Cuando un joven párroco llamado Jaime Ortega salió de un centro de detención en Cuba en la primavera de 1967, en lo más álgido de la campaña de la revolución comunista para aplastar la religión, su padre le entregó un boleto sin retorno a España y le pidió a su hijo se fuese. Pero Ortega no lo hizo.
Cuarenta y cinco años después y ahora como cardenal, Ortega encabeza la Iglesia Católica de la isla, la cual ha salido de su aislamiento de años y ha pasado a ser la institución independiente más influyente del país.
En años recientes, el clérigo, de 75 años, negoció con el presidente Raúl Castro la liberación de presos políticos, aconsejó al Gobierno sobre política económica y consiguió la publicación de revistas eclesiásticas con artículos cada vez más francos sobre la necesidad del cambio.
Y después de que el papa Benedicto XVI visite la isla antes de Semana Santa, Ortega habrá logrado que dos pontífices consecutivos pongan sus reflectores en uno de los países más seculares de Latinoamérica.
"Mi impresión de Jaime Ortega es que simplemente ha sido el hombre justo en el momento indicado todos estos años", opinó Tom Quigley, ex asesor de política latinoamericana en la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. "Me parece que los acontecimientos del último par de años han demostrado que este calmado liderazgo ha sido muy efectivo, y la Iglesia está hoy en una mucho mejor posición de lo que ha estado en cualquier otro momento desde la década de 1960".
Ortega utilizó su púlpito para criticar al sistema político en Cuba y pidió una mayor libertad política y económica, pero también trató de alejar a la juventud de lo que describió en un discurso en 1998 como un "tipo de subcultura de Estados Unidos que invade todo".
También genera controversia
Disidentes, diplomáticos estadounidenses e incluso algunos representantes de la cúpula del Vaticano han criticado la cautela del cardenal, diciendo que siempre se ve más preocupado de las renovaciones de la Iglesia que de los derechos políticos y humanos.
Hay quienes lo ven como un apologista del Gobierno que una vez lo encarceló. "Tiene un trabajo muy difícil", dijo el arzobispo de Miami, Thomas G. Wenski, quien apoya a Ortega y reconoce que muchos exiliados cubanos ven con recelo al cardenal. "Aquellos que lo critican desde una posición cómoda en Miami y no tienen la experiencia de estar allí, les tomará más tiempo cambiar su opinión sobre él".
Ortega, un hombre jovial y regordete que suele ser visto caminando por las calles adoquinadas de La Habana Vieja, vistiendo un sencillo cuello de sacerdote, se volvió arzobispo de la capital en 1981 y cardenal en 1994, justo cuando el gobierno comunista estaba reduciendo la presión sobre la religión.
Desde entonces, el régimen eliminó las últimas referencias al ateísmo en sus leyes y regulaciones y levantó las prohibiciones de culto a los integrantes del Partido Comunista.
Después de la histórica visita del papa Juan Pablo II en 1998, que Ortega ayudó a organizar, Fidel Castro declaró la Navidad un día feriado nacional, abolido tras la revolución de 1959. Sin embargo, la isla es el país menos católico de Latinoamérica, y la población practicante no llega al 10 por ciento.
A pesar de años de gestiones, la Iglesia católica prácticamente no tiene espacios en la radio o televisión estatales, no puede administrar escuelas y tampoco está autorizada a construir nuevos lugares de culto. Hay apenas 300 sacerdotes para los 11,2 millones de habitantes de la isla. En comparación, antes de 1959 había 700 presbíteros para una población de 6 millones.
Por muchos años, Ortega raramente habló en contra del Gobierno u opinó sobre política. En privado, confió a diplomáticos y otros sobre su compleja relación con Fidel Castro, diciendo que los dos a menudo no se hablaban. De cualquier forma, su relación con Raúl, el hermano menos doctrinario de Fidel, que asumió la presidencia en 2006, fue mejor.
Ortega dijo que se reúne regularmente con él y a veces le da consejos sobre las reformas económicas que el presidente está impulsando. Y a pesar de que las bancas de la Iglesia no estén repletas, ese contacto al más alto nivel le da a aquella un papel único en un país sin oposición legítima o prensa independiente.
En 2010 el cardenal se sentó con Castro y un diplomático español en un encuentro que allanó el camino para la liberación de decenas de intelectuales, comentaristas y activistas de la oposición encarcelados por Fidel en 2003.
Las publicaciones eclesiásticas también han comenzado a presionar por el cambio económico y político, mientras el mismo Ortega exhortó públicamente a Castro a acelerar los cambios.
"Yo creo que esta opinión (la de producir cambios en la isla) alcanza una especie de consenso nacional y su aplazamiento produce impaciencia y malestar en el pueblo", expresó Ortega en una entrevista realizada por la revista católica Palabra Nueva. Castro reconoció que la Iglesia ayudó a que la liberación de los presos políticos fuera "armoniosa" y dijo que Ortega no tiene temor de defender sus principios.
Pero muchos disidentes han sido menos caritativos, particularmente por la tácita aceptación de Ortega a la insistencia del Gobierno de que la mayoría de los prisioneros políticos liberados se exiliaran. "No creo que la Iglesia Católica fuera la parte fundamental o influyente o determinante en nuestra liberación", dijo Julio César Gálvez, un ex prisionero, que fue liberado y partió al exilio en julio de 2010. "La Iglesia católica cubana, en nuestro caso, lo que hizo fue servir como pantalla al régimen totalitario cubano".
Ésta no es la primera vez que Ortega es acusado de no hacer lo suficiente. En 2007, el cardenal intentó cerrar la revista religiosa Vitral, la cual estaba intensificando sus críticas al Gobierno. Al final, la publicación pudo continuar, pero su director fue retirado del cargo y se volvió un franco disidente. El asunto generó malestar incluso en el Vaticano, de acuerdo con cables secretos de la diplomacia estadounidense filtrados por WikiLeaks y obtenidos por separado por The Associated Press.
Un despacho del 14 de mayo de 2007 redactado por la misión de Washington ante la Santa Sede atribuye al jefe de personal del secretario de Estado Vaticano, Tarcisio Bertone, haber dicho que el gobierno de Cuba debía estar feliz con Ortega, porque "la Iglesia hizo el trabajo sucio" del régimen.
El cable agrega: "Las autoridades del Vaticano han insinuado en el pasado que Ortega se ha vuelto demasiado blando con Castro". "Desde el cardenal Ortega hasta las monjas en las provincias, la Iglesia en su mayor parte evita desafiar al GDC (gobierno de Cuba)", señala otro cable escrito esta vez por diplomáticos en La Habana en 2008. "En temas grandes y pequeños, la estrategia de la Iglesia católica es capitular ante las posturas del GDC, de forma preventiva, si es posible".
Desde que fueron escritos esos despachos, se supo del papel de Ortega en la liberación de los disidentes, los artículos de críticas están reapareciendo en revistas religiosas y el cardenal públicamente apoya más a las Damas de Blanco, un grupo opositor.
Un diplomático occidental dijo a AP que Ortega es visto positivamente, pero debe utilizar el púlpito de forma más efectiva y ser menos cauteloso. "Sospechamos que él tiene más poder del que cree y nos gustaría que lo utilizara", dijo el diplomático, quien habló bajo la condición del anonimato, porque no estaba autorizado a tratar el tema públicamente.
Ortega se negó a ser entrevistado, pero las críticas deben ser como aguijones para un hombre que capeó las tempestuosas mareas de la revolución cubana, desde sus primeros días en la Iglesia. Es el segundo cardenal en la historia de Cuba, después de Manuel Arteaga Betancourt, quien falleció en los primeros años de la revolución.
Nació en 1936, en la ciudad de Matanzas e ingresó al seminario cuando tenía 19 años; un tiempo se educó en Montreal. Regresó a Cuba cuando fue ordenado sacerdote en 1964. Al mismo tiempo, muchos sacerdotes fueron expulsados del país o quedaron marcados. A los integrantes del Partido Comunista les quitaron la libertad de culto y las iglesias se fueron a pique. Los hospitales y escuelas católicos, incluyendo la escuela jesuita en La Habana donde estudió Fidel Castro, fueron nacionalizadas y secularizadas.
A cambio, muchos sacerdotes apoyaron activamente a grupos opositores al nuevo gobierno comunista, algunos de ellos, incluso, escondiendo armas. En 1963, Cuba aprobó una ley que pedía a todos los varones de entre 17 y 45 años estar disponibles para el servicio militar, incluyendo los sacerdotes.
Ortega fue convocado en el llamado de 1966, pero junto con otros religiosos, el Gobierno consideró que no era de confianza para unirse al Ejército, y en su lugar, lo envió a un campo de trabajo militar en Camagüey, donde eran internados intelectuales, homosexuales, disidentes, clérigos y otros que estaban en conflicto con las autoridades.
Aunque Ortega no habló públicamente sobre sus ocho meses en el campo militar, otros internos relatan que los levantaban a las cuatro de la mañana, les gritaban, les daban agua sucia y una comida atroz; pasaban días doblados cortando caña de azúcar y noches de agitado sueño en hamacas incómodas.
Muchos huyeron de Cuba en cuanto pudieron, uniéndose a la creciente diáspora en el sur de Florida, España y otros lugares más. Pero Ortega ha dicho que irse no era una opción. "Nunca deseé vivir fuera de Cuba. Cuando a los dos años de ser sacerdote, fui llamado a campos de trabajo donde pasé ocho meses, no soñé en ese tiempo con irme de Cuba. Cuando me dieron de baja y llegué a mi casa, mi padre me esperaba con un viaje a España que él había conseguido para que fuera a vivir allí", dijo Ortega durante un discurso en 2011.
"Cuba para mí es mi patria, tan mía, que la siento en los olores del ambiente, en los cielos amenazantes de un ciclón, en las tardes dulces de su falso invierno, en el hablar de su gente, en su música", agregó.
Los partidarios de Ortega señalan su pasado como evidencia de su valor y dicen que su capacidad de trabajar con el Gobierno a pesar de su sufrimiento personal es una señal de su profunda convicción religiosa.
"El gran perdón nacional comienza por el perdón personal", expresó el disidente y activista de derechos humanos Elizardo Sánchez, quien conoce al cardenal desde finales de los años 80. "Está así en la principal oración de los cristianos, y Ortega es coherente con eso", agregó.