Un debate sobre educación a la altura de nuestra historia

En una campaña sin precedentes de desprestigio de las universidades públicas y del sistema científico y tecnológico nacional, el Gobierno alienta la estigmatización de docentes e investigadores

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La marcha del 23 de abril demostró que la defensa de la educación pública cuenta con un amplio consenso
La marcha del 23 de abril demostró que la defensa de la educación pública cuenta con un amplio consenso

Las mayúsculas coléricas de un presidente twittero me interpelan. Leo su último ataque a las universidades públicas, noto que comienza sus posteos en X así para evocar la forma en la que empieza sus discursos partidarios y puedo escuchar el tono grueso de su voz impostada que resalta su liderazgo masculino. Todavía no salió el sol, pero tengo en la cabeza algunas ideas y necesito escribirlas antes de que se despierten mis hijas y me vean abocada a las tareas de madre.

La discusión es política y, lógicamente, en una democracia representativa como la argentina los partidos suelen ocupar toda la escena. Así, entre la “luna de miel” de cada presidente entrante y su fracaso estrepitoso para resolver los males que nos aquejan, nos la pasamos cuidando reverencialmente la continuidad democrática (que nunca debería ponerse en duda), en lugar de dar los debates importantes. Mientras tanto, aumenta la pobreza infantil, se profundizan las desigualdades sociales y el analfabetismo que supimos erradicar vuelve a ser un tema de agenda.

El gobierno nacional no está siendo razonable. En una campaña sin precedentes de desprestigio de las universidades públicas y del sistema científico y tecnológico nacional, alienta la estigmatización de docentes e investigadores. La respuesta que recibe es contundente. Sabemos hoy que la defensa de la educación pública cuenta con un amplio consenso, un consenso construido históricamente y que no puede explicarse por el adoctrinamiento, esa explicación desconoce nuestra historia y nos subestima.

Hablar de educación es hablar de infancia

El domingo 7 de abril, mientras volvía con mis hijas de la actividad que organizaron los Institutos de Investigación dependientes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en Parque Rivadavia, pensaba que la respuesta a la crisis actual era, sin dudas, una oportunidad. En particular, el festival Elijo Crecer, en defensa del sistema científico nacional, acercó la tarea que realizan los centros de investigación a un público general.

El entusiasmo de los niños por participar en juegos de lingüística, su trabajo en equipo para armar vasijas a partir de réplicas de piezas arqueológicas, las rondas que se hacían grandes para que todos pudieran trabajar la arcilla, me llevaron a afirmar una convicción profunda: la clave para el desarrollo económico y social de cualquier sociedad está en la infancia y en la educación. Las madres y los padres lo sabemos: los hijos son nuestro motor. Su energía es insaciable y su capacidad para aprender casi infinita.

Esa noche leí un textual que me alarmó. No conocía a Bertie, mi algoritmo lo había mantenido fuera de mi radar, pero su frase: “La libertad también es que si no querés mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller, puedas hacerlo” carecía de toda lógica. Ese planteo sonaba propio de economías precapitalistas. ¿A quién se le ocurre defender la libertad abogando por la esclavitud?

Sentí alivio cuando voces de todos los colores políticos salieron a responder. El consenso con respecto a la importancia de la educación obligatoria sigue vivo y, después de la marcha del 23 de abril, podemos confirmar que la defensa de la educación pública, no arancelada y de calidad es quizás uno de los acuerdos sociales más fuertes con los que contamos. No me sorprende.

Hablar de educación es hablar de historia

Este año se cumplen 140 años desde la sanción de la Ley N°1420 de educación primaria común, gratuita y obligatoria, que fue el resultado de un debate ideológico acalorado, quizás el más importante del cambio de siglo. A partir de ese momento, la escuela se transformó en una verdadera vía de ascenso social. Luego, la Ley Avellaneda de 1885 dio un marco normativo nacional a la educación superior. En 1918, la juventud universitaria cordobesa llevó adelante un movimiento reformista exitoso. La Reforma Universitaria consolidó los desarrollos previos y dio lugar a un sistema educativo sólido y democrático. Este camino histórico transformó instituciones anquilosadas y elitistas en casas de estudios de excelencia, plurales y promotoras de la movilidad social ascendente.

Nuestro país se hizo grande sobre estas bases sólidas. La inversión en educación, en ciencia y en tecnología es indispensable para garantizar el desarrollo económico y social. La igualdad de oportunidades es ficticia si el sistema educativo no funciona como fue concebido. El adoctrinamiento en las aulas universitarias es inviable porque existe la libertad de cátedra y porque quienes llegan a ellas provienen -o deberían provenir, esa sí es una discusión pertinente- de niveles primarios y secundarios de calidad, con buena capacidad de lectoescritura y pensamiento crítico.

La crisis del sistema educativo viene de larga data y refleja la degradación social argentina. Explicar sus causas escapa al objetivo de esta reflexión, pero para llegar a un diagnóstico considero importante que evitemos caer en la lógica maniquea que plantea el oficialismo y que termina siendo funcional al ya derrotado kirchnerismo.

Construyamos consensos para diseñar la salida

Atacar instituciones de enorme prestigio internacional como la UBA o el CONICET parece más un acto de persecución ideológica que de reformismo. La generalización de sus vicios, de la corrupción y deficiencia con las que funcionan es una falacia que desconoce el trabajo de científicos, investigadores y docentes y que entorpece el debate que necesitamos darnos para salir del laberinto. Al mismo tiempo, resulta estéril para propiciar un funcionamiento eficaz y transparente del sistema.

En su libro Educar en tiempos sintéticos, Melina Masnatta dice: “No news, good news es un aforismo de la lengua inglesa que, en lo que a sistema educativo se refiere, parece cuadrar muy bien. Porque mientras todo funciona, no nos enteramos ni siquiera de que existe un sistema detrás” (2024: 21). El escenario es cada día más complejo y la irrupción de la IA levanta la apuesta.

La salida es posible. Tenemos mucho para aprender del pasado, hagámoslo con la mirada puesta en el futuro. El debate público debe estar a la altura de las circunstancias y despegarse de los slogans de los políticos de turno para discutir con autocrítica, honestidad intelectual y responsabilidad social. La pregunta tiene que ser cómo hacemos para que el sistema educativo sea tan exitoso que deje de ocupar nuestros titulares.