Más allá de los conceptos medulares y novedosos que la prensa recogió del largo reportaje (6 horas en tres encuentros) que Francisco concedió a Antonio Spadaro, director de la revista jesuita italiana La Civiltá Cattolica (y a través de éste, a varias publicaciones de la orden), la conversación también versó sobre temas de índole más personal, como sus gustos artísticos y literarios, entre otros.
La entrevista tuvo lugar los días 19, 23 y 29 de agosto, en los aposentos de Francisco en Santa Marta, un sitio que el entrevistador describe como simple y austero, "pocos libros, pocas cartas, pocos objetos". Un crucifijo, un ícono de San Francisco de Asís, la Virgen de Luján, patrona de la Argentina, y una estatua de San José durmiente. El Papa le ofrece un sillón a su entrevistador pero se sienta él mismo en una silla más rígida debido a sus problemas de columna.
"Lo veo contento con esto –reflexiona Spadaro-, es decir, con poder ser él mismo, no tener que alterar su modo común de comunicarse con los demás, aunque tenga frente a sí a millones de personas como sucedió en la plaza de Copacabana".
El Papa le explica que eligió para su pontificado el lema Miserando atque eligendo (Lo miró con misericordia y lo eligió) porque así se siente: "Un pecador al que el Señor ha mirado". Y agrega: "Puedo decir que quizá soy algo astuto, pero también soy un poco ingenuo".
"Yo no conozco Roma, conozco pocas cosas de aquí", admite Francisco, que sin embargo ha viajado muchas veces a la capital italiana y está viviendo allí desde hace seis meses. Lo que habla a las claras de que para él el trabajo, el apostolado, es lo primero. A continuación aclara que conoce las iglesias de Santa Marta Maggiore, San Pedro, San Luigi dei Francesi (de los franceses), donde "iba a contemplar el cuadro La vocación de San Mateo de Caravaggio". Y reitera: "Ese soy yo, un pecador hacia el cual el Señor volvió sus ojos".
El cuadro de Caravaggio representa el momento en el cual Jesús ve a un levantador de apuestas y, señalándolo, le dice: "Sígueme".
Jorge Bergoglio explicó a Spadaro que se hizo jesuita porque "de la compañía lo impactaron tres cosas: la vocación misionera, la comunidad y la disciplina", y porque no se veía un "sacerdote solo".
En cuanto a su desempeño al frente de la compañía –vale recordar que él fue provincial de la orden a los 36 años-, formula una autocrítica: "En mi experiencia de superior (de la orden), a decir verdad, no siempre [he hecho] las necesarias consultas. Y esto no fue bueno. En mi gobierno como jesuita al inicio tuve muchos defectos. Aquel era un tiempo difícil para la Compañía: había desaparecido una generación entera de jesuitas. Por eso yo me encontré como provincial siendo aún muy joven. Tenía 36 años: una locura. Necesitaba enfrentar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista. Debo agregar sin embargo algo: cuando confío una cosa a una persona, me fío totalmente de ella. Tiene que cometer un error muy grande para que yo lo reprenda. Pero, pese a ello, al final la gente se cansa del autoritarismo. Mi modo autoritario y rápido de tomar decisiones me ha llevado a tener serios problemas y a ser acusado de ultraconservador. He vivido un tiempo de gran crisis interior cuando estaba en Córdoba. [Pero] nunca fui de derecha".
"Con el tiempo, he aprendido muchas cosas -concluyó. El Señor ha permitido esta pedagogía de gobierno incluso a través de mis defectos y mis pecados. Así, como Arzobispo de Buenos Aires cada quince días hacía una reunión con los seis obispos auxiliares, varias veces al año con el Concilio presbiteral. Quería consultas reales, no formales".
La "clase media" de la santidad
Apelando a un concepto del novelista católico francés Joseph Malègue (1876-1940), Francisco habló de la existencia de una "clase media de la santidad" de la cual "todos podemos formar parte". Y se explaya: "Veo la santidad en el pueblo paciente de Dios: una mujer que cría a sus hijos, un hombre que trabaja para llevar el pan a su casa, los enfermos, los curas ancianos que tienen tantas heridas pero que sonríen porque han servido al Señor, las hermanas que trabajan tanto y viven una santidad escondida. Esta es para mí la santidad común. La santidad yo la asocio frecuentemente con la paciencia: no sólo (en el sentido de) hacerse cargo de los acontecimientos y de las circunstancias de la vida, sino también como constancia para ir hacia adelante, día a día. (...) Esa es la santidad de mis padres (y) de mi abuela Rosa que tanto bien me hizo. (...) Ella es una santa que ha sufrido mucho (y) siempre fue para adelante con coraje".
Para hablar de la esperanza, el Papa cita la ópera Turandot de Puccini: "En la oscuridad de la noche vuela un irisado fantasma. / Sube y despliega las alas / sobre la negra, infinita humanidad. / Todos lo invocan / y todos le imploran. / Pero el fantasma se esfuma con la aurora/ para renacer en el corazón. / ¡Cada noche nace/ y cada día muere!"
Esto lleva a Spadaro a preguntarle por los artistas y escritores que prefiere y si son todos del mismo estilo. "Me han gustado muchos autores diferentes entre sí –responde el Papa. Me gusta muchísimo Dostoievski y Hölderlin. De Hölderlin quiero recordar aquella poesía para el cumpleaños de su abuela que es de gran belleza, y que me ha hecho tanto bien espiritualmente. Es aquella que se cierra con el verso 'Que el hombre mantenga lo que el niño ha prometido'. Me ha impactado siempre porque he amado mucho a mi abuela Rosa, y allí Hölderlin compara a su abuela con María, que dio a luz a Jesús, que para él es el amigo de la tierra que no consideró extranjero a nadie. He leído tres veces el libro Los novios y lo tengo ahora en mi mesa de luz para releerlo. (Alessandro) Manzoni me ha dado tanto. Mi abuela, cuando era niño, me hizo aprender de memoria el comienzo de ese libro: 'Ese brazo del lago de Como, que tuerce hacia el Mediodía, entre dos cadenas ininterrumpidas de montañas...' También Gerard Manley Hopkins me ha gustado mucho".
Otros escritores que ha apreciado son Cervantes, Dante, Borges, José Hernandez, Leopoldo Marechal. También menciona Bergoglio a dos autores franceses contemporáneos, Henri de Lubac (El drama del humanismo ateo) y Michel de Certeau (La invención de lo cotidiano).
"En pintura admiro a Caravaggio: sus telas me hablan. Pero también Chagall con su Crucifixión blanca...", dijo Francisco.
"En música amo a Mozart, obviamente -agregó. Ese Et Incarnatus est de su Misa en do es insuperable: ¡Te lleva a Dios! (...) Mozart me llena, no puedo pensarlo, debo sentirlo. A Beethoven me gusta escucharlo, pero prometeicamente. (...) y luego las pasiones de Bach". Sobre este último compositor, el Papa dice que algunas piezas le parecen "sublimes". También le gusta escuchar a Wagner, dice, "aunque no siempre".
En cuanto al cine, La Strada de Fellini, es tal vez su film favorito. "Me identifico con esa película, en la cual hay una referencia implícita a San Francisco", dice el Papa. Cree haber visto todos los films de Anna Magnani y Aldo Fabrizi. Le gustó mucho Roma, ciudad abierta. En cuanto al cine más reciente, en otra ocasión había mencionado La fiesta de Babette.
"En general me gustan los artistas trágicos, especialmente los más clásicos". Y recordó una "bella definición" de lo que es un clásico en el Quijote: "Los niños lo tienen en las manos, los jóvenes lo leen, los adultos lo entienden y los ancianos lo elogian".
También se refirió a su modo de rezar: "La oración para mí es siempre oración memoriosa, llena de memoria, de recuerdos, incluso memoria de mi historia y de aquello que el Señor ha hecho en su Iglesia o en una parroquia en particular. (...) Y me pregunto: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?".