Testimonio de Tomás Regalado, alcalde de Miami

La Operación Peter Pan cambió su vida: de hijo de un preso político del castrismo a gobernar la capital del exilio cubano. Con Gloria Stefan comparten recuerdos de aquella experiencia

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Mi padre era abogado pero ejerció siempre como periodista. Llegó a ser presidente de la Asociación de Reporteros. Le interesaba mucho la política del país; no era un observador, era un participante. Eso fue lo que lo llevó a la prisión antes y después de la revolución. En total pasó 22 años de su vida en la cárcel.

La revolución fue un momento muy festivo. Para un niño fue abrumador, veía a los barbudos como superhéroes... hasta que, inmediatamente, con la invasión de Girón, mi padre cae preso.

A esa edad era totalmente creíble lo que los padres nos decían, así que mi hermano Marcos y yo partimos como Pedro Panes pensando que nomás hacíamos un viajecito a los Estados Unidos y regresábamos pronto.

Los sacerdotes nos recogieron y nos llevaron a un campamento, donde estuvimos varios meses. Luego fuimos a otro. En los dos nos trataban como en una escuela de pupilos, cosa que para mí no era tan foránea porque en Cuba lo había sido en la escuela de los Hermanos de La Salle.

Monseñor Bryan Walsh era un irlandés muy efervescente, entusiasta, que sabía lidiar con niños. No hice amistades en el momento sino después, de adulto, con algunas de las gentes de Pedro Pan. Creo que pensaba que no debía estar aquí, que si íbamos a regresar en tres meses no tenía que echar raíces.

Cuando nos instalamos en la casa de una tía seguimos en la misma filosofía: "Guarda tu maletica, siempre hay que tenerla lista", nos decía. Eran los años de la Guerra Fría y así era el pensamiento del exilio cubano. Nuestra madre vino a cuidarnos, porque hasta cierto punto estábamos desamparados y mi papá no salía de la cárcel.

Hace unos días estaba en la Torre de la Libertad, en Biscayne Boulevard, cuando se conmemoró el 50 aniversario de la creación del Miami-Dade College. Estábamos en una mesa con el doctor [Eduardo] Padrón [presidente del  college] y a mi lado estaban Gloria y Emilio Estefan. Y ella empezó a hablar del edificio, donde veníamos todos los refugiados, y los recuerdos que le traía. Le dije:

-Aquí me traían al médico y a buscar la comida.

-Sí, yo venía con mi abuela. ¿Te acuerdas del queso ése que nos daban?

-Sí, y la leche en polvo. Y el queso se echaba a perder.

-No podía uno comer tanto queso.

-Y el Spam, la carne en lata.

-Mi abuela la hacía con Coca-Cola para quitarle el sabor.

Sentí un choque cultural. Policías muy altos y muy rubios, a caballo, hablándome en inglés; gente que me miraba con desdén porque lucía diferente... Todavía existía la discriminación racial, y los letreros "Colored in the Back" (Negros al fondo) en los ómnibus, o "Whites Only" (Sólo blancos) en las fuentes para tomar agua; o "No Dogs, no Cubans" (Ni perros ni cubanos) en los apartamentos... Eso se vivió aquí.

Aprendí inglés en la escuela, en el trabajo, a golpes. Siempre supe que quería ser periodista. Por mi papá. Y cuando él salió de la cárcel lo trajimos a trabajar con mi esposa y conmigo.

Primero tuvo que ir a Costa Rica. Pertenecía a un grupo que no aceptó firmar una concesión al régimen, entonces el presidente de Costa Rica, [Rodrigo] Carazo, les dio visa a los 79 presos, incluyendo al comandante Huber Matos. Fui a Costa Rica para recibirlo. Luego vino a Miami, y aquí murió.

No puedo siquiera imaginar cómo hubiera sido mi vida sin la Operación Pedro Pan. Pienso que hubiera sido un opositor. No iba a ser un miliciano ni un miembro del partido porque hubiera traicionado a mi padre.

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