La mandataria brasileña, Dilma Rousseff, protagonizó una campaña para lograr el mejor nombre para su labrador; el presidente chileno, Sebastián Piñera, suele acudir a actos oficiales con su perro Bolt y el uruguayo José Mujica genera ternura con su pequeña Manuela.
La presidente de Argentina realizó un discurso tras su operación y aprovechó el espacio para presentar a Simón, el cachorro que le había prometido Hugo Chávez.
El estadounidense Barack Obama, con Bo, y el ruso Vladimir Putin, con Buffi y Yume, son dos de los casos más conocidos en el mundo. Sólo el primer ministro británico, David Cameron, marcó la diferencia con un gato, llamado Larry.
La tendencia, entonces, se podría considerar una maniobra política de los poseedores del poder en el
mundo para generar una
imagen generosa y comprensible.