Sin que mediaran factores particulares en el día a día, los pocos negocios que se pactaron en el circuito cambiario libre llevaron a que el dólar saltara casi 20 centavos y, salvo que aparezcan controles policíacos como acostumbra hacer el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, según destacan los operadores más avezados, el dólar libre parece decidido a instalarse en el rango de dos dígitos.
Es que tanto economistas como operadores, y en particular la gente en la calle, advierten que el tipo de cambio oficial se ha ido rezagando con subas muy modestas durante muchos años en comparación con la dinámica que tuvo el promedio de los precios. Los más sensibles son los alimentos, pero también los servicios privados y los combustibles, y por tanto cuando ven que algo está barato salen a comprar, y provocan la suba de su precio.
Frente a ese cuadro, en lugar de atacar el desequilibrio entre devaluación e inflación con medidas correctivas de las causas que provocaron la aparición de una brecha de hasta 100%, como es limitar el fuerte aumento del gasto público que se financia con uso de reservas del Banco Central, el Gobierno instrumentó el 30 de octubre de 2011 el cepo cambiario, inicialmente limitado al comercio exterior, pero rápidamente lo amplió al turismo y luego a las operaciones inmobiliarias, para actuar sobre las consecuencias.
El Gobierno actuó sobre las consecuencias y no sobre las causas
La respuesta del mercado fue claramente prenunciada: nunca en la larga historia de inestabilidad cambiaria que registra la Argentina los controles extremos y las políticas de tipos de cambios múltiples (uno para el exportador de soja, otro para el de trigo o maíz, uno un poco más alto para la minería y mucho más caro para el importador o el turismo) dieron resultados ni se pudieron sostener por mucho tiempo.
En todos los casos, en los 70 y los 80, se vio cómo esas intervenciones, al no estar acompañadas de políticas ortodoxas, como el control del gasto público para recuperar la solvencia fiscal y restricciones monetarias para no desalentar el ahorro en moneda nacional, llevaron a una severa sangría de reservas.
Para peor, pese al cepo cambiario que rige desde el 30 de octubre de 2011 a hoy, la posición de divisas del Banco Central se derrumbó desde u$s47.523 millones a casi u$s34.000 millones al cierre de la jornada de ayer. De esa pérdida de poco más de u$s13.500 millones, más de u$s9.000 millones se fueron en estos diez meses.
Claramente, las expectativas en torno a cómo reaccionará el Gobierno tras el resultado esperado de las elecciones legislativas del próximo domingo, tras la respuesta preliminar en las PASO del 11 de agosto, a la que se sumaron los hechos de las últimas semanas, como la ausencia de un conductor de peso mientras se extienda la recuperación de la Presidente de su operación, un nuevo accidente ferroviario y otros hechos políticos que conmovieron a la sociedad, contribuyeron a impulsar compras preventivas.
Pero el fenómeno no es nuevo sino que acumula más de dos años y ahora parece haber encontrado un punto de ebullición.
Factores de fuga
Déficit fiscal: El gasto público mantiene un ritmo de aumento superior a 30% al año, pese a que la recaudación tributaria desacelera mes a mes la tasa de crecimiento y ahora se ubica por debajo de 25%. Semejante bache fue cubierto con asistencias del fondo de los jubilados (Anses) y de las propias reservas del Banco Central, además del uso y abuso de pago de vencimientos de deuda en moneda extranjera, por la tozudez de no acudir a los mercados para refinanciarla, no incrementarla.
Uso y abuso de las reservas para pagar deuda en divisas
Déficit energético: La negación del sostenido consumo de las reservas de petróleo y gas y las insuficientes obras de generación y transporte en la última década llevaron a que la diferencia entre exportaciones e importaciones de energía y combustibles pasara en poco tiempo de generar un excedente de u$s5.000 millones a un rojo comercial de u$s5.600 millones en los primeros nueve meses del año, pero con una proyección anualizada de más de u$s14.000 millones.
Turismo: el cepo al viajero al exterior para comprar de billetes, con un pago a cuenta de 20% de la paridad oficial y cupo diario, disparó los gastos en el exterior con el uso de la tarjeta de crédito a un ritmo de u$s8.000 millones al año, cuando antes de las restricciones conjuntas de AFIP y Banco Central generaba un superávit de más de u$s3.000 millones al año.
Inversión extranjera: La decisión de prohibir de hecho, porque no aparece formalmente regulada, el pago de dividendos a los accionistas no residentes en el país de empresas extranjeras provocó una abrupta caída del ingreso de capitales del resto del mundo, al tiempo que disparó la cancelación de deudas de las empresas con sus casas matrices.
La lista puede seguir, como derivado de lo anterior. Pero en todos los casos se llegará a la misma conclusión: fracasaron las medidas que buscaron atenuar las causas de la pérdida de reservas del Banco Central; habían alcanzado un récord de u$s52.654 millones el 26 de enero de 2011 y se derrumbaron a u$s47.587 millones el 28 de octubre de ese año.
El Gobierno no supo, no quiso o no pudo reconocer que entre los principales factores que habían provocado semejante fuga de capitales estaba la pérdida de competitividad de las empresas, con costos que venían creciendo a ritmo de 25% al año y un tipo de cambio oficial que se movía menos de 10% por año.
Tampoco quiso, pudo o supo reconocer que el cepo tarifario a los servicios públicos, no sólo en algún momento hay que comenzar a levantarlo, con el consecuente impacto sobre la inflación y el tipo de cambio, sino que también es el responsable de las crecientes deficiencias de la infraestructura de los caminos, puertos, etc., que agregan su cuota adicional a la pérdida de competitividad de las empresas.
De cara al día después de las elecciones del domingo, el consenso de los economistas y en el mercado cambiario, espera algún ajuste de política económica, pero ninguno le asigna alta probabilidad a decisiones de fondo del tipo de devaluación para el turismo y operaciones financieras, suba de tarifas en respuesta a baja de subsidios a sectores de medianos a altos ingresos, desaceleración del ritmo de aumento del gasto público y astringencia monetaria que lleve las tasas de interés para los ahorristas a valores superiores a la tasa de inflación real esperada.
Todas esas restricciones y expectativas, que sintetizan los claros desajustes que acumuló la economía argentina en los aspectos macroeconómicos básicos, se reflejan en la brecha cambiaria de más de 70% entre el tipo de cambio oficial y el libre.