Francisco acaba de dejar Río de Janeiro, ciudad a la que llegó el 22 de julio pasado para la 28ª edición de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), un mega evento de la Iglesia Católica que tiene lugar cada dos o tres años en alguna gran ciudad. Decenas de miles de jóvenes acudieron a la cita, más de tres millones asistieron a los eventos que presidió el Papa y varios más en todo el mundo siguieron día a día los avatares de esta gira y a su incansable protagonista.
El Papa les habló a sus fieles, pero también al mundo, no sólo porque la conectividad planetaria facilitó la difusión instantánea de sus palabras, sino porque, en estos tiempos de posmodernidad "líquida", en los que reina el escepticismo y -en palabras de Jorge Bergoglio- la "cultura de lo provisorio", Occidente necesita de un mensaje profundo y trascendente que lo vuelva a conectar con sus raíces culturales. Y el Papa, por el tono y contenido de sus mensajes, en los que la sencillez no va en detrimento de la profundidad ni implica concesiones en materia de doctrina, vino a poner a la religión como elemento de la unidad de la cultura.
Como dijo el vicepresidente del Brasil, Michel Temer, en la despedida en el aeropuerto, hubo "paz y armonía" en las palabras de Francisco. Temer también lo definió como "un verdadero evangelizador". Nada más cierto. Al mismo tiempo, el Papa se mostró discreto sobre la realidad de Brasil y las convulsiones previas a su llegada, pero de ningún modo desautorizó la manifestación juvenil; al contrario. "Veo que muchos jóvenes han salido a las calles a expresar el deseo de una civilización más justa. Quieren ser protagonistas del cambio", dijo. Pastor y político. Porque las distintas facetas de la personalidad de Bergoglio no se manifiestan alternativamente sino casi siempre de modo simultáneo. Y el mundo entero pudo verlo.
Sobre sus dotes de comunicador ya se ha hablado mucho. Hace poco, su vocero, Federico Lombardi, dijo que con este Papa no hacía falta planear una estrategia de comunicación porque "la comunicación es él".
Una agenda de la periferia al centro
Francisco tuvo mensajes para todos (ver puntos importantes): para los más humildes en la favela, para los que sufren en el hospital y en la cárcel, para la dirigencia política, empresarial y social en el teatro municipal de Río, para los jóvenes, por supuesto, pero también para los viejos; y para los obispos, sacerdotes y laicos. Sin embargo hubo un orden en su agenda que no es fruto de la casualidad: fue de la periferia al centro.
Como buen exponente del catolicismo latinoamericano, dio primero testimonio de su devoción mariana, poniéndose a sí mismo y a las Jornadas que venía a presidir, bajo protección de la Virgen de Aparecida, patrona del Brasil.
Luego fue a lo que llama las "periferias" existenciales, visitando en primer término una favela, como símbolo del escándalo de la pobreza en un continente donde sobran los alimentos. Y luego un hospital franciscano, donde dialogó con jóvenes adictos en recuperación.
En un breve e improvisado encuentro con la delegación argentina, encendió el entusiasmo de los jóvenes al incitarlos a hacer "lío".
Luego hizo su primer discurso a los peregrinos de todos los países que vinieron a Brasil para las jornadas, en la fiesta de recepción en la playa de Copacabana.
El viernes, en su 5º día en Río, escuchó las confesiones de algunos de los jóvenes peregrinos, se reunió con menores presidiarios, rezó el Ángelus desde el balcón del Palacio Episcopal, y luego asistió al Vía Crucis, otra vez en el paseo marítimo, donde volvió a hablar a la juventud.
Recién en los dos últimos días hubo reuniones con las cúpulas, tanto religiosas como laicas.
El sábado, celebró la misa en la Catedral de Río para los cardenales, obispos, sacerdotes y seminaristas presentes. Más tarde, dio un discurso a la dirigencia política, empresarial y social del Brasil en el Teatro Municipal de la capital carioca. Y el domingo, poco antes de partir, se reunió con el Comité Coordinador de la Celam (Conferencia Episcopal Latinoamericana), es decir, con la cúpula de la Iglesia continental.
Estas actividades de superestructura estuvieron intercaladas con la vigilia de oración junto a los jóvenes en Copacabana el sábado por la noche y la gran misa de clausura el domingo a la mañana.
Con este orden, Francisco está diciendo, por un lado, que su mensaje a los fieles y al mundo no tendrá filtros burocráticos. Pero también evidencia un método de construcción de poder. La enorme popularidad que el Papa está alcanzando desde el inicio de su pontificado mediante este método de comunicación directa es el caudal político con el cual respaldará sus decisiones más delicadas, a aquellas que afecten intereses creados.
"Populismo" e inquietud vaticana
Mientras el Papa estaba en Río de Janeiro, hubo quien se hizo eco de una supuesta preocupación de la burocracia vaticana por el entusiasmo en torno a la persona de Francisco. Traducido, sería algo así como: va siendo hora de que deje el populismo y empiece a trabajar de Papa.
Pero Francisco no es un populista. En él la vocación pastoral, visible esta semana en el entusiasmo con el cual se mezcló con la gente cada vez que pudo, no está divorciada de la conciencia de poder y de los requerimientos organizativos de una institución mundial, como lo es la Iglesia Católica. Por otra parte, está acostumbrado a ejercer el poder desde muy joven, como lo ha contado varias veces él mismo.
Con lo que hizo en Río en esta semana, el Papa les mostró a los suyos cómo debe ser la tarea pastoral. Napoleón Bonaparte decía de sí mismo que era un buen jefe porque no les ordenaba hacer a sus hombres nada que él no hubiese hecho antes. Algo similar sucede con Bergoglio. No es un Papa de "probeta", sino uno que hizo todo el cursus honorum de la Iglesia y se mostró excelente en cada etapa.
La Iglesia no debe ser una ONG burocrática amparada por el Estado, transmitió Francisco en sus mensajes. De hecho, a quien más interpeló fue a la "fuerza propia". En su mensaje a los obispos, también mostró sus dotes de organizador y jefe, menos conocidas del gran público pero que fueron clave para su entronización como Sumo Pontífice. Se preocupó por prevenirlos contra las desviaciones de doctrina en las cuales no debían caer, pero llamativamente lo hizo en una reunión transmitida en vivo al mundo. O sea, el mensaje es para todos: los de abajo también deben hacerse cargo, deben controlar; los de arriba, no pueden refugiarse en privilegios ni secretismos.
Más de un político debería aprender de esta metodología de organización.
La autoridad de Francisco para decir cada cosa que dijo a propios y a extraños se la da Bergoglio, porque en la prehistoria de su papado siempre dijo lo que pensaba e hizo lo que dijo. En él nunca hubo divorcio entre pensamiento y acción y ésta es la fórmula que vino a proponer para reconquistar lo que Juan Pablo II llamó el continente de la Esperanza.
La batalla cultural
La del Papa en estos días fue una verdadera batalla cultural porque, para que una civilización cambie, primero debe cambiar la pauta cultural. Por eso la denuncia de "la cultura del descarte" fue uno de los leit motiv de esta gira. La denuncia de un sistema cuya lógica eficientista deja de lado a los jóvenes -porque no los incluye a través del trabajo- y a los viejos -porque no los cuida ni aprovecha de su experiencia-. Pero aún cuando habla de política, el Papa se ocupa siempre de resaltar que toda la acción de la Iglesia tiene origen en el "escándalo de la Cruz". Jesús no escandalizó por sus obras, sus palabras o sus milagros, sino porque afirmó ser Hijo de Dios, suele explicar el Papa. "Esto es lo que no se tolera, el demonio no lo tolera", agregó. "La Iglesia confiesa que Jesús es el Hijo de Dios hecho carne: ése es el escándalo".
Y por eso su insistencia en que los jóvenes deben transmitir esto sin tener miedo de ir contra la corriente, porque en una sociedad descreída es un mensaje radical, a contra mano del ambiente: "Sé que ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad que se deja arrastrar por la moda y la conveniencia del momento. Sé que apuntan a lo alto, a decisiones definitivas", les dijo.
Poco antes de la llegada de Francisco a Río, un analista brasileño anunciaba en una columna el fracaso de la gira, porque el Papa "no tiene nada para decir" sobre "los temas que preocupan a los jóvenes" que, según él, eran "el papel de las mujeres, el aborto y el divorcio, entre otros".
Esto va en el mismo sentido de los muchos que le reclaman a la Iglesia una "modernización", refiriéndose siempre a estos temas de moral privada, y que aseguraron que este Papa "conservador" seguramente defraudaría a los jóvenes.
Pero Francisco no habló de esos temas, salvo muy tangencialmente, no porque los eluda o no tenga nada que decir al respecto, sino para marcar que no son lo principal. Lo central es la fe. Si la Iglesia no puede volver a afirmar la verdad que le dio origen perderá su razón de ser. Más grave que el pecado es la corrupción, suele decir el Papa, porque para el primero la misericordia de Dios es infinita; en cambio "la corrupción no es un acto, sino un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir", como escribió Bergoglio una vez.
Sólo una visión reduccionista de la juventud puede llevar a pensar que a los jóvenes no les interesa la trascendencia, la solidaridad o el servicio al otro. ¿Acaso la proliferación de las drogas con su secuela de destrucción y violencia, la falta de trabajo y de oportunidades, la pobreza, la corrupción política, la desunión nacional y social, no son preocupaciones de los jóvenes?
Benedicto XVI -y la Providencia- hicieron que esta Jornada presidida por el primer Papa latinoamericano de la Historia tuviese lugar en Brasil. Porque en el país con el mayor número de católicos es donde más trabajan grupos seudo-evangélicos y sectarios con un discurso que mercantiliza la fe. Nunca un mejor escenario para enfrentar ese desafío para el catolicismo, todavía mayoritario, pero con tendencia al retroceso.
La Iglesia Católica parece buscar reafirmarse en los países en los que su predominio histórico se ve hoy amenazado, tanto por la competencia de otros credos –caso de América Latina- como por la secularización –caso de Europa.
Francisco acaba de anunciar que la próxima JMJ, en 2016, tendrá lugar en Cracovia (Polonia), la ciudad de la que Juan Pablo II, que pronto será santificado, fue arzobispo durante años hasta su elección como Papa, en 1978. Las próximas Jornadas se harán por lo tanto en el corazón -algo cansado- del catolicismo europeo, con la finalidad de reanimarlo.