Heroínas a prueba de tiempo

La historia les debe el reconocimiento. Defendieron ideales, fueron madres y sobre todo luchadoras. En esta nota, Manuela Pedraza, Juana Moro, Macacha Güemes, Micaela Bastidas y Juana Azurduy

Guardar
  162
162

Aún no ocupan el lugar de privilegio que merecen –los libros y los homenajes siguen en deuda con ellas– pero al menos, poco a poco comienzan a pronunciarse sus nombres. No fueron mujeres que caminaron a la sombra de los varones. Algunas anduvieron solas, estandarte en mano; y otras, a la par de un hombre.

Si bien la historia pareciera no querer definir con exactitud el hecho real que da origen a esta fecha, se mencionan dos que terminaron en despiadadas matanzas. Una de ellas, es la que sufrieron las

146 obreras de la fábrica de camisas Triangle

en 1911, en New York. Debido a las malas condiciones en que trabajaban, un incendio se apoderó de todo el edificio y, como todas las salidas estaban cerradas, no pudieron salir.

El trágico hecho generó importantes cambios en la industria y la posterior creación del sindicato de trabajadoras textiles. Además, se reforzó la idea de libertad que, desde el mismo inicio de este mundo, el género femenino proclamó. Es por ello que en diciembre de 1977 la Asamblea General de la ONU proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.

También hubo otro hecho conmemorable: en 1908, 40 mil costureras se declararon en huelga, en demanda del derecho a sindicalizarse y obtener mejores salarios, una jornada laboral menos larga, entrenamiento vocacional y el rechazo al trabajo infantil.

Durante esa huelga, 129 trabajadoras murieron quemadas en un incendio en la Cotton Textile Factory, en Washington Square, Nueva York. Los dueños de la fábrica habían encerrado a las trabajadoras para forzarlas a permanecer en el trabajo y no unirse a la huelga.

Las heroínas de nuestra historia

Macacha Güemes. Nació en el seno de una familia acomodada, y fue educada según los estándares de las mujeres de la época. En octubre de 1803 contrajo matrimonio con Román Tejada, hijo de una de las familias más tradicionales y antiguas de Salta.

Al estallar la Revolución de Mayo, adhirió a la causa patriota, colaborando con su hermano Martín Miguel de Güemes. Ayudó desde la confección de vestimentas e indumentaria para los soldados, hasta la obtención de información entre los partidarios realistas.

Lideró una red de informantes que actuaba en Salta, Jujuy y Tarija, y aportó datos fundamentales para controlar al enemigo. Entre los integrantes de la red se encontraban mujeres de la alta sociedad y campesinos que, mezclándose con partidarios y opositores, recogían datos que ella interpretaba y transmitía a su hermano. Güemes se encontraba con ella cuando una partida realista lo atacó e hirió en Salta, el 7 de junio de 1821, causándole la muerte días después.

Macacha fue una de las mujeres más destacadas y respetadas de Salta, especialmente por las clases menos favorecidas, las cuales constituían en su mayoría el ejército gaucho de Güemes.

Juana Moro

era una dama jujeña radicada en Salta. En 1813, Juana convenció al Marqués de Yavi –noble con rango militar que provisoriamente gobernaba Salta– de abandonar la lucha contra los patriotas. El 20 de febrero, durante la batalla de Salta, el marqués comandaba un ala del ejército de Pío Tristán y decidió retirarse sin atacar. Esto contribuyó al triunfo de Manuel Belgrano.

Durante las posteriores invasiones realistas Juana vestía de gaucho o de viajera inofensiva y se trasladaba a caballo registrando recursos y movimientos del enemigo. En una oportunidad fue descubierta y obligada a cargar pesadas cadenas, pese a lo cual no delató a las tropas a las cuales era leal.

Fue condenada por sus actividades a morir en su hogar: cada orificio fue tapiado para aislarla, pero una familia vecina se condolió y le proveyó agua y alimentos hasta que los patriotas recuperaron el dominio de la situación. Por esa condena, que felizmente no se logró cumplir, Moro fue apodada "La Emparedada".

Manuela Pedraza.

Heroína de la Primera Invasión Inglesa. Entre los días 10 y 12 de agosto de 1806 se destacó por su lucha en el cruel combate que se produjo en las calles de Buenos Aires para reconquistarla de manos de los ingleses. Manuela, casada con un soldado patricio, se lanzó al lugar de mayor peligro; luchó a su lado, pero el hombre cayó atravesado por una bala. Manuela tomó su fusil y mató al inglés que había disparado sobre su hombre. Pasada la lucha, el general vencedor la recompensó con el grado de alférez y goce de sueldo.

En su parte dirigido a la metrópoli decía: "No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa (nacida en Tucumán), que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató a un inglés del que me presentó el fusil".

Manuela termina trastornada y en la miseria. Una de las calles de la ciudad que ayudo a reconquistar hoy lleva su nombre.

Micaela Bastidas Puyuqawua (Cuzco, 1781). Fue precursora de la independencia de América y esposa de José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru II, a quien supo guiar, alentar y orientar durante sus batallas, pero fue ejecutada antes que Condorcanqui.

La noble y valerosa mujer subió al tablado de la muerte orgullosa y altiva, con rostro desafiante. Sus verdugos trataron inicialmente de arrancarle la lengua, pero opuso tal resistencia que solo lo pudieron hacer una vez que estuvo muerta.

Fue sometida a la pena del garrote, y padeció por tener el cuello sumamente delgado: el torno del metal no logró ahorcarla, entonces le fue aplicado un lazo alrededor del cuello, tirando de él dos españoles hasta ahogarla, a la vez que le aplicaban puntapiés en el vientre y en los senos.

Juana Azurduy

, la más –o la única– reconocida, al menos de nombre. Su vida casi comienza signada por la tragedia: al cumplir 7 años quedó huérfana y al cuidado de sus tíos, con quienes no tenía buena relación, y la hicieron ingresar a un convento.

Su espíritu de lucha la llevó a enamorarse del general Manuel Padilla, con quien tuvo 5 hijos. Luchó a la par de él en las batallas del actual territorio boliviano. Peleaban por la independencia. Organizó el "Batallón Leales" –Batalla de Ayohuma, 9 de noviembre de 1813–.

Atacó el cerro de Potosí (8 de marzo de 1816) y fue clave en el triunfo logrado en el Combate del Villar, actuación que le dio el rango de Teniente Coronel –decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816–. El máximo homenaje que tuvo en vida fue del propio Manuel Belgrano: le hizo una entrega simbólica de su sable.

El 14 de noviembre de 1816 Juana fue herida en la Batalla de La Laguna; Padilla acudió a rescatarla, pero no pudo: lo mataron. Esa muerte generó no sólo su desazón anímica sino también un cambio en los planes militares, por lo que terminó uniéndose a Martín Miguel de Güemes. Cuando éste murió (1821), quedó reducida a la pobreza. Fue Simón Bolivar quien, luego de visitarla y avergonzado por cómo vivía la libertadora, la ascendió al grado de coronel y le otorgó una pensión. Luego de la visita le comentó al mariscal Antonio José de Sucre: "Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre".

Falleció en 1862, olvidada y en la pobreza. Fue enterrada en una fosa común.

Guardar