rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas cerámicas son todos aquellos que la habitan". "Quien tiene la autoridad, tiene una mayor responsabilidad, pero cada uno es corresponsable, para bien y para mal", agregó.
Luego señaló el contraste que se produce entre una capital italiana que tiene "una belleza única, un patrimonio espiritual y cultural extraordinario", pero en la cual también hay "muchas personas marcadas por miserias materiales y morales, pobres, infelices, sufrientes, que interpelan la conciencia no sólo de los responsables públicos, sino de todos los ciudadanos".
"En Roma quizás sentimos más fuerte este contraste entre el ambiente majestuoso y cargado de belleza artística, y los problemas sociales de quienes más necesitan –siguió diciendo el Papa. Es una ciudad llena de turistas, pero también llena de refugiados. Llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o desarrollan tareas mal pagadas y a veces indignas; y todos tienen el derecho de ser tratados con la misma actitud de acogida y de equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana", constató.
Y advirtió que la Roma del año nuevo tendrá un rostro más bello sólo si es más rica en términos de humanidad, hospitalidad y acogida, si todos son más atentos y generosos con quienes tienen dificultades.
Y, volviendo a una imagen que es habitual en él, dijo que la ciudad será mejor si deja de haber personas que miran de lejos, que miran la vida desde el balcón, sin involucrarse en los problemas de hombres y mujeres que, "se quiera o no, son hermanos".
Instó a concluir el año 2013 pidiendo perdón y agradeciendo por todos los beneficios recibidos de Dios, en especial por su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en el sucederse de los tiempos, pero en modo singular en la plenitud del tiempo, cuando mandó a su Hijo.
"Que la madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo de nuestro peregrinaje terreno, nos enseñe a acoger a Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día esté lleno de su eterno amor", concluyó.
Luego de la ceremonia, el Papa se dirigió al centro de la plaza San Pedro para hacer una breve visita al pesebre gigante levantado allí para la Navidad.